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El señor Manuel XIV

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El señor Manuel XIV
Los truenos iban bajando de intensidad, y solté la mano del señor Manuel, quedándome quieta todavía con el susto que tenía.

Según se iba calmando la tormenta, noté como nuestro vecino había cogido el sueño, y los truenos iban sustituyéndose por sus ronquidos. Ahí estaba yo, tumbada junto a él en la misma cama, a un lado tenía la pared, y al otro estaba el señor Manuel durmiendo en pantalón de pijama corto, y yo con el sensual camisón, aunque en la oscuridad de la noche apenas se veía su silueta. No podía bajarme, ya que por un lado estaba él durmiendo, y por los pies, era una cama antigua castellana con su armazón de madera, con una especie de cabecero también a sus pies, que obligaba a saltarlo y hacer movimientos un tanto extraños si quería escapar por ahí, así que permanecí quieta sin moverme para no despertarle.

La noche avanzaba, y no conseguía coger el sueño entre el calor y la situación tan extraña de estar en la cama de otro hombre yo sola en mi casa. El señor Manuel estaba durmiendo profunda y plácidamente, sin importarle que estuviera a su lado.

De pronto se giró hacia mí, y los ronquidos en esa posición cesaron, pasando a una respiración profunda cerca de mi cabeza. Su mano se apoyó sobre mi cuerpo, justo por debajo de mi pecho derecho, y su rodilla derecha descansaba junto a mi pierna, quedando mi brazo derecho junto a su cuerpo, y mi mano rozaba el pantalón de su pijama. Mi brazo estirado estaba en contacto con todo su cuerpo, sintiendo su piel, y notaba su mano relajada sobre mí. No quería despertarle, así que permanecí muy quieta.

No sé lo que me pasó, pero la situación me comenzó a excitar, ya que ese contacto era totalmente involuntario y se le veía dormido. Tenía a nuestro vecino pegado a mi lado, con su mano apoyada en mí camisón y rozando la zona baja de mi teta derecha. Mi mano estaba junto a su pantalón, e instintivamente acerqué los dedos un poco más para que mis dedos rozaran más lo que había tras ese pantalón. Giré la mano hacia él, dejando el dorso hacia arriba, y mis dedos empezaron a curiosear.

Lo primero que noté fue la tela del pantalón. La curiosidad me tentaba a seguir acercando más los dedos e inspeccionar, y la tranquilidad de su relajados resoplidos me indicaban que seguía durmiendo profundamente. Mis dedos empezaron a notar un bulto, poco a poco fui inspeccionando, tenía la yema de mis dedos tocando su pene flácido, y esa actitud furtiva me hizo calentarme.

El juego de estar a su lado me estaba poniendo muy caliente, y quería seguir inspeccionando. Bajé un poco más la mano, y toqué suavemente sus testículos separados únicamente por la fina tela de algodón de su pantalón. Estaba blanditos y tenían un tamaño mayor que el de mi marido. Quien me iba a decir unos días antes que iba a estar palpando a escondidas sus partes.

Elevé de nuevo el hombro, para volver a dejar que su polla apoyase sobre mi palma y mis dedos, y me quedé quieta en esa postura. Me gustaba la sensación de tener su miembro en contacto y separado por tan fina tela.

Necesitaba tocarme, me estaba calentando tanto, así que con mi mano izquierda, levanté el camisón, y subí mi rodilla y abrí mi pierna izquierda contra la pared, y empecé a tocarme con suavidad para no despertarle.

Estaba disfrutando tanto de esa masturbación sigilosa. El morbo me tenía a mil. Era una situación nueva, pero realmente emocionante, cuando de pronto algo sucedió. La fase del sueño del señor Manuel estaba cambiando; seguía durmiendo, pero su miembro se empezó a agrandar. En muy poco tiempo había tomado un tamaño impresionante, y lo tenía contra mi mano. Eso me hizo ponerme cardiaca, y mis dedos de la otra mano seguían jugando con mi clítoris. Tenía una calentura tremenda, y esa misma calentura me hizo agarrarle la polla.

Nunca había tenido otro miembro erecto en mi mano más que el de José, y la sensación de ser la del señor Manuel me estaba encantando. Estaba demasiado metida en acción, y me estaba dejando llevar demasiado. Mi mano agarraba su firme miembro, y empezaba a moverlo sin darme cuenta. Estaba a punto de correrme, cuando de pronto su respiración cambió, y se movió ligeramente, apoyando el peso de sus partes sobre mi mano, y su mano derecha subió apoyándose sobre mi pecho. Eso hizo que me quedara inmóvil.

Permanecí sin moverme, y el señor Manuel farfullaba algo, pero no lograba comprenderle. Seguía durmiendo, y estaba claro que mi juego le había calentado en sueños, y ahora él, inconscientemente, respondía en su sueño a dicho juego. Su rodilla pasó por encima de mi pierna, y movía ligeramente su cuerpo sobre mi mano, cuando escuché que farfullaba el nombre de su difunta esposa. Estaba soñando que yo era ella. Yo continuaba sin moverme, aprisionada con el peso de su pierna sobre mi pierna, el camisón subido hasta casi la cintura sin poder bajarlo por su pierna encogida sobre mí, y mi brazo derecho aprisionado también por el peso de su pecho, con su polla sobre mi mano, aunque ya la había soltado ligeramente, pero no del todo, notando como se desplazaba su polla sobre mi mano con sus ligeros movimientos.

Su mano recorrió mis pechos, y mis pezones estaban firmes y duros, subió un poco más, y, al bajar, arrastró el tirante del camisón, bajándole, y saliendo un pecho de él. Notaba el contacto directo de su mano sobre mi pezón, y su cuerpo se movía contra mi mano. Notaba que su respiración se incrementaba. Estaba teniendo un sueño muy caliente. Su mano seguía recorriendo mi cuerpo, bajando hasta mis caderas. Mi corazón latía con fuerza del nerviosismo y la excitación de lo que me estaba sucediendo. Su mano había bajado hasta mi sexo, y al notar un dedo sobre mi clítoris y mis labios vaginales, y comencé a gemir.

De pronto sentí que su respiración se había normalizado. Se había despertado y dado cuenta de lo que estaba haciendo, y se quedó un momento inmóvil.

Ahora era yo la que movía mis caderas con su mano sobre mi sexo, gimiendo ligeramente, y mi mano agarraba su miembro por encima de su pantalón.

Se quedó unos instante como desubicado, hasta que reaccionó quitándose de encima, y sentándose rápidamente en la cama y bastante sobresaltado.

– ¿Qué ha pasado?- Pregunté haciéndome la despistada. ¿Por qué estoy semidesnuda?

– No sé lo que ha pasado María…. Yo estaba durmiendo, y de repente me he visto tocándote y tú me habías agarrado mis partes.

– ¿Qué he hecho eso? Pues no me he dado ni cuenta, aunque sí que estoy sofocada ahora mismo y con una buena calentura.

– Perdona, María. Ni se me hubiera pasado por la cabeza hacer algo así estando despierto.

– Entiendo que no soy una mujer guapa, pero no hacía falta que fuese tan directo diciendo que no podría tener fantasías conmigo.- Le dije todavía presa de una buena calentura y de verme dominando la situación.

– No, María, no me has entendido. Sí que eres una gran mujer, con unas curvas que cautivarían a cualquier hombre, y reconozco que alguna vez te he podido mirar como hombre, pero te debo un respeto y una disculpa por lo sucedido.

– Quizás la que le deba una disculpa sea yo, ya que soy la que se ha metido en su cama, y parece ser que también yo estaba disfrutando en sueños. Una pena no haber estado más despierta.

– Pero, María, qué va a pensar José si te escucha decir eso.

– Pues se pondría como una moto, ya que no sé si lo sabrá, pero tiene fantasías con usted y conmigo juntos.

– Pero María…

– Perdone, yo nunca he estado con otro hombre que no sea mi marido, y de hecho no me fijo en ningún hombre más, pero últimamente, entre las fantasías de José, y tenerle tan cerca, se me hace extraño, pero le siento tan cercano, que me transmite confianza. No dejemos que algo así estropee nuestra cercanía. Démonos un agrazo.

Y sin decir nada más, sentada junto a él, le di un tierno y prolongado abrazo, al que él, en un principio, se le notó nervioso, pero luego me respondió con ternura. Apoyé la cabeza en su hombro, y el me acarició la espalda y el pelo con suavidad. Fue un abrazo tan intenso y cálido.

Me levanté, de la cama, y salí de la habitación directa al baño a hacer un pis, sintiendo que él entraba en el otro baño, y se volvía a su habitación antes de que yo hubiera salido mi aseo. Fui a la habitación, y el calor era insoportable al estar toda la casa con las ventanas cerradas, me quité el camisón empapado de sudor, abriendo un poco la ventana de mi dormitorio para ver si refrescaba, pero no había corriente, ya que había cerrado todas las ventanas.

Me levanté de la cama, y a oscuras fui desnuda por la casa, y abriendo un poco las ventanas del salón y la cocina para que hiciera algo de corriente.

Cuando regresaba por el oscuro pasillo, me detuve frente a la habitación del señor Manuel, y pude ver como tenía la ventana cerrada a cal y canto. Con mucho sigilo entré en su habitación, sin pensar que quizás pudiera intuir mi figura desnuda en la oscuridad de la noche, pero difícil, ya que apenas entraba nada de luz, y le abrí con cuidado la ventana.

– María, ¿eres tú?

– Sí, Manuel. Estaba abriendo las ventanas de la casa porque hace un calor horroroso. Pensé que lo agradecería.

– Muchas gracias. La verdad es que hace mucho calor, pero no quería hacer ruido y m*****ar más.

– Anda, que va a m*****ar- le dije según pasaba junto a su cama, y pude intuir su figura tumbada sobre la cama.

Con un impulso natural, me senté en el borde de su cama, y tocando su cara, le dije

– Buenas noches, Manuel.

Y le di dos besos como hacía muchas noches cuando me despedía de él, con la única diferencia que al apoyarme para darle los dos besos, mi pecho desnudo, tocó el suyo, y su mano rozó mi cadera.

– María, ¿qué haces?- Me preguntó asustado

– Darle las buenas noches. ¿Por qué lo dice?

– Porque he sentido que estás desnuda.

– Es que hace mucho calor, y tenía el camisón empapado. Perdone si le he m*****ado, pero como estaba oscuro.

– No, es que me ha sorprendido notar tu piel al darme los dos besos.

– Después de lo que casi hacemos durmiendo, esto es pecata minuta- le dije riéndome.

– Bueno, visto así.

– Anda, que si se enterara cualquier vecino de lo que ha pasado, y que ahora estoy sentada en su cama dándole las buenas noches, a oscuras y desnuda.

– Calla, mujer. A ver si te va a oír alguien por la ventana.

– Pero si estoy hablando bajo.

– Ya, pero de noche se puede escuchar todo.

– Ya veo que se avergüenza de mí otra vez más- le dije con una sonrisa que él no pudo ver.

– Qué no me avergüenzo. Pero qué diría la gente.

– Pues nada, porque nadie va a saber nada si usted no lo cuenta.

– Y yo qué voy a contar. No soy de esa clase de hombres. Solo he conocido a mi mujer, y nunca he sido de contar nada íntimo a ningún amigo.

– Y yo solo he conocido a mi marido, y ya ve que también soy nueva en una experiencia así.

– Anda, será mejor que te vayas a descansar.

– ¿Y ese tono? Suena a que corro peligro aquí hablando con usted.

– No corres peligro, pero soy hombre, y no soy de piedra. Y aunque no voy a hacerte nada, me pone nervioso ver la silueta de tu cuerpo desnudo.

– Entonces va a ser verdad que le soy atractiva.

– Ya te he dicho que sí. Anda, vete a descansar.

– Manuel, me gustaría pedirle algo antes de irme a mi habitación.

(Continuará)

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