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Mi Madrastra, La Más Puta

Mi Madrastra, La Más Puta
Allí estaba yo, cascándomela en la ducha. Comenzaba el verano e iba a dejar mi pequeño piso de estudiante por la casa de mi padre para estar allí hasta septiembre. Y como allí no tendría tanta libertad para andar en pelotas por casa y pelármela cuando me apeteciese, pues me estaba dando un último homenaje antes de coger el coche y hacer el tedioso viaje.

Mis padres están divorciados desde que era pequeño, aunque se llevan muy bien. Ella es una hippie que marchó a Ibiza con antiguos amigos de juventud; mi padre es un empleado de banca bastante serio pero muy bonachón. Normalmente, en verano voy a Ibiza por razones evidentes: tengo alojamiento gratuito y pensión completa en una isla cojonuda. La gente paga por pasar allí una semana; yo estoy dos meses a cuerpo de rey y sin soltar un duro, y mi madre encantada de tenerme con ella. Y como es tan bohemia, me deja ir a mi aire sin muchas objeciones.

Pero el año pasado fue diferente. Mi padre había rehecho su vida con otra mujer. Él le sacaba más de veinte años, puesto que ya sobrepasa con mucho la cincuentena, y ella apenas contaba treinta y cinco. Se conocieron en el banco, donde fue destinada bajo el mando de mi padre. Después de un tiempo juntos, Maite, que así se llama la mujer, quedó embarazada; aunque ya tenía una niña pequeña de un matrimonio anterior. Yo, que siempre he sido hijo único, me hacía mucha ilusión pasar un verano con mi nueva hermanica, y la verdad que también con mi hermanastra, que era un encanto de cría. Así que acudí de buena gana cuando recibí la “invitación” de mi padre a pasar allí el verano (realmente era una llamada de auxilio, al ver la que se le venía encima con un nuevo bebé a su edad).

Maite, en cambio, no era ningún encanto. No me caía bien. Sólo la conocía de varias comidas familiares que habíamos compartido, pero no me gustaba nada. Era muy chula y prepotente, tenía muy subido el ego por su trabajo, y también porque sabía que estaba buenísima. Era la típica encargada de banco exuberante, de grandes pechos y culo pronunciado. Además muy guapa, con unos profundos ojos verdes. Con mi padre creo que se portaba bien, y eso era lo que me importaba; pero conmigo no. Todas las veces que habíamos coincidido, me había dicho algunos comentarios que no venían nada a cuento. A veces relacionados con mi carrera (Periodismo), que ella consideraba peor que la suya; otras veces señalando los muchos años que llevaba ya estudiando (aunque ahí tenía razón). Y siempre organizaba la reunión, comida, o lo que fuera, sin dar posibilidades a los demás prácticamente ni de opinar.

Por eso también quería ir a casa de mi padre. Para conocer mejor a Maite y estrechar lazos; y quitarme esa visión que tenía de ella, si es que era posible.

—–

Para celebrar mi llegada, la primera noche fuimos todos a cenar a un mesón cercano. Lo conocía de otras veces, y se comía muy bien. Sobre todo me gustaba una tortilla de espárragos que hacían, y también las carnes.

– Bueno cuéntanos, ¿cuántas te han quedado este año? ¿O has aprobado todas? -la primera en la frente; apenas nos habíamos sentado y Maite ya me pinchaba.

– Todas menos dos. Las tendré el año que viene, y el trabajo de final de grado -contesté.

– Hombre no está mal… ¿Serán las más difíciles, no? Aunque en Periodismo no es que sean muy difíciles -continuó azuzándome.

– Yo creo que las más difíciles…

– Bueno no te preocupes; cuéntanos de qué vas a hacer el trabajo -interrumpió mi padre, viniendo raudo a mi res**te.

“Sobre cómo matar a la novia de mi padre”, pensé.

– Pues no lo he decidido aún, papa. De algo de deporte.

– ¡De deporte! Es un tema muy trillado, ¿no? -malmetió Maite-. Quiero decir… que los chicos siempre lo hacéis de eso, ¿no?

Yo quería acabar la conversación porque no me sentía cómodo teniendo que “justificarme” continuamente con ella, y además me importaba tres pepinos lo que pensara de mis estudios.

– Que no sé, no lo tengo pensao definitivo aún -sentencié.

– Pero chico lo tienes que decidir ya, ¿o qué? Que se te echará el tiempo encima -ante su insistencia, la mejor manera que vi para cortar el tema fue levantarme e ir al baño.

Al volver, y para mi sorpresa, ya estaban poniendo los platos, sin haber pedido yo aún.

– ¿Qué es esto? -pregunté al ver almejas, mejillones, navajas y otras cosas que no son de mi gusto.

– … es que Maite ya había reservado el menú cuando pidió la mesa … -respondió mi padre con cara de circunstancias. Vi que acababa de caer en que no me gustan los mariscos y similares.

– ¿Qué? Pero yo pensaba que pedíamos aquí lo que quisiéramos.

– ¿No te gusta esto? Anda pruébalo. Hasta Nayara se lo come -dijo Maite; Nayara es su hija del matrimonio anterior.

– Es que no puedo comer estas cosas. Me sientan mal -era verdad; en alguna ocasión unas gambas me hicieron una reacción en la cara.

Miré la mesa con decepción; tenía hambre y casi nada de lo que había me gustaba. Empezaba el verano con buen pie.

– Eso son tonterías. Con la edad que tienes y no quieres ni siquiera probarlo -comentó Maite-. Pero si quieres pedimos salchichas frankfurt o huevo frito -lo dijo seria, pero yo sabía que la intención era ridiculizarme.

– No no, ya como de esto…

La cena fue ruinosa, entre los comentarios de la novia de mi padre y lo poco que comí. Al llegar a casa asalté la nevera, y me hice leche con cereales y galletas.

– Eso engorda -fue la observación de Maite-. No te las acabes todas que Nayara tiene que tener mañana para desayunar.

– ¿Que engorda? Me da igual, estoy flaco -me defendí.

– Ya llegarás a los treinta, ya… -apostilló saliendo de la cocina, mientras yo le hacía una mueca a sus espaldas.

—–

Los días siguientes disfruté mucho con mi hermana, cambiándola, durmiéndola y jugando con ella. También con Nayara, que estaba loquica conmigo. Y la verdad que les vino muy bien a mi padre y a Maite, que podían ir a trabajar sin agobios porque me quedaba yo con las pequeñas. Acababa rendido todos los días. Alguna tarde quedé con mis amigos de toda la vida, pero la verdad que pocas veces porque tenía que estar al tanto de las chicas casi todo el día.

Llegó un viernes, después de una semana y media desde que empecé las vacaciones. Había quedado con mis colegas para salir por la noche (la primera desde que llegué). Era el primer día que nos juntábamos todos tras el curso, y nos íbamos a ir de cena y borrachera. Hasta habíamos comprado cervezas y vodka para beber en la peña. Pero lo mejor es que salía con nosotros Mapi, la chica que me gustaba desde hacía mucho tiempo. Se iba todo el verano a Irlanda y sólo estaría este finde en la ciudad.

tio q hoy t la follas

en serio q viene la mapi con nosotros

???

q si q si coño

q se lo ha dixo al Pelusa

joer tio q me voy a poner mu nerviosoooooo

jajaja

jajajaj

tranki

q hemos comprado 2 botellas de basolut

absolut

ostia tio q no la veo dsd el verano pasao

pues el pelusa me ha dixo q ella le ha preguntao x ti

que si ibas a salir

y el pelusa le ha dixo k si, xq ya habias venido a casa d tu padre

jeje q bueno

pero tú estate conmigo eh?

k si joer jajajaja

bueno y tu??? Le dices alg a Patri o q

jajaja a esa le meto ferrete hoy

ya veras

jajaja

jajajaj

bueno tio te tengo q dejar

q estoy aki con las niñas

jajaja vale pringao

sta noxe nos vemos

talue

Esa era la conversación que tuve por WhatsApp con un colega. Después de los exámenes, y de no tomar más que alguna cerveza por la tarde, tenía unas ganas locas de juerga. Con el añadido de que iba a salir Mapi.

Me duché y me maqueé; me puse mis Levis favoritos y un par de pulverizaciones de Massimo Dutti. Y el toque final: gomina para dejar el pelo “cuidadosamente despeinado”. Bajé las escaleras con el móvil en la mano, avisando de que ya salía de casa. Pero me topé con Maite en la puerta, poniéndose unos pendientes y bastante arreglada.

– ¿Dónde vas? –quiso saber.

– He quedao con estos.

– ¿Cómo que has quedado? ¿No te ha dicho nada tu padre?

– No. ¿De qué? ¿Qué me tiene que decir? –pregunté nervioso.

– Que hoy tenemos cena. Te quedas con las niñas –no era una petición; más bien una orden sin concesiones.

– ¿Queeeee? ¡No sabía nada!

– No no. Te quedas con las niñas –repitió.

– Que no puedo, de verdad –supliqué.

Ella me miró a los ojos impasible; empecé a entender que esta mujer siempre conseguía lo que quería.

– Tenemos cena con un alto cargo de la central y no hay niñera. Tú venías aquí para esto –parecía una jueza dictando sentencia.

– Por favor… hoy viene una chica… -imploré con un hilo de voz, ya sin esperanza.

– Llegaremos pronto. Podrás salir después –fue la única gracia que me concedió.

Subí de nuevo a mi cuarto, rabioso, avisando al grupo de WhatsApp que lo más seguro que no saliese, y si lo hacía sería tarde.

Me quedé con las crías; mi hermana durmiendo como una santa, y la hija de la bruja jugando conmigo sin parar hasta que también se durmió después de cenar. Mandaron alguna foto al grupo, que me causaron envidia por no estar allí. Además Mapi en primera fila riendo. Para pasar mejor el disgusto, me serví un par de gin-tonics, viendo una peli bajada del torrent.

Con los vapores del alcohol, se me pasó por la cabeza una maldad: rebuscar en la ropa interior de Maite y frotármela por la polla. Sería una pequeña venganza por joderme la noche. Fui a su alcoba, y abrí el cajón de la ropa interior. Menuda guarrilla, tenía dos consoladores, uno de esos que vibran y otro era una polla enorme de goma. Además había lo que parecía ser una fusta. Debía de ser para caballos, porque tenía etiqueta del Decathlon. Debajo estaba lleno de lencería fina, roja, negra, y blanca. Mi padre se lo tenía que pasar de miedo con la furcia de Maite.

Iba a coger todo y revisarlo, pero en el último momento me entró el miedo y desistí. Pensé que esta tía fijo que sabe la posición en que deja los cajones, y sólo faltaba que me echara la culpa de regirarle sus cosas.

Volví al sofá y me bebí otro par de gin-tonics. Iba más borrachillo conforme pasaban las horas. Al acabarme el quinto de la noche, escuché la puerta. Eran casi las cuatro de la mañana (jodo, y decía que venían pronto). De modo que fui a su encuentro; iban tan bebidos o más que yo, con el cachondeo en el cuerpo.

– Buenas chaval, ¿todo bien con los dos terremotos? –preguntó mi padre.

– Sí sí, están dormidas. Me voy a ver si aún está la peña por ahí –dije al tiempo que salía veloz de la casa.

– Pásalo bien… -deseó Maite, me pareció que con cierto retintín.

– Vosotros también en los caballos –le solté, aunque creo que no me oyó.

Por supuesto, al llegar al pub donde estaban mis colegas, Mapi ya se había ido. Maldije mi vida.

– Tío ha preguntao por ti y ha esperao bastante, pero mañana tenía que hacerse la maleta y eso.

– Mecagon mi puta calavera –proferí.

“Jodida madrastra, esta me la paga”, me prometí. Sabía que la culpa también era de mi padre, por no haberme avisado de que no había niñera, pero a él le disculpo porque es un despistado. Además qué coño, él es mi padre. Ella en cambió pareció disfrutar de verme desesperado por tener que quedarme en casa.

Me cogí un p**o de campeonato, y llegué a casa muy de día, después de almorzar en un bar. Desperté a la hora de comer, con un cuerpo jotero que daba pena verme. Después de picar cuatro cosas y beberme un par de cocacolas (mi estómago no admitía mucha comida), fui a echarme a la cama otra vez.

Pero hete aquí que Maite me volvió a joder.

Ellos también estaban resacosos; de hecho mi padre dormía la siesta a pierna suelta. No habían hecho tan tarde ni volvieron tan ciegos, pero a mayor edad, más se pagan las consecuencias de una juerga.

– La niña está dormida, pero Nayara no para quieta. Llévatela a jugar al parque –me ordenó Maite.

– No no, imposible. No puedo, estoy medio muerto –alegué.

– Llévatela porque si se queda no nos va a dejar dormir ni a ti ni a nadie.

– Te digo que no puedo, llevo una resaca de la muerte –reiteré.

– Y yo te digo que la bajes al parque a jugar.

Esta mujer no daba su brazo a torcer. Y tenía la misma cara inalterable de la noche anterior. Me daban mucho coraje sus continuas órdenes; pero al mismo tiempo sentía una extraña atracción al recibirlas de una tía buena, y sin posibilidad de contradecirlas.

– Maite no me jodas, que tengo mucha resaca…

– Yo también, y como eres más joven, la puedes aguantar mejor. Así que saca a la niña YA.

– ¿¡Qué!? ¡Pero si sólo tienes diez años más que yo! –argumenté a mi favor.

– Uyyyy, pero diez años a estas edades se notan mucho, ya lo verás. Así que déjate de hostias y vete al parque de una puta vez –y con eso zanjó todo.

Me descolocó bastante que me hablara así; no le había oído antes decir tacos. Experimenté una extraña mezcla de sensaciones, porque por una parte me irritaban profundamente sus mandatos, pero por otra era excitante que me los diera con tanta firmeza, y con un atuendo que no era tan solemne como el de la noche anterior: descalza, con un pantalón corto de estar por casa y una camiseta de tirantes sin nada debajo. Le miré de reojo el escotazo, no sin temor de ser descubierto e increpado por ello.

Sin rechistar, cogí a Nayara y la llevé a que jugara con otros niños. En el parque le di vueltas a lo sucedido; las clásicas rayadas que conlleva la resaca: los consoladores gigantes, la quedada frustrada con Mapi, las órdenes de Maite. Estuve wasapeando un buen rato, mientras vigilaba a mi hermanastra y pensaba en la zorra de su madre.

—–

La semana siguiente transcurrió más o menos tranquila, dentro de lo que cabe. Seguí ocupándome de las pequeñas cuando se me requería. Una tarde quedé con un amigo, para echar una play y merendar en casa. Íbamos por el cuarto partido cuando llegó Maite con las niñas. Nos saludó muy seca y se metió en la cocina. Desde allí me llamó.

– ¿Qué coño hace ese melenudo aquí? –me preguntó una vez acudí a la cocina y cerré la puerta.

– Es el Pelusa, mi amigo de toda la vida –le contesté, viendo que se avecinaba otra confrontación.

– Que se vaya YA. Con esas pintas parece un guarro asqueroso –dijo en un tono muy despectivo.

– Es ingeniero eléctrico y trabaja en Endesa –le informé.

– Por mí como si es ministro. Que se vaya de mi casa, no quiero que un piojoso esté cerca de las niñas –nuevamente se mostró autoritaria.

Me estaba poniendo muy nervioso; una cosa era obedecer y ayudar en casa, y otra muy distinta que no pudiera traer a un amiguete a merendar.

– Y una mierda Maite, ya vale. Lo primero NO ES TU CASA. Lo segundo ES MI CASA Y TRAIGO A QUIEN ME PASA POR LOS HUEVOS –me noté que temblaba de arriba abajo por los nervios, pero creo que se lo dije claro y con firmeza-. Y ahora nos vamos, pero no porque me lo digas, sino porque quiero yo.

Me miró con los ojos muy abiertos, sorprendida de mi arranque. No le di opción a responder porque salí de la cocina, pero de todas formas no me habría contestado.

– Vámonos –le dije a Pelusa.

– ¿Qué ha pasao? –preguntó desconcertado.

– Nada, que ha habido movida, ya te contaré.

Pero no le confesé la verdad; le comenté que me querían empaquetar otra vez a las crías y me había negado. No quería herir sus sentimientos de melenudo.

—–

Creía que después de eso recibiría una disculpa de Maite, pero nada más lejos de la realidad. Al contrario, se puso estupenda y seguía con su carácter despótico. Por mi parte, tras ese inesperado arrebato de cólera, adopté un perfil bajo y no ponía muchas pegas, evitando conflictos.

Ocurrió que un día, sin esperarlo, le vi las tetas a Maite. Aunque el bebé ya comía más cosas, de vez en cuando aún le daba el pecho. Normalmente se iba a su dormitorio y lo hacía discretamente; pero aquél día no. Ni siquiera vestía una camiseta que se bajara de un lado y descubriera un seno: no llevaba nada arriba. Iba descalza, y únicamente tenía puestos unos shorts, nada más.

Me quedé pillao mirándole las tetas; mi hermanica mamaba de una, pero la otra lucía en todo su esplendor, grande, redonda e hinchada de leche, y con el pezón muy oscuro y húmedo. La había cambiado de teta hacía muy poco.

Debió de pasar muy poco tiempo, cuatro o cinco segundos a lo sumo, pero se me hicieron larguísimos. Entonces su voz me sacó del encantamiento.

– Qué miras, cerdo.

Levanté la vista a su cara, que me miraba fijamente e inmutable, como siempre. Por un momento me había quedado sin habla.

– … eh … perdón –musité.

– Se lo voy a decir a tu padre –me advirtió.

– ¿Qué? ¿Pero qué le vas a decir? –noté que se me ruborizaban las mejillas rápidamente.

– Que eres un cerdo que me mira las tetas.

– Pero qué dices tía, me estás flipando… -estaba turbado, no entendía nada.

La mujer continuó dando el pecho a la niña tranquilamente, pero me miraba entre airada y desafiante.

– Y sigues ahí, pasmado, mirando. Ya lo creo que se lo digo a tu padre -continuó amenazando.

– ¡¿Pero tú qué coño le vas a decir a él, eh?! ¡Si estás en pleno salón con las tetas al aire! ¡Yo qué culpa tengo! ¡Yo sí que voy a hablar con él! -reaccioné al fin.

– Es que parece que no hayas visto unas tetas en tu puta vida. Igual es que no las has visto. Igual es que eres maricón. ¿Eres maricón? -se mofó con sorna.

Aquello era la gota que colmaba el vaso. No contenta con aprovecharse de mi todo que podía y más, ahora se burlaba. Me entraron unas ganas tremendas de cruzarle la cara.

– Mira, no te doy dos hostias porque tengo más talento que tú -dije, y me di la vuelta.

Pero al alejarme, la escuché:

– A lo mejor es lo que deberías hacer…

—–

Aquel episodio me aturdió bastante. Estaba muy cabreado. No había hecho nada, y no sólo me llevé una bronca, sino que encima fui insultado. ¿Qué debía hacer? ¿Hablar con mi padre? No me hacía mucha gracia, porque no me apetecía contarle ni la discusión, ni que su origen había sido que su novia iba con las tetas al aire por casa como si nada.

Pensé otra cosa. ¿No me había llamado maricón? Se iba a enterar de lo maricón que era. En ese momento estaba solo en casa, así que aproveché la coyuntura. Subí a su habitación, abrí el cajón secreto y me puse a inspeccionar todo. Cogí los consoladores (nunca había tocado ninguno), y saqué toda su ropa interior. Era bonita, y tenía pinta de no ser barata. La olí toda, pero no había nada recién usado; el aroma era a suavizante. La dejé sin ningún cuidado en el cajón de nuevo; esta vez me daba igual que se diera cuenta. Bueno no me daba igual, quería que se diera cuenta.

Abrí el siguiente cajón, donde había ropa interior normal, de uso diario. Escogí unas bragas blancas de algodón, nada especial. Sabía que estas se las pondría cualquier día. Me bajé los pantalones y los calzoncillos, y comencé a refrotarlas por mi polla. En seguida se puso tiesa, excitado como estaba por lo que había visto y por lo que estaba haciendo. Pero no era una paja para disfrutar, era una paja rápida que tenía que dejar huella. Me la pasé por el glande, por los huevos y hasta por el perineo, mientras me masturbaba. La eyaculación se acercaba, así que me preparé. Envolví el miembro completamente con las bragas, y le di fuerte. “Esto va por tí Maite, te lo dedico”, pensé al correrme, una corrida espléndida no ya por el gusto, sino por la satisfacción de hacerlo en las bragas de esa furcia. Las doblé, cuidándome de que no se saliera el pringue, y las dejé en su sitio.

Ahora sólo tocaba esperar.

—–

Al día siguiente estaba ansioso por observar la cara de Maite. A ver si adivinaba algo en su rostro, cualquier gesto o expresión que la delatara. O directamente que me echara en cara lo que había hecho, o me increpara.

Nada de eso pasó. Si había descubierto el pastel (nunca mejor dicho), lo disimulaba mejor que un experimentado jugador de póker. Eso sí, por la tarde me llevé las crías a pasear como era habitual, sin cuestionar sus órdenes. Pasó el día sin incidencias, y cenamos tranquilamente. Después de leer un rato, me fui a dormir. Entonces fue cuando me llevé la sorpresa: encima de la cama, cuidadosamente puesto en el centro, estaba la fusta del decathlon.

¿Qué coño quería decir? ¿Qué mensaje me estaba dando? Me ponía nervioso y me excitaba a un tiempo. Sin duda había visto la corrida en sus bragas. ¿Por qué me daba la fusta para caballos? No entendía nada.

Por la mañana, me levanté con el asunto en la mente. Le hubiera querido preguntar pero no sabía cómo. Era sábado, con lo cual ni mi padre ni ella trabajaban y desayunamos todos juntos. Maite estaba inusualmente simpática, servil incluso. Me preguntó qué quería, me hizo un colacao y preparó tostadas. Yo ahí ya flipaba con los cambios de actitud de esta mujer.

Fuimos a pasar el día al parque de atracciones. Transcurrió todo de fábula; Nayara lo pasó en grande y los demás también. A la hora de comer en un pequeño restaurante, la cría pidió el menú infantil, y yo unos espaguetis y detrás lomo a la riojana. Miré de reojo a Maite a ver qué hacía tras pedir yo, si desaprobaba mi elección, refunfuñaba, o se ponía a bailar una jota. Porque ya nada me hubiera sorprendido.

– Seguro que está delicioso -dijo sonriendo y mirándome.

Me levanté y fui al wc a hacer pis y lavarme las manos. Al salir justo entraba Maite por el pasillo. Era el momento de hablarle.

– ¿Oye qué es eso que dejaste en mi cama…? Porque lo has dejao tú -dije.

Me clavó una mirada que casi me dio miedo, y empujándome contra la pared, me aprisionó con los brazos. Menos mal que no pasaba nadie por allí.

– ¿No decías que me ibas a dar dos hostias? Pues a ver qué se te ocurre -me desafió.

Me dio un apretón en los huevos y enfiló hacia el baño de chicas.

Regresé con un ligero dolor en el vientre, pero más me dolía el orgullo. Quería darle una lección con la corrida en las bragas y ella ni lo había mencionado. Al contrario, me había retado a que le diera dos hostias. Ahora lo comprendía, desde el momento en que sentí la presión en los testículos: me estaba provocando continuamente.

Cuando ella volvió a la mesa, ya tenía la cara formal y prudente que mantendría todo el día. Sonrió y hasta bromeó, y no había ni rastro de las “amenazas”.

Por la noche, como es lógico, estábamos todos hechos polvo. Nos fuimos a dormir no muy tarde; pero al poco, escuché el llanto del bebé. Maite salió al pasillo a pasearla en brazos, intentando dormirla. Se había desvelado la pobre, y ahora no se dormía. Y claro, yo tampoco. Pasaron los minutos; quince, veinte, media hora… Cuando habrían pasado unos tres cuartos se durmió. Escuché las pisadas amortiguadas de Maite llevándola a la cuna, en su dormitorio. Pero un minuto después escuché que mi puerta se abría en la oscuridad.

– ¿Quién es? -pregunté en voz baja, aunque ya sabía de quién se trataba.

– Calla cerdo -ordenó Maite, que había llegado hasta mi cama y estaba destapando ya mis mantas.

– Pero qué haces -dije sin que me diera tiempo a reaccionar.

– Tenemos poco tiempo. Calla o vas a despertar a tu padre -exhortó mientras colocaba su vientre sobre mis piernas, y bajaba su braga ofreciendo el culo -. ¿No querías darme dos hostias? Dámelas ahora con la fusta.

– ¿Pero qué…?

– ¡Que me las des! ¡O con la mano!

Extrañado, apenas rocé su culo desnudo con la palma.

– ¿Eso es una hostia? Ya decía yo que eras maricón.

Le di un poco más fuerte.

– Dame más fuerte maricón de mierda.

Le di una palmada con más fuerza, pero no quería hacer ruido. Entonces me agarró los huevos con violencia.

– O me das fuerte o no los suelto -amenazó rabiosa.

Entonces le di un hostión que me hizo daño incluso a mí, pero repetí y le di otra. ¡Plas, plas!

– Ahhhh… así sí… -gimió.

Se subió las bragas, se puso de rodillas en el suelo y me bajó los calzoncillos. Mi polla, que no estaba dura del todo, quedó al descubierto. Se la metió ávida en la boca, donde creció al instante. Me la chupó con fruición, sin detenerse ni recrearse. No lamió los lados ni paró a juguetear con la lengua. Buscaba mi corrida rápida.

– Ufffff… así no aguanto eh Maite…

Su respuesta fue acelerar el ritmo. No había duda de que quería que me corriera en su boca. Para qué luchar: me relajé y me dejé llevar, disfrutando de lo poco que quedaba de mamada. Los músculos se tensaron un segundo, hasta que por fin se aflojaron en un maravilloso orgasmo que Maite también disfrutó, tragándose todo el semen.

Se fue sin decir nada; yo seguí sentado en la cama unos minutos, con los gayumbos por los tobillos, todavía shockeado.

—–

El día siguiente transcurrió, como yo esperaba, sin novedades ni tensiones. Pero yo no dejaba de pensar en lo que me había hecho por la noche, y aunque me jodía sobremanera desearla, algo en mí ansiaba que la puerta se volviera a abrir de mad**gada. Me acosté sin esperanzas (la verdad es que yo tampoco le había mostrado mis deseos, ni habíamos hablado del tema); pero hacia la una, cuando mi padre ya roncaba, escuché cómo se abría lentamente la hoja de madera. Se acercó hasta la cama, y aparté la sábana para recibirla. Quería besarla y acariciarla, pero en cuanto llegó, me sorprendió con un bofetón en la mejilla.

– ¿Por qué coño no me has dicho nada hoy de lo de anoche? –preguntó malhumorada. No le veía la cara pero la debía de tener de mala leche.

– Pero… no sé… -respondí desconcertado por el hostión.

– Ahora dame en el culo, pero fuerte, niñato de mierda.

Con el culo en mi regazo, le dí dos tortazos a medio gas. Entonces, no sé por qué, en un arrebato le quise tocar el coño, meterle un dedo o algo. Su respuesta fue incorporarse y darme otra hostia en la cara.

– ¡NO! Ese agujero no lo vas a probar hoy. ¡Sigue!

Y le di unos azotes más, hasta que ella me ordenó que parase. No me atreví a contradecirla por miedo a recibir otra vez.

– Y hoy, por ansioso, te quedas sin mamada niñato mimao. Mañana me follaré a tu padre pensando en ti.

Esta mujer me desquiciaba. Ahora no me la chupaba. Pues se iba a enterar.

– ¡Espera! –le ordené, cuando casi salía de la habitación. Cogí la fusta que descansaba todavía en el cajón de mi mesilla-. Ahora te vas a enterar, maldita zorra.

Paró en seco sus pasos. No dijo nada, pero a buen seguro su rostro era de asombro.

– ¿Es que no me has oído, puta? Ven aquí antes de que me levante –me estaba oyendo hablar a mí mismo, y ni yo me lo creía.

Escuché sus pasos que se acercaban de nuevo, y nuevamente se postró en mis piernas.

– Quiero que te bajes las bragas y dejes tu culo a mi disposición –le exhorté. Estaba cogiendo el gustillo a eso de mandarle cosas.

Sin rechistar, se bajó las braguitas y me ofreció su culo. Como estaba muy oscuro y apenas se intuían las formas, le palpé ambos glúteos, sin pegarle, para tenerlos bien localizados. Agarré la fusta… ¡y zas! le di un buen azote. “Ay”, gimió muy débilmente. ¡Zas! Otro azote, y otro gemido de Maite. Le di el tercero, un poco más fuerte, a lo que siguió un queja suya con un hilillo de voz. El cuarto azote fue más fuerte todavía; tenía miedo de que mi padre pudiera despertar y se encontrara con la rocambolesca escena; pero no obstante le di el quinto azote. Y el sexto.

Entonces paré, un tanto preocupado por si la emoción del momento había hecho que me pasase de la raya. Pero no fue así. Al contrario: Maite se subió las bragas, y a continuación me bajó los calzoncillos. Mi polla estaba dura (esto del sadomaso me estaba empezando a gustar bastante), y comenzó a chuparla.

– Hoy te lo has merecido, maldito criajo –no sabía si era un insulto o un cumplido, pero el caso es que me estaba chupando la polla.

Se esmeró bastante, más que la noche anterior: o quería premiarme por mi renacido carácter, o estaba muy excitada. Posiblemente fueran ambas cosas. Me lamió los huevos mientras frotaba el miembro con la mano, y seguidamente lo recorría con la lengua hasta el glande. Era pura humedad, entre su saliva, y mi abundante líquido fruto de la excitación.

– ¿Te gusta, niñato maricón? –preguntó con la boca llena.

– Me encanta, zorra…

Dándose cuenta perfectamente de mis tiempos, se puso a succionar buscando ávidamente mi corrida. La quería otra vez en su boca, quería tragarse mi semen… y lo iba a tener. Me recosté hacia atrás y me dejé llevar, disfrutando de cómo se acercaba el orgasmo, y finalmente llegaba en una explosión de placer mayor que la de la noche anterior.

Ya estaba flácida y Maite no la soltaba, quería sacarme hasta la última gota de esperma. Se lo había tragado todo. La soltó, pero me lamió los testículos, y luego el vientre, y en ese momento hizo algo que no me esperaba y me descolocó: me besó la tripa y fue subiendo, a besos, por el pecho y el cuello, hasta mi cara. Nuestras bocas se unieron y nos dimos un largo morreo que me encantó. Y no se quedó ahí la cosa: al levantarse para irse, me dio una suave caricia en la cara. Parece una tontería, pero semejante muestra de cariño viniendo de una tirana como ella, era algo que me abrumaba y al tiempo me cautivaba.

Salió del dormitorio, y otra vez me quedé pensativo, pero en esta ocasión no le daba vueltas a la sesión de sexo oral, sino a la nueva Maite que parecía florecer en la fascinante mujer que acababa de irse de mi lado.
——
Me obsesioné con Maite. Quería verla, quería abrazarla, quería besarla. También quería pegarle en el culo. Era la novia de mi padre… ¿y qué? Eso no me había frenado hasta ahora; aunque bien mirado… estaba hecho un lío. Y ya no la odiaba, pero no podía mostrarme débil ante ella. Si lo hacía, estaba perdido. Le empezaba a coger el tranquillo.

Justo cuando terminaba julio, mi padre y Maite tenían una cena con los compañeros de la oficina. No iban los peces gordos como en la anterior, sino que era entre amiguetes. Sabía que me tocaba quedarme con las niñas y no me quejé. Hacía sólo dos días de la segunda mamada, y confiaba ciegamente en que cuando volvieran y mi padre se durmiera, Maite vendría a visitarme.

Pero no era muy tarde cuando recibí un WhatsApp de ella:

¿Están las niñas dormidas?

Si si dsd hace un ratillo

Voy a ir para allá en breve.
Me esperas despierto?

Keeee? Y mi padre??

Que le den a ese cornudo.
Está de cháchara con los de la ofi.
Y no le quita ojo al escote de la becaria.

pero ke vas a hacer?? Te vienes sin el??

Pues claro que me voy sin él niñato.
¿O prefieres que venga él también?
¿Le espero y que se venga, eso quieres?

No no
Vente
T espero

A los veinte minutos entraba por la puerta. Llevaba una ceñida falda azul oscuro, y una escotada camisa blanca. Le adornaba el cuello un bonito colgante de oro.

– ¿Estás segura de que no viene? –le pregunté.

– ¿Quieres que llame al notario y me lo ponga en un acta? –ironizó–. Pues claro que no viene. Están todos los viejales babeando con la becaria y yo he dicho que me dolía la cabeza.

Era la primera vez que llamaba viejo a mi padre. Por una parte no quería que hablara mal de él… pero por otra me hacía feliz porque la tenía para mí, y lo demás no me importaba.

La agarré de la cintura, la acerqué, y la besé como anhelaba desde hacía tiempo. Me correspondió (en algún momento dudé de que lo hiciera, contemplando la posibilidad de que me cruzara la cara o algo peor), y me besó tiernamente al principio. Luego se puso cerda y buscaba mi lengua con la suya, la sacaba y me lamía la cara. Me agarró el paquete, que reaccionó al instante, y estiró de mí llevándome a la planta superior. Me dirigía a mi cuarto pero ella me pegó un tirón de la camiseta y rectificando mi dirección, me encaminó a su habitación. La de mi padre.

Se sentó en la cama y fue desabrochándome el cinturón, siempre mirándome a los ojos. Me quité la camiseta mientras ella bajaba el pantalón. La erección era visible bajo el calzoncillo. Me lo quitó, dejándome desnudo, y se metió la polla en la boca. Le cogí la cabeza y la apreté contra mí; luego estiré del pelo hacia atrás, y llevé el compás rítmicamente. Me encantaba follarme su boca, y ella lo disfrutaba también.

– ¿Te gusta, cacho puta? –le pregunté.

– Quiero que me folles en la cama de tu padre –contestó sacándose el pene de la boca.

Se quitó la camisa y sus tetas se quedaron al descubierto. Se las lamí hasta saciarme, primero pasando la lengua por una mientras le pellizcaba la otra, y luego al revés. Mientras tanto Maite me masturbaba lentamente con la mano, con delicioso movimiento de muñeca. Se quitó la falda azul, quedando vestida únicamente en un pequeño tanga blanco. Estaba preciosa: parecía una modelo de anuncio de tampones, con su exquisita figura y respingón culo. Pese a esa maravillosa visión, le bajé el tanga rápidamente, para poder ver su coño que estaba totalmente depilado.

Nos tumbamos y mi mano se dirigió a su entrepierna, que ya chorreaba. Le acaricié por fuera el coño, y esta vez no me dijo nada; se limitó a acariciar mi polla al mismo tiempo. Nos besamos largo y tendido, disfrutando del momento y de nuestros cuerpos. Le toqué toda su anatomía, pasando la mano por cada una de sus curvas. La rodilla, los muslos, la cadera y el culo, los pechos.

– Fóllame YA –me dictó.

Me coloqué encima, y por fin entré en ella. Qué sensación… me encantaba. Empezamos despacio, con ternura; pero poco a poco se fue acelerando todo.

Me empujó para sacarme, me dio la vuelta sin decir nada y se puso encima de mí. Me cabalgaba con fuerza, como siguiera así me corría en nada. Y no quería acabar tan pronto.

– Maite espera…

– Mmmmh nooooo!!! –dijo mientras botaba sobre mí.

Sin decir nada, la quité y la puse a cuatro patas. No se quejó, se dejó hacer. Empecé a darle fuerte desde atrás, notando cómo mi vientre daba en su culo con cada embestida. El meneo de sus tetas era casi hipnótico. Por primera vez vi que tenía un pequeño tatuaje en la espalda, en el costado derecho. Era un hada verde y morada.

– No pares… no pares… -me pidió.

– Si sigo así, me corro…

– Sí… córrete dentro… dentro de mí… -jadeó.

Le di con firmeza, pero no aguantaba más. Quería que ella se corriera antes, pero no podía. Me concentré en el tatuaje. Mientras la seguía follando, lo miré detenidamente: cómo estaba hecho, los colores, el tamaño. Me imaginé a una atractiva tía súper tatuada haciéndoselo, mientras Maite aguantaba en una camilla con las tetas al aire.

– Mmmmhhhh sí!!! Sí!!! –exclamó mientras se corría, sacándome de mi fantasía, y haciendo que automáticamente me corriera también, dejando todo el semen dentro de su vagina. Me desplomé sobre su espalda, exhausto.

Nos tumbamos el uno junto al otro, y me abrazó. Jugueteó con el pelo de mi torso, muy cariñosa. Parecía mentira que ahora me tratara así. Me besaba el hombro, el cuello; un auténtico polvo de enamorados. Y en la cama de mi padre, no se me olvidaba.

– ¿Esto qué ha sido, un polvo vainilla? –preguntó divertida.

– ¿Qué? No sé -confesé.

– ¿No has leído Cincuenta Sombras de Grey?

– Pues no –respondí sincero.

Frunció el ceño, pero en un gesto amable. Siguió dándome besos por el cuerpo.

– ¿No quieres saber cómo conocí a tu padre? –parece que tenía ganas de hablar.

– Hombre, ahora que lo dices –aunque no sé si realmente quería saberlo.

– No le conocí en el banco, como pudieras haber pensado.

La verdad es que no me lo había planteado mucho; pero escuché atento su relato.

– ¿Sabes lo que es una escort? –seguía con sus preguntas.

– Un Ford de hace años. ¿No?

– Jajaja no idiota, una escort es…

– Que ya lo sé, Maite –le interrumpí.

– Bueno, pues yo era una escort. Y no era barata precisamente. Mi especialidad era la dominación, aunque al principio no se me daba bien… pero me fue gustando. Yo soy muy cariñosa, ¿sabes? Pero por… cómo decirlo… “defecto profesional” –le dio cierto énfasis–, se me cambió algo el carácter.

Yo escuchaba atónito su historia. Lo último que me esperaba es que Maite hubiera sido puta de lujo.

– El caso es que yo estudié económicas, y cuando acabé la carrera estuve en un par de cajas de ahorros unos meses. Nunca me hubiera planteado vender mi cuerpo. De hecho era bastante mojigata, y tuve un novio durante mucho tiempo, y luego me casé con él. Tuvimos a Nayara, ¿sabes? Pero al final se fue estropeando todo… nos divorciamos y yo no tenía trabajo… con su pensión no nos llegaba.

» Y ya sabes cómo funcionan estas cosas, te habla una amiga, pruebas una noche con un tío y te paga bien; luego con otro y vas haciendo dinero fácil. En pocos meses me gané buena reputación. Mi cuerpo les gusta a los tíos, y que les domine les pone. Así que fue muy sencillo.

» Pero luego conocí a tu padre. Se hizo cliente habitual, y se enamoró de mí. No quería que fuera con nadie más, se le llevaban los demonios, y fíjate, ahora estoy en su cama follando con su hijo. Me consiguió el trabajo en el banco, y dejé lo otro. Y luego te he conocido a ti.

Yo la observaba, mirándola con los ojos muy abiertos y escuchándola.

– ¿Bueno y qué? ¿No tienes nada que decir? –preguntó tras unos segundos de silencio entre ambos.

– Pues… es que no sé. No sé si es una historia bonita o triste.

– Ya… yo tampoco lo sé. Supongo que está por ver –concluyó.

Aunque había estado muy atento a la narración, también tenía la oreja puesta al pasillo, por si se oía la puerta y tenía que salir corriendo a mi habitación. De momento reinaba el silencio.

Me gustaba mucho Maite, y ahora más. Su cuerpo, con la luz tenue que nos alumbraba, se revelaba de una belleza soberbia. Miré sus curvas pronunciadas, y le pasé la mano por el costado. Le acaricié la espalda y el culo, y empecé a besarle el hombro.

De repente, rompiendo totalmente la magia del momento, estalló el llanto del bebé. Y como si se hubiera activado una alarma, vi que los pezones de Maite se humedecían.

– Pfffff, la niña, le toca el pecho. Ahora vengo.

– ¿Puedo mirarte? Ahora no me irás a pegar –pedí en tono jocoso.

– Pues claro, tonto.

Cogió al bebé, y sentada en la cama, desnuda, la amamantó. Y yo, desnudo también, contemplé cómo mi madrastra, y ahora amante, alimentaba a mi hermana. Fue algo extraño pero bello al mismo tiempo, como una visión de otra época.

Al terminar la dejó en la cuna, dormida al instante. Todavía tenía los grandes pezones muy húmedos.

– Maite… ¿puedo chuparte las tetas? Quiero que me des de mamar a mí –nunca lo había pensado, pero verla dar el pecho me excitó muchísimo.

– Ven aquí –dijo, y fui.

Me amorré a su seno derecho, y succioné. En seguida emergió el líquido, y tragué lo que iba saliendo. Mientras tanto, ella agarró mi polla y la movía arriba y abajo, erecta ya. Cambié de pecho y seguí chupando. Su turgente teta era deliciosa; yo la oprimía suavemente con la mano mientras tragaba la leche. La situación me ponía cachondísimo, quería volver a follarla.

Dejé las tetas y fui bajando por su cuerpo con la boca, besando y lamiendo el vientre. Le olí el pubis, y el aroma me excitó más aún. Pasé la lengua por su monte de Venus, acercándome a la vagina, pero cuando estaba a punto, me alejaba. Lamí la cara interna del muslo, dando pequeños mordiscos hasta el tobillo, para seguidamente chuparle el hermoso pie. Entonces volví a subir, besando y acariciando por el mismo sitio que lo había hecho. Cuando estaba muy cerca del coño, pasé la lengua por encima, haciéndole creer que se lo chupaba ya, pero volví a alejarme para iniciar el mismo camino por la pierna contraria. Tras descender hasta el pie, volví a subir, y de nuevo pasé la lengua rozando los labios. Gimió largamente.

– Cómeme el coño ya, cabrón… Cómo me haces sufrir –se lamentó.

Satisfecho por dentro, comencé a chuparle el clítoris. Tracé círculos con la lengua; luego lo lamí arriba y abajo, siempre cambiando. Sus suspiros de placer me ponían a cien.

Le penetré la vagina con la lengua, entrando todo que podía. Su respiración se aceleró y apretó mi cabeza contra su sexo. Mi boca estaba oprimida contra ella y me ahogaba, pero continué con los movimientos sin parar. Quería que ella gozara como lo había hecho yo.

– Méteme ya la polla… que estoy a punto… –ordenó entre resuellos.

Obediente, me puse sobre ella y la penetré, cogiéndola por las muñecas. Le di fuerte, ahora que podía aguantar más por haberme corrido hacía poco. Empezó a gritar y me preocupó que se despertaran las niñas, pero de momento seguían dormidas.

– Sigue… no pares… que ya… –y emitió un chillido mientras se corría, encorvando el cuerpo, y clavándome las uñas en la espalda.

Aún seguía teniendo espasmos cuando le saqué el miembro y se lo acerqué a la cara.

– Ahora me toca a mí, zorrita –le dije.

Comencé a masturbarme dándole golpes en la cara, mientras ella con la lengua me lamía el glande. Me la agarró y apretó, y la meneó con fuerza, metiéndola en la boca.

– Dale, dale fuerte puta –le exigí.

Ella, obediente, me masturbó sin parar, dando pequeños mordiscos en la punta. La muñeca le iba a muchas revoluciones, y lo acompañaba de manera experta con los labios y la lengua. Tenía la polla a tope, parecía que me iba a explotar, hinchada de sangre como estaba. Por fin, alcancé el orgasmo y eyaculé en su cara y su boca, conteniendo un grito que hubiera despertado al vecindario.

Pese a que me había corrido hacía poco, el clímax fue intensísimo, y una abundante cantidad de semen regó el rostro de Maite, que se relamía y tragaba la mezcla de esperma, sudor y saliva.

– Espera, que te traigo papel para limpiarte –pero en ese momento se oyó la puerta de casa–. ¡Hostia! ¡Me voy! –dije cogiendo mi ropa y saliendo como una exhalación.

Mi padre, algo perjudicado, no se enteró de nada, lo cual fue un alivio para mí.

—–

Las semanas siguientes follamos como conejos. Lo hacíamos siempre que podíamos: en mi cuarto, en el suyo, por la noche de mad**gada, o aprovechando algún hueco en la tarde. Un sábado que fuimos al centro comercial, la reté a ir sin bragas, y no sólo cumplió el reto, sino que aprovechando un rato en el que mi padre se quedó con las niñas en una zona infantil, me arrastró a un probador y me hizo una mamada.

Pero por desgracia todo lo bueno se acaba, y el verano no iba a ser menos. Tocó a su fin, y yo volví a mi piso de estudiante con el corazón encogido. Maite, aunque más entera, tampoco lo pasó bien. Pero claro, tenía que guardar las apariencias con mi padre.

Hablábamos todos los días por WhatsApp y por teléfono; yo la echaba de menos a morir. Apenas salía por las noches y por supuesto ni se me pasaba por la cabeza la idea de liarme con otras. Y me ardía el pecho de rabia sólo con imaginarla acostándose con mi padre.

Ansiaba que llegaran las navidades. Decidí pasarlas enteras en la casa paterna; me daba pena no ver a mi madre pero más me daba no pasar tiempo con Maite. Pudimos estar a solas menos tiempo del que hubiéramos querido, pero aún así lo disfrutamos. En Semana Santa volví al hogar, y la pasión entre nosotros no sólo no descendía, sino que aumentaba.

Fui varios fines de semana a casa, con el único objetivo de estar con Maite. Mi padre no sospechaba nada, y estaba contento con mi presencia allí. Ya no había ni rastro de remordimiento en mi interior; pero la situación empezaba a no sostenerse.

Sobre todo a raíz de un suceso ya avanzada la primavera, cerca del verano.

Como tenían contratada una niñera durante el curso, no hacía falta que yo me encargara tanto de las niñas. Eso provocaba más tiempo juntos entre Maite y yo. Era un sábado por la tarde, cuando las niñas estaban de paseo con su niñera y mi padre había salido de cervezas y cena.

Estaba en mi dormitorio, observando cómo se metía por el coño un consolador de goma. Me encantaba ver cómo se masturbaba para mí, y cómo se retorcía con sus orgasmos.

– Ven… hoy quiero algo diferente –me indicó–. Quiero que me rompas el culo.

Abrí de par en par los ojos, ansioso de cumplir su deseo. Puso lubricante en el consolador, y empezó a dilatarse el ano. Yo la miraba mientras me colocaba un condón y me untaba de lubricante también.

– Vamos… métela niñato –me invitó.

Era la primera vez que daba por el culo, a ella y a cualquiera. Me daba miedo hacerle daño y la metí poco a poco, pero para mi sorpresa entró con facilidad. Era muy placentero, y tenerla a cuatro patas mientras le reventaba el culo me ponía cardíaco.

– Mmmmhhh, rómpeme el culo –gemía–. Ni al cornudo de tu padre le he dejado que me abra este agujero.

Yo estaba realizando demasiado esfuerzo como para hablar. Me limité a mirar el tatuaje mientras seguía con mi movimiento de cadera. La luz estaba apagada y la persiana bajada, por lo que no se apreciaba bien en la penumbra, pero me servía para mi objetivo de durar más.

Entonces, repentinamente, se abrió la puerta de mi cuarto y escuché a mi padre.

– ¡Uy perdón! –se disculpó, y cerró rápidamente tras de sí.

La sorpresa hizo que se me bajara automáticamente.

– Hostia puta…–susurré.

Me quedé paralizado. Mi polla, en caída libre, aún estaba en su culo, pero yo me encontraba totalmente inmóvil. Por fin reaccioné y la saqué poco a poco, con el susto todavía en el cuerpo.

– No te ha debido de reconocer en la oscuridad –dije en voz baja.

– Joder y tanto que no, si no me pela –observó Maite, sentándose tras separarse de mí.

– ¿Qué coño hacemos? ¿Se va a quedar? ¿No tenía cena? –pregunté nervioso.

– ¡Joder y yo qué sé! ¡Sé lo mismo que tú! –protestó Maite, alterada también.

Tenía que hacer algo, pero no podía pensar. Estaba seguro de que no había conocido a Maite, pero aún así la echaría en falta si él se quedaba en casa y ella no entraba por la puerta.

– Vale, vale, tenemos que pensar lo que sea, un plan. Puedes salir despacio y meterte en el baño…

– ¡Pero qué dices atontao! No puedo salir ni de coña.

– A ver, tenemos que hacer algo antes de que se haga más tarde.

– ¡De momento vamos a esperar! –sugirió Maite.

En esas estábamos cuando oímos la puerta de la calle que se cerraba. Me asomé poco a poco, y no escuché nada. Salí y comprobé que mi padre se había ido.

Claro, con la conmoción no atinamos a pensar que si mi padre creía que estaba allí con una chica, no se iba a quedar a esperar a que saliera. Cogió o dejó algo, y se fue sin m*****ar. Pobre hombre. Y yo dándole por culo a su mujer.

Me quedé más tranquilo, pero Maite estaba muy nerviosa aún. Quise terminar lo que habíamos empezado, pero se negó en rotundo.

– ¡No! Y de momento no lo vamos a hacer más. Esto no puede seguir así.

– Pero Maite, qué dices… –mascullé acongojado.

– Que no podemos seguir así. Yo tengo dos hijas, ¿sabes? Y tengo que estar con tu padre.

– Pero Maite, yo te quiero… –dije con lágrimas en los ojos.

– No te pongas así por favor –me pidió, con la cara desencajada a punto de llorar también–. Yo… esto no puede seguir así –repitió.

Se fue a su habitación conteniendo el llanto, algo que yo no pude hacer y rompí a llorar en la cama.

Al día siguiente estaba fatal y mi padre lo notó. Vino a hablar conmigo.

– Chaval, quería decirte que puedes traer a chicas siempre que quieras. Tendría que haber llamao a la puerta –joder lo que me faltaba, mi padre encima se disculpaba. Era justo lo que necesitaba para sentirme como un mierda total.

– No pasa nada, papa. Recojo y me voy ya que no quiero llegar tarde –todavía me quedaban unas semanas de clase y exámenes. Eso me distraería.

Salí sin ver a Maite ni despedirme de ella. Era lo mejor que ambos podíamos hacer. Pero claro, seguía siendo la pareja de mi padre y no iba a ser como cortar con una novia y dejar de verla para siempre.

Pasaron algunas semanas sin hablar con ella, pero un día, cuando aún no había terminado los exámenes, recibí un WhatsApp suyo.

Vas a venir este verano???

No lo sé, no creo Maite

Quiero que vengas.
Te echo mucho de menos.

Pero no puede ser. Tu misma lo dijiste

Te quiero. Eso no va a cambiar.

No le contesté, pero me puse contento. Aunque quería hacerme el duro, y que pensara que no iba a ir, me moría de ganas de volver a casa y verla. Pero eso no iba a solucionar el gran problema que aún teníamos.

Tras acabar el último examen, no me fui a Salou a celebrarlo con los de clase. Hice las maletas y salí a escape para casa. Me preguntaba cómo me recibiría Maite.

En el reencuentro, me abracé con mi padre y las niñas. Estaba muy nervioso, porque no había hablado más con Maite, y ella sabía que iba pero no por mí directamente, sino por mi padre. Vi que Maite me miraba cómplice. Sonreía. Y no sólo con la boca, también con la mirada. Estaba contenta y se le notaba en la cara. Le di dos besos, tocándole casi imperceptiblemente su mano con la mía.

– ¿Ha sido muy largo el viaje? –preguntó mi padre.

– Más de lo que hubiera querido –contesté echando una mirada rápida a Maite.

Por la tarde logramos escabullirnos y echamos un maravilloso polvo en los asientos de atrás del coche.

– ¿Qué vamos a hacer? –le pregunté sudoroso, después de haber acabado.

– No lo sé, sigo sin saber… pero esto no puede seguir así –dijo con determinación.

Pero esta vez no me asusté ni me preocupé al oírle decir eso. No sé qué fue, si el tono de su voz, su expresión, o el bienestar que me embargaba tras el sexo. Esta vez no iba por mí.

—–

Mi padre leía el periódico en el salón. Me acerqué algo inseguro, pero me obligué a mantenerme firme.

– Papa, tengo que hablar contigo –le dije.

– Claro hijo.

– Tengo que presentarte a alguien. A mi novia –le indiqué, sereno.

– ¡Muy bien, me alegro, hijo!

– Ya puedes pasar…

© Odual ([email protected])

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