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El señor Manuel (II)

El señor Manuel (II)
Como terminé contando en la primera parte, a mi marido la situación, más que preocuparle, le dio mucho morbo, y reconozco que , viéndole así de excitado, a mí también me hizo estar todo el fin de semana muy caliente.

El lunes, salí pronto a hacer unas compras por el barrio, para luego hacer la comida y limpiar la casa. Mi marido me dijo que iba a ir a buscar al señor Manuel a la parada, para ver si podían hacer lo de la cisterna.

Cuando regresé a casa, no habían llegado aún, así que me puse mi ropa de estar en casa, esta vez bien abrochada, y me fui a la cocina.

A la media hora se abrió la puerta de la calle, y entraron a la cocina los dos, y el señor Manuel me saludó con una gran sonrisa y su tono de voz cariñosa y fraternal, y se fueron al baño a reparar la cisterna. Dejé la comida en el fuego, y me acerqué para ver si necesitaban algo, y allí estaba nuestro vecino metido en faena, y mi marido dándole conversación. Me puse al lado de mi marido, mientras Manuel nos daba la espalda trabajando, y mi marido me pasó una mano por el culo, y empezó a acariciarme las nalgas sin que pudiera vernos. Me susurró al oído que quería provocarle un poco, y que me iba a desabrochar un botón, a lo que yo le di un manotazo en su mano. Me quería ir, pero mi marido me seguía sujetando por las nalgas, y mientras nos contaba algo el señor Manuel, mi marido me volvió a susurrar al oído que solo quería comprobar lo del otro día, y sin darme tiempo me desabrochó un botón del escote.

Las caricias que me estaba dando mi marido en la espalda, y el sobeteo de nalgas me tenían entre nerviosa y excitada, pero nuestro vecino seguía a lo suyo.

Sin darme apenas cuenta, mi marido en un movimiento rápido me desabrochó el otro botón, e instintivamente fui a abotonarme, pero me sujetó la mano, y metió un dedo entre mis nalgas llegando hasta mi sexo por encima del vestido y las bragas. Mi escote volvía a estar amplio y generoso, y mis pezones puntiagudos duros y marcados en el vestido. Mi marido llevó mi mano hacia su paquete, y la rozó con disimulo; tenía la polla como una piedra de dura, y su camiseta por encima del pantalón disimulaba el bulto. Manuel y él hablaban tranquilamente, como si no pasara nada en tan poco espacio de tiempo, y mi marido seguía acariciándome la raja del culo y el sexo desde detrás, sin que se pudiera ver lo que me hacía. Me estaba poniendo malísima, y no podía escapar, ya que me tenía cortada la salida al estar ligeramente detrás de mí.

En esto mi marido me dice: “Cariño, coge ese trapo que hay al lado de la caja de herramientas y recoge el agua que hay al lado de la taza del water”.

Sin pensarlo, me agaché, cogí el trapo y me puse a limpiar junto al señor Manuel, mientras el seguía trabajando. En ese momento el giró la mirada para apartarse un poco, y vio todo el escote agachado y abierto enseñándole mis encantadores pechos, y esta vez con los pezones a mil. Yo recogía el agua, y el señor Manuel continuaba trabajando pero mandaba miradas furtivas. Mi marido se puso a hablar, ya que nuestro vecino dejó de hablar. Al incorporarme, nos volvió la espalda rápidamente, ya que se le empezaba a notar su pantalón abultado. Mi marido me hizo un gesto de aprobación, y me susurró al oído que estaba muy caliente, y me dio una caricia por toda la espalda hasta mis nalgas que me hizo estremecer. Estaba supernerviosa, pero también muy excitada.

En la cocina empezó a sonar el reloj que avisaba que había que apagar la comida, y mi marido me dijo: “Tranquila, cariño, quédate aquí con Manuel, que yo tiro estos pocos plásticos y papeles, y apago el fuego.” Y con un gesto y moviendo los labios sin hablar en voz alta, me hizo entender que no quería que me abrochase el escotado vestido.

Según se fue a la cocina, el señor Manuel se dio la vuelta, y me hizo un gesto con los ojos para avisarme que tenía el vestido desabrochado, pero yo me hice la despistada, ya que mi marido no quería que me abrochara. Como no dije nada, me dijo bajito: “Hija, se te ha vuelto a desabrochar el vestido un poco”.

Y sin saber muy bien lo que decía por los nervios, le contesté muy bajito: “Perdone, es que me dan sofocos por la premenopausia, y a José (llamaremos a sí a mi marido, aunque no es su nombre real) le gusta verme así, pero si le m*****a, me tapo”.

– Tranquila, si es así, por mí no te preocupes. – Y se dio la vuelta con una gran excitación en el pantalón, para acabar de poner la tapa de la cisterna.

Mi marido, que había estado observando desde la cocina, se acercó de nuevo al baño, y me dijo al oído. Luego le das dos besos y un abrazo delante de mí, y le das las gracias por el arreglo.

A los dos minutos ya había acabado de arreglarlo, y nos pusimos a recoger entre todos lo poco que quedaba. Yo cogí la fregona, para recoger un la poca agua que había caído, y entre ellos dos recogieron las herramientas y trozos del arreglo.

A Manuel se le escapaba la mirada al verme mover mi cuerpo, agacharme, fregar, o hablar con él. El escote era generoso. Pasó mi marido a mi lado, y me abrió en un rápido gesto un tercer botón, llegando el escote hasta dejar al aire el ombligo. Al cruzarme con Manuel, se le fueron los ojos a los trozos de mis pechos que asomaban, y a mi tripa un poco entrada en carnes, pero muy suavecita.

José le dio las gracias dándole la mano y se puso por detrás de él, y me hizo un gesto para que le abrazara y le diera dos besos.

Entonces yo me acerqué a Manuel, y sin darle tiempo, le di las gracias y un fuerte abrazo con dos besos, quedando uno de mis pechos fuera del vestido en el momento del abrazo. Pude sentir su bulto del pantalón, y él retrocedió rápidamente un pequeño paso. Al retirarse mi pecho entró solo dentro del escotado vestido, pero a él le dio tiempo a verlo entrar. Realmente estaba nervioso, porque tenía las orejas rojas y coloretes en la cara.

Le dijimos que qué podíamos hacer por él por el arreglo. Y Manuel nos dijo que solo faltaba, con lo que le ayudábamos nosotros con su esposa, y con cualquier papeleo o problema de la casa.

En esto José le dijo: “Tranquilo, hombre. Tú ya sabes que para nosotros eres uno más de la familia, y para mi mujer eres como su segundo marido. Cualquier cosa que quieras, te echaré una mano. Y si necesitas algo de mi esposa, sabes que ella te dará lo que necesites con cariño”.

Yo me quedé descolocada con lo que José acababa de decir, y el tono con el que lo dijo y Manuel creo que lo entendió igual que yo, porque se puso muy rojo. Y acto seguido se despidió y salió por la puerta.

Según se cerró la puerta, José se abalanzó sobre mí…

(continuará)

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