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Fútbol en el living de casa

Fútbol en el living de casa
Fútbol en el living de casa

El amigo de su marido…
Llevábamos muy poco tiempo de casados con Víctor y él todavía persistía con sus antiguas costumbres de soltero, algunas de las cuales me provocaban bastante fastidio, como reunirse con sus amigos para mirar partidos de fútbol en la enorme pantalla de televisión de nuestra casa.

Me fastidiaba mucho la presencia de Raúl, uno de sus amigos más insistentes, que siempre a solas conmigo trataba de convencerme de que su verga era la mejor y yo debía probarla alguna vez. Era siempre la misma historia, insistencia hasta el hartazgo. Naturalmente, no se le escapaba ninguna oportunidad de toquetearme sin que nadie nos viera…

Esa tarde estaba bastante enojada, ya que Víctor había prometido llevarme a tomar algo cerca del río, pero finalmente decidió que su mejor programa era juntarse con Raúl a mirar el partido por televisión.

El problema con Raúl era la fantasía que yo tenía con él. A veces me imaginaba que ese odioso tipo me tomaba por detrás, me desgarraba el vestido, me arrancaba la tanga y finalmente me obligaba a inclinarme sobre la mesa de la cocina. Yo intentaba resistirme todo lo que podía, pero Raúl me dominaba y finalmente me cogía desde atrás como a una perra. Para peor, yo gozaba y acababa como una verdadera puta mientras el turro me cogía de una manera salvaje. Pero todo no pasaba de ser una fantasía.

Mientras oía de fondo el insufrible relato del comentarista deportivo, me senté en la cocina a mirar algo en un pequeño televisor instalado allí.

De pronto Raúl entró a la cocina, acercándose a mí.
Le pregunté si necesitaba algo y sin responderme se inclinó, intentando besarme en los labios. Me levanté dándole un empujón…

“Estoy aburrido, tu marido se quedó frito y el partido es muy malo” Dijo.

Me asomé al marco de la puerta para verificar que era verdad; Víctor roncaba desparramado en el sillón, con el volumen bastante alto.

“Dejé el volumen alto por si se despierta… así no va a oírnos…” Dijo Raúl acercándose a mi espalda y apoyándome directamente la verga endurecida entre mis redondos cachetes, bien marcados por mi ajustada calza. Una de sus manos pasó por mi vientre, apretándome contra él.

“Qué estás haciendo, hijo de puta, mi marido está ahí… no lo ves??” Dije.
Pero Raúl dejó escapar una ligera carcajada, diciendo que ni con una banda de música se despertaría Víctor…

Ahora sentía un suave calor en mi espalda; no podía ignorar que eso me calentaba sobremanera, aunque le tenía mucha bronca a Raúl.
Me sentía excitada; mi cuerpo me pedía a gritos esa verga que tenía apoyada contra mi culo.

“Vas a ser mía, aunque no lo quieras, Anita”. Susurró suave en mi oído.
“No…nunca, hijo de puta, nunca voy a ser tuya” Respondí con bronca.

Pero era mentira. Yo sabía que con cada segundo que pasaba, mis pocas defensas iban a ir cayendo, hasta dejarlo que me cogiera como yo siempre había fantaseado.

Sentí que sus manos tomaban mis hombros y me obligaban a inclinarme sobre la mesa de la cocina. Después muy suavemente, Raúl deslizó mis calzas hasta mis tobillos. La vista de mi tanga negra de seda lo hizo silbar de excitación. La deslizó hacia un costado y entonces sentí que se arrodillaba detrás mío. Enseguida su lengua comenzó a acariciar mi clítoris y a penetrar suavemente entre mis labios vaginales, ahora totalmente humedecidos por la calentura.

“Estás muy caliente, Anita, pero yo tengo la solución para ello” Me dijo suavemente, mientras sentía que se incorporaba y se bajaba los pantalones.
Casi sin darme tiempo a nada, su poderosa verga entró entre mis labios vaginales y en un solo empujón llegó hasta el fondo de mi húmeda concha.

Dejé escapar un largo suspiro y él gimió también, diciéndome al oído:
“Ahhh, pedazo de puta… sabía que iba a gustarte mi verga en tu concha.”

“No me diste opción, hijo de puta, me estás cogiendo sin preguntarme”
“Te encanta mi pija, como le encanta a todas las putitas” Dijo riendo.
“No…no.., no soy una puta”. Le respondí apretando los dientes con bronca.

Pero Raúl ya no dijo nada más. Tomó mis cabellos con una de sus manos y eso me hizo llevar mi cabeza hacia atrás. Al mismo tiempo comenzó a bombearme con un ritmo brutal, provocándome más dolor que placer.

“Despacio, bruto, me estás lastimando” Dije sollozando entre gemidos.

“Así te gusta, puta, te voy a dejar esa conchita al rojo vivo” Susurró.

Me callé, porque en el fondo sabía que Raúl tenía razón, ya no podía resistirme a nada de lo que él quisiera hacer conmigo. Su verga entrando y saliendo de mi cuerpo me volvía loca, quería más y más, mucho más…

Tuve un primer orgasmo que me dejó temblando contra esa pija maravillosa. Raúl lo notó y sonrió. De repente se salió de mi concha y se sentó en una silla ordenándome:
“Ahora vas a cabalgar como una buena yegua, te vas a sentar aquí” Dijo, señalándome su enorme verga que apuntaba al cielorraso.

Me quité las calzas que todavía estaban en mis tobillos, me corrí la tanga a un costado y me monté desesperadamente sobre ese mástil tieso.
La endurecida pija me empaló sin piedad, pero entonces comencé a hamacarme sobre su cuerpo, sintiendo como ese tremendo pedazo de carne se deslizaba en mi interior según mi propia voluntad.

Comencé a gemir y suspirar más rápido, mezcla del dolor y el placer que me iban invadiendo.

“Qué pasa, Anita, es demasiado grande mi pija para tu conchita?
“Sí, turro, es grande…muy grande…y me duele mucho adentro” Le dije.
“Te la saco y terminamos aquí?” Preguntó con una risa socarrona.
“No te atrevas…me encanta, me vuelve loca que me cojas así” Le grité.

El siguiente orgasmo fue lo más parecido a un estallido. Acabé temblando sin control, mientras sentía que Raúl también se descargaba dentro de mi vagina, llenándomela de semen hirviendo.
Me desplomé sobre su hombro, mientras le pedía que siguiera cogiéndome y que me hiciera acabar otra vez como a una buena perra.
De repente alguien tocó mi hombro, sacudiéndome levemente.

Me desperté y vi que estaba con mi cabeza apoyada en la mesa de la cocina, con el pequeño televisor encendido y la película casi finalizando.
Quien sacudía mi hombro era Raúl, que sonriente me dijo:

“Estoy aburrido, tu marido se quedó frito y el partido es muy malo”

Me levanté de la silla y desde el marco de la puerta vi que Víctor roncaba cómodamente despatarrado en el sofá del comedor, frente al televisor.

En ese momento sentí la verga endurecida de Raúl apoyarse en mi culo…

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