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Convertida en una puta por la culpa de mi hijo

Convertida en una puta por la culpa de mi hijo
Convertida en una puta por la culpa de mi hijo

Esta es la historia de Irene, una madre sencilla y corriente que sentía un gran amor maternal por su único hijo, pero que por circunstancias inesperadas terminó convirtiéndose en su puta, en su objeto del deseo. Regresaba su hijo Carlos después de dos años en Estados Unidos con una beca de prácticas. Dos años sin verle, dos años sin estar con él, su tesoro, qué feliz estaba Irene. Carlos, de veinticinco años, estudiante de Farmacia, era su único hijo y le amaba por encima de cualquier cosa. Irene tenía cuarenta y cinco años, estaba casada con Miguel, un hombre de negocios que ya rodaba los sesenta y cinco años, un hombre veinte años mayor que ella pero del que se enamoró cuando era muy joven. Era feliz con él, aunque a veces tenía problemas con el alcohol y entonces esa felicidad se resquebrajaba. Era un hombre serio y taciturno. Ella, en cambio, era más viva, más abierta, era la cara agradable del matrimonio, quizás por esa diferencia de edad. Era una mujer guapa y elegante, aunque algo rechoncha, por su vientre rellenito, sus gruesas piernas, su culo gordo, con nalgas flácidas, y sus pechos descomunales, muy caídos y muy anchos en la base, con grandes aureolas marrones y pezones largos y erguidos. Llamaban la atención de cualquier hombre por tan inmenso volumen. Le bailaban en cada paso aunque llevara sujetador. Pero resultaba atractiva por su elegancia a la hora de vestir. Tenía media melena con mechas que descansaba sobre sus hombros, aunque le gustaba llevar coleta, piel tostada, ojos verdes, nariz afilada y labios gruesos. Regentaba una farmacia en la planta baja del edificio donde residía. Vivían en pueblo pequeño de la provincia de Córdoba y su familia estaba bien mirada entre los vecinos.

La ausencia de su hijo Carlos había supuesto un suplicio para ella. Nunca se había separado de él hasta que le concedieron la beca. Quizás por ese carácter de hijo único, le había protegido en exceso, le había mimado hasta la saciedad, era lo más grande que tenía. Carlos había heredado su carácter abierto, tenía muchos amigos, pero nunca le había conocido una novia, y a Irene eso le daba igual, por ella como si no se casaba nunca, por ella conviviría con su hijo toda la vida. En él encontraba la ternura y el cariño que le faltaba a su marido. Carlos no era un modelo, estaba bastante gordito, con una barriga fofa y un cuerpo muy blanco y peludo, aunque su cara no estaba mal. Su avión llegó el sábado al mediodía y el encuentro en el aeropuerto fue espectacular, no paró de darle besos y abrazos durante el camino de vuelta a casa. Con su padre el encuentro fue algo más frío, pero todo se debía a su carácter agrio. Siempre estaba pensando en los negocios. Ya en casa, ambos se tiraron horas y horas hablando de las anécdotas vividas, así hasta casi la una de la mad**gada.

El domingo por la mañana, Carlos se levantó muy temprano, sobre las siete, ni siquiera había amanecido aún. Corría el mes de noviembre, aunque hacía un tiempo excelente. Salió al patio y se encendió un cigarrillo. Deambulaba relajadamente cuando se percató del resplandor de luz procedente del dormitorio de sus padres. Era domingo y le resultó raro que su padre mad**gara. Vio que la ventana estaba un poco abierta y una de las hojas corrida para que entrara el fresco. Se acercó despacio y contempló lo que sucedía dentro. Estaban follando. Alguna vez de pequeño les había oído, pero nunca les había pillado. Su madre estaba debajo, con las piernas separadas, y su padre encima, elevando y bajando su culo arrugado, a un ritmo acompasado, pero ininterrumpido. Ambos emitían jadeos ahogados para no hacer ruido. Ella se mantenía abrazada a él, con las manos en su espalda, jadeando con los ojos muy abiertos mientras él la besuqueaba por el cuello. Llevaba puesta la camisa de un pijama de raso y sólo estaba desnuda de cintura para abajo. Carlos se excitó con la escena. Se bajó la delantera del pijama y tiró el cigarrillo para poderse masturbar. Vio que su padre ahora se menaba muy despacio y que ella cerraba los ojos, señal de que se estaba corriendo. Carlos se la sacudía muy deprisa, y mucho más cuando su padre se incorporó con su pollita tiesa y pudo ver el jugoso chocho de su madre, muy peludo, con una raja muy carnosa y abierta, de donde brotaba una leche espesa que resbalaba hacia la rajita visible del culo. Tenía unas piernas gruesas que se rozaban, aunque una piel muy tersa. Su padre se sentó en el borde de la cama para recuperarse del esfuerzo. Carlos se fijó en que su madre tenía la camisa desabrochada y un lado muy abierto, dejando al descubierto su impresionante teta, tan flácida que caía hacia el lado, con un pezón grande y empitonado en mitad de una aureola oscura. Viendo el chocho de su madre, manchado de esperma, y también su teta, Carlos salpicó sobre el suelo. Aguardó acariciándose hasta que ella se incorporó para abrocharse la camisa del pijama y arroparse de nuevo. Su padre apagó la luz y volvió a tumbarse. Con los ojos cerrados, rememorando la escena que acababa de presenciar, se hizo otra paja.

Su padre salió un rato más tarde ataviado con un chándal y desayunaron juntos en la cocina hablando de cómo iban los negocios. Luego dijo que iba a dar una vuelta por la oficina y a comprar los periódicos, al parecer esa misma noche salía con destino a Londres para cerrar un trato que iba a reportarle suculentos beneficios. De nuevo, solo, fue hacia el dormitorio de su madre. Seguía hechizado por la escena con sus padres follando. Se los había imaginado, los había oído, pero no había tenido la suerte de verles. Le resultaba morboso, aunque sabía que tales emociones eran i****tuosas, que no eran adecuadas, pero él nunca había estado con una tía, sólo a base de pajas con revistas, con porno en Internet y ese tipo de cosas. Su madre le atraía sexualmente aunque estaba algo gordita, tal vez porque era la única mujer que tenía cerca, a la que veía desnuda o en bragas, y ahora la había visto echando un polvo con su padre. Abrió la puerta y vio la cama vacía.

¿Mamá?

¡Estoy en el baño, ahora salgo, espera un momentito!

Vio la puerta del baño entreabierta y dio un paso hacia ella asomándose con cuidado. La vio de espaldas en el plato de ducha, enjabonándose el cuerpo. Se metió la mano dentro del pijama para tocarse la verga. Qué culo más grande, muy ancho y gordo, aunque con las nalgas flojas, vibraban con cada movimiento de los brazos. No estaba bien que espiara a su madre, pero estaba muy necesitado, y además, nadie iba a enterarse. Se sacó la polla para darse como es debido. Su madre se inclinó para soltar la esponja, y dispuso de unos segundos para verle su culo abierto, su chocho entre las piernas, un chocho velludo, con pelillos que se extendían por la profundidad de la raja casi hasta el ano, un ano rosado muy tierno de pronunciados esfínteres. Volvió a incorporarse y se puso un poco de perfil, logrando ver sus grandiosas tetas, unas tetas que se rozaban, unas tetas que le colgaban casi hasta el ombligo. Eyaculó en el slip, su tercera eyaculación en pocas horas. La vio salir del plato de ducha secándose con la toalla. Cómo se movían aquellas preciosas tetas. Qué coño más peludo, el vello abarcaba todo el bajo vientre. Tras secarse, abrió la tapa y se sentó a mear. Cuando oyó el chorro, Carlos retrocedió para esperarla sentado en la cama.

Irene salió con la camisa del pijama a medio abrochar y con unas bragas de tul donde no se transparentaba nada, confiada, acostumbrada a andar muy suelta delante de su hijo. Él se levantó y se abrazaron, sintió la carne blanda de sus tetas aplastada contra la barriga. Se le puso la polla dura otra vez. Se dieron un besito en los labios y él la manoseó por la espalda y parte de la cintura, llegando a tocar sus bragas, fijándose en el canalillo del escote. Después Irene se puso el pantalón del pijama y bajaron juntos a la cocina a tomar un café. Se pasó todo el día manoseándola y haciéndole carantoñas, sólo cuando estaba su padre presente, se abstenía. Su madre actuaba con ingenuidad, al fin y al cabo era su hijo. Tras el almuerzo, llevaron a su padre al aeropuerto y una hora más tarde estaban los dos solos en casa. Carlos recibió la visita de unos amigos, de Mariano y Alex, y salió con ellos a tomar una copa hasta la medianoche.

Vaya putas tetas que tiene tu madre, tío – le comentó Alex, el más macarra de los amigos, el típico líder de la pandilla -. ¿se las has visto?

Muchas veces, y será mi madre, pero te entran ganas de darle un bocado.

Tiene que ser un gusto chupárselas – añadió Mariano -. Tu padre se pondrá bien las botas.

Yo me las comía, ummm, qué buenas tienen que estar. ¿Probarías las tetas de tu madre?

Pues claro – reconoció Carlos -. Tú no sabe la de pajas que me hago cada vez que se las veo.

A ver si nos las enseñas, a ver si le tiras alguna foto con el móvil – le sugirió Mariano.

Lo intentaré, ya veréis.

Cuando regresó a casa, su madre le esperaba viendo la tele en el sofá, ataviada con un chándal. Venía caliente por la conversación con sus amigos, donde había reconocido que su madre le ponía. Se dieron un besito en los labios y le preparó algo de cena. Luego vieron otro rato la tele, abrazados, cariñosamente.

Es tarde, amor, habrá que acostarse, mañana es lunes y encima guardia en la farmacia.

¿Puedo acostarme contigo, mami? Es que me da miedo dormir solo – bromeó.

Si me haces cosquillas en la espalda como cuando eras pequeño.

Bien, te lo prometo.

Pero un buen rato

Un buen rato.

Ya en la habitación, Irene se metió en el baño y Carlos se desnudó hasta quedarse sólo con el bóxer, emocionado con el morbo que se cocía. Se tumbó boca arriba en un lado de la cama, con las piernas flexionadas y separadas, para que su madre se fijara en el bulto y contornos de sus genitales. Cuando salió, Carlos se quedó impresionado y una nueva erección comenzó a fraguarse bajo el bóxer. Se había puesto un camisón muy erótico, de color negro, cortito, con tirantes de volantes, a juego con la base también de volante, semitransparente. Podía ver sus bragas negras, sus muslos rozándose uno con el otro, pero sobre todo sus dos tetazas, meciéndose bajo la gasa, apreciándose hasta las aureolas donde estaban los pezones. Qué buena estaba a pesar de su gordura. Al echarse al otro lado, entró a cuatro patas y las tetas le colgaron como las ubres de una vaca, pudo verlas a través del escote. Ella se fijó en la barriga de su hijo, muy abultada y algo fofa, salpicada de vello, un vello que contrastaba con la blancura de su piel, así como en sus señalados pectorales, ligeramente abultados también, como dos tetitas del tamaño de una mano y cubiertos de vello denso y abundante. Le dio unas palmaditas encima de la barriga.

Tenías que perder, hijo, esta barriga cada vez va a más.

Tendré que ponerme a régimen.

Venga, te tocan esas cosquillas.

Irene se tumbó de costado mirando hacia la pared. Su hijo la miró unos segundos, parecía dispuesta sólo para él. Adoptó su misma postura y le subió el camisón dejando su espalda libre, así como sus bragas negras, muy grandes, le tapaban todas las nalgas. Tenía la polla hinchada, pero se le puso más dura cuando comenzó a acariciarla, a deslizar las yemas de los dedos por su espalda. Bajaba hasta el límite de las bragas y volvía a subir casi hasta el cuello. Ella se removía ante las cosquillas.

Ummm… Qué gusto – decía Irene -. No pares, no pares…

Se tiró un buen rato acariciándole la espalda, hasta que la oyó respirar a modo de leves ronquidos y creyó que dormía. Carlos se asomó y vio que se había quedado traspuesta. Apagó la luz y le dejó el camisón subido casi hasta las axilas. Se bajó el bóxer hasta la mitad del muslo y se dio unas sacudidas a la polla viéndole las bragas. Se pegó a ella y le pasó un brazo por encima, con la barriga aplastada contra su espalda, así como la verga, presionada contra su amplio culo. No podía resistirse. Con el canto de su mano le rozaba la base de las tetas. Y comenzó a menearse despacio, a rozar levemente la polla por encima de las bragas, masturbándose con cuidado, simulando que la follaba. Irene abrió los ojos. Su hijo estaba abrazado a ella y se revolvía con suavidad sobre su culo, como masturbándose, podía notar el tamaño y la dureza de su pene. Tragó saliva, nerviosa, sin mover un músculo. Le oía respirar fatigosamente. Tendría que escandalizarse, llamarle la atención, pero su hijo era joven y los jóvenes se excitaban con cualquier cosa, y además estaba segura de que su hijo jamás había mantenido una relación sexual con una chica. No pasaba nada porque le dejara desahogarse un poco, nadie tenía que enterarse. Ella por su hijo haría lo que fuera. Pero el constante y suave roce en su culo la fue estimulando y apretó los dientes al sentir un cosquilleo en la vagina. La estaba poniendo cachonda. Le entraban ganas de darse la vuelta y masturbarle ella, pero como su madre que era, debía contenerse. Tenía la mano derecha sobre un muslo y muy despacio la condujo hasta colocarla encima de las bragas. Necesitaba tocarse, aquel roce duro en el culo le estaba poniendo la vagina muy caliente. Se apartó un poco la braga y se acarició la rajita con el dedo. Estaba húmeda. Su hijo no paraba de removerse, muy suave, como con miedo a despertarla. Ella se metió la yema dentro del coño, hurgándose en el interior. Tuvo que morderse el labio inferior para no gemir. Notaba el aliento de su hijo en la espalda, el cosquilleo de su barriga peluda. Quería meterse el dedo más a fondo, pero temió que la descubriera y aquello se desmadrara. Hasta pensó en su marido o en su hermana María, si se enteraran de lo que estaba sucediendo. Su hijo le quito el brazo de por encima y se separó de ella, pero oyó unos continuos tirones y bufidos muy secos. Se la estaba machacando, seguramente viéndole las bragas. Se mantuvo inmóvil, con ganas de mirar, pero conteniéndose. Carlos eyaculó tapándose el glande con el bóxer para no manchar, concentrado en el enorme culo de su madre, oculto por las bragas, y en su carnosa espalda. Descansó suspirando y subiéndose el calzoncillo. Unos minutos más tarde, su madre le oyó roncar. Encendió la luz de la mesita y se dio la vuelta mirando hacia él. Dormía plácidamente boca arriba. Su barriga subía y bajaba con los ronquidos. Se fijó en el bulto del bóxer y en la mancha de semen, así como en los contornos de lo que parecía una buena verga desinflada. Menudo tamaño. Realmente le impresionó. Ella estaba acostumbrada a la polla vieja de su marido, arrugada y delgada, además nunca había probado otra distinta, siempre le había sido fiel. Se apartó las bragas del todo y esta vez sí se clavó el dedo en el coño, follándose con él, con la mirada posada en el bulto de su hijo, en aquel increíble relieve. Al correrse, se colocó las bragas y se bajó el camisón. Menos mal que se había controlado. No estaba bien ni lo que había hecho su hijo ni lo que había hecho ella, era consciente, debía dejarlo pasar, seguro que eran obsesiones de juventud, no debía darle la mayor importancia.

Fue incapaz de dormir y se levantó muy temprano para ducharse. Evitó mirarle tumbado encima de la cama, como si no quisiera volver a excitarse. Se puso unas bragas limpias, unas bragas blancas de raso, un sostén a juego y encima se colocó la bata blanca tipo doctora que usaba en la farmacia, así como unos zuecos también blancos. Enjuagaba unos vasos en el lavadero cuando oyó a su hijo entrar en la cocina. Le miró por encima del hombro y se percató de que le devoraba con la vista. Iba vestido con unos chinos y una camisa de cuadros.

Buenos días, cariño, ¿cómo has dormido?

Bien, contigo muy bien -. Irene volvió a mirar hacia el fregadero. Carlos avanzó hacia ella y primero le pegó un cachete en el culo, luego se pegó a ella abrazándola y estampándole un beso en la mejilla -. ¿Cómo está mi mamá favorita?

Bien.

Estás muy guapa…

Gracias. Tengo que bajar ya mismo a la farmacia.

Carlos dio un paso atrás sin dejar de mirarla.

Te queda un poco ajustada esta bata, ¿no?

Sí – dijo mirándose, aunque sin parar de lavar la loza -, me hace el culo muy gordo.

Inesperadamente, su hijo le dio una pasada con la palma muy abierta, de manera lenta, como palpándolo. Ella cerró los ojos, temerosa de que la situación se desbordara.

¿Usas tangas?

No, la verdad es que nunca los he usado…

Te quedarían mejor -. Le subió la parte trasera de la bata hasta descubrir las bragas blancas que llevaba, de una tela lisa y brillante que le tapaba gran parte de las nalgas -. Te quedaría el culo más flojo.

Quizás…

Le mantuvo la falda subida unos instantes, deleitándose con la amplitud del culo de su madre, con aquellos muslos tan anchos y apetitosos. Ella continuaba fregando, simulando su ingenuidad.

¿Te compro un tanga y pruebas a ver qué tal? – le propuso su hijo.

Bueno, vale…

Ya verás como te resulta cómodo…

Y dejó caer la tela tapándola de nuevo. Fue un alivio, Irene temió que el asunto pasara a mayores. Se puso a desayunar y luego terminó de recoger la mesa. Su hijo le dijo que la acompañaría a la farmacia, que no tenía mucho que hacer. Se dirigió al cuarto de baño para retocarse. Echó el cerrojillo, se apoyó en la puerta abriéndose la bata a toda prisa y bajándose las bragas unos centímetros. Y se sacudió el chocho velozmente con la palma abierta, todo por el tacto de su hijo, por el morbo de haberle levantado la bata y haberle visto las bragas. Se dio tan fuerte que se corrió enseguida, luego se apoyó en el lavabo y se miró al espejo. Se estaba viendo atrapada por la mente retorcida de su propio hijo. Tenía que controlarse, se lo repetía una y otra vez, antes de que el asunto se fuera de las manos.

Bajaron juntos a la farmacia, ubicada en la planta de abajo. Allí Carlos saludó a Macario, un hombre íntimo amigo de su padre que llevaba diez años trabajando en la farmacia. Le faltaba poco para jubilarse, tenía 63 años, un solterón ya con el pelo canoso, con la cara algo arrugada, con su barriguita cervecera y sus achaques. Era un compromiso de su padre, porque a Irene no le gustaba, decía que era un babosón y no se llevaba muy bien con él. También Carlos conoció a Lidia, la chica nueva, muy joven, dieciocho años, con un cuerpecito muy lindo, culo redondeado, tetitas picudas y muy guapa de cara. Le estuvo enseñando a su hijo algunas cosas acerca del funcionamiento de la farmacia y concretaron juntos algunos proyectos. Carlos pudo comprobar cómo Macario le echaba un ojo al culo de su madre y al vaivén de sus tetas cada vez que se movía por el mostrador. Era un tipo solitario que seguramente se hartaba de hacerse pajas a costa de los pechos de su madre. Cualquier hombre que entraba en la farmacia se quedaba embelesado con tales movimientos. Al mediodía se pasaron sus amigos, Alex y Mariano, para tomarse una cerveza. Ya en la barra de un bar cercano, tomando una caña, Alex fue el primero en saltar.

Pfff, joder, tío, cómo me ponen las tetas de tu madre, es que es impresionante…

Hundir la polla en ellas tiene que ser una pasada – añadió Mariano.

Mirad.

Carlos les enseñó unas fotos que le había tirado con el móvil, casi todas en bragas o en sujetador, pero donde se apreciaba el descomunal volumen. Se quedaron embobados con las imágenes.

Joder, tío, pásame alguna para pajearme con ella. ¿No te gustaría chuparle esas tetas? – le preguntó Alex a Carlos.

Y follármela. Joder, tiene huevos que mi propia madre me ponga cachondo. Ni una puta palabra a nadie.

A la hora del cierre de la farmacia, Irene se quedó a solas cuando Macario y Lidia se marcharon. Tendría que pasar toda la noche en la trastienda porque estaban de guardia. Preparó algo de cena y telefoneó a su hijo por si quería acompañarla, pero no le contestó. Se presentó cerca de la medianoche y le dijo que se había comido unas hamburguesas con los amigos. Venía con una bolsita. Se encontraban en la sala de estar, donde había un confortable sofá, una mesita para la televisión y una cama estrecha para descansar las noches de guardia. Irene aún llevaba puesta la bata.

– ¿Quieres que me quede contigo esta noche, mami?

– Mejor, no me gusta mucho estar sola, y menos estando tu padre de viaje.

– Voy a ponerme cómodo.

Irene, bebiéndose un vaso de leche, presenció cómo se quitó la camisa y los pantalones y se quedó sólo con el bóxer, donde se apreciaba la anchura del pene. Se sentó en el sofá y cogió la bolsita que había traído.

Te he comprado un tanga.

¿Sí? Mira, probaremos a ver…

¿Te lo quieres probar?

Sí, trae.

Le entregó la bolsita y sacó la prenda. Era un tanga muy pequeño de muselina, de color beige, con la delantera muy estrecha y las gomas laterales y trasera muy finas. Lo desplegó para verlo. Le iba a quedar pequeño y era extremadamente sexy, por la transparente y estrecha delantera y por la fina tira trasera, una tira tan fina como un hilo.

Qué chulo, muy erótico, jajaja, igual me queda algo pequeño, pero debe de ser muy cómodo.

¿Por qué no te lo pruebas? – le sugirió su hijo, que cometió el descaro de rascarse los huevos ante sus ojos.

Sí, me lo voy a probar, espera.

Nerviosa y expectante, fue hacia el lavabo y se encerró mirándose al espejo, como tratando de calibrar la situación, aún existía la posibilidad de enmendar aquellas horrendas sensaciones. Pero el morbo la arrastraba hacia la imprudencia, y se bajó sus bragas y se colocó el tanga que su hijo le había regalado. Le quedaba excesivamente pequeño, pero se lo quedó puesto. Se colocó la bata y regresó a la sala. Su hijo venía de la nevera de coger una cerveza. Su enorme barriga peluda le botaba en cada paso. Volvió a sentarse dando un trago y examinándola a la vez.

¿Qué tal?

Bien, es cómodo – se giró para que la viera por detrás -. La bata está más floja, pero quizás una talla más.

El culo te queda mejor – le soltó su hijo.

Es cuestión de acostumbrarse a los tangas, es que nunca los había usado.

Volvió a rascarse bajo los huevos y a darle un trago al botellín.

¿Por qué no te quitas la bata y así veo cómo te queda?

Es cómodo, pero creo que una talla más…

Comenzó a desabrocharse los botones de la bata muy despacio, aparentando esa simulada ingenuidad, dando por sentada esa confianza blindada que debe existir entre madre e hijo. Cuando se los desabrochó todos, se la quitó despacio tirándola encima de una silla, quedándose desnuda ante su hijo, salvo por el tanga y los zuecos. Sus descomunales tetas se movieron levemente, chocando una contra la otra. Le colgaban con la base casi al límite del ombligo, con aquellas aureolas ennegrecidas y aquellos pezones gruesos y empitonados. Carlos se fijó en el tanga, casi del mismo tono que su piel. Lo tenía muy apretado en las carnes, con las tiras laterales hundidas en la piel. La parte delantera era impresionante y le puso la polla dura en segundos. Apenas abarcaba todo el triángulo velloso, con los pelillos sobresaliendo por los laterales y la tira superior, transparentándose toda la rajita, con el vello apretujado contra la gasa y apreciándose sus carnosos labios vaginales. Se le sonrojaron las mejillas.

¿Qué te parece?

Uff… Te queda muy bien. Estás muy guapa… – le dijo dándose una pasada por la zona de los genitales, como para calmar la hinchazón.

Un poco erótico, ¿no?

Date la vuelta.

Obedeció los deseos de su hijo y se giró dándole la espalda, exponiendo a sus ojos la parte trasera de su cuerpo. Que culo más grande, que nalgas tan anchas y abombadas, llevaba la fina tira hundida en el fondo de la raja y daba la sensación de que estaba completamente desnuda. Los muslos de las piernas se rozaban y entre las piernas se distinguía la densa mata de vello del chocho. Tenía la verga a punto de reventar ante aquella exhibición. Irene volvió a girarse, provocando un serio vaivén en sus tetas blandas.

Si me viera tu padre así, pensaría que soy una putita…

Una putita muy guapa. Anda, ven, siéntate y relájate conmigo.

Dio unos pasitos hacia el sofá, con las tetas brincando con el movimiento del cuerpo. Trataba de sostener esa ingenuidad para no parecer muy descarada. Se sentó a su derecha, con las piernas juntas. Carlos la miró, ahora que tenía aquellas tetazas tan cerca y aquel tanga transparente. Le pasó un brazo por los hombros y la echó hacia él cariñosamente.

Anda, ven, cuando ganas tenía de estar contigo.

Irene se recostó contra el costado de su hijo, apoyando la mejilla en su hombro, con una de las tetas reposando en la curvatura de su barriga y con el pezón de la otra rozándole cerca de la axila. Carlos suspiró ante la blandura de aquellas tetas reposando sobre él. Le acarició el brazo y le dio un beso en el cabello. Sus piernas se rozaban. Ella alzó la mano derecha y la colocó encima de los pectorales velludos de su hijo, acariciándole, perdiendo sus dedos por aquella densidad oscura.

Cuánto te he echado de menos, hijo – le dijo deslizando la manita por sus pectorales, gozando de aquel tacto áspero y algo sudoroso.

Carlos bajó la mano por todo su brazo y después la pasó a su espalda, acariciándola por la zona baja, cerca de la cintura.

Cuánto te quiero, mamá.

Y yo a ti, mi amor.

Irene volvió la cara hacia él. Se miraron a los ojos con intensidad y lujuria. Ella continuaba acariciándole el pecho y él a ella la espalda y el brazo. Al moverse, la teta se arrastró unos centímetros por la barriga. Sus alientos se mezclaban, hasta que poco a poco fueron acercando sus labios hasta unirlos de manera muy leve, ambos con la boca abierta, derretidos por la pasión morbosa del momento.

Te deseo, mamá, te deseo tanto, eres la mujer que más deseo – le susurró Carlos.

Y dio comienzo el morreo, la pasión desmedida, comenzaron a besarse locamente, apretando fuertemente los labios, uniendo y enrollando sus lenguas, babeando, comiéndose, procurando que cada lengua penetrara en lo más profundo de la boca. La pasión dio paso al delirio, besándose ahora a mordiscos arrebatadores, mordiscos mezclados con jadeos. Carlos continuaba acariciándole la espalda y ella comenzó a bajar la mano por la curvatura de la barriga, magreando aquella piel basta y peluda. El beso frenético no cesaba. La manita de Irene había iniciado la bajada por la barriga hasta que se adentró en el bulto del bóxer. Le masajeó toda la zona con la mano abierta y luego le achuchó todo el paquete, desde los cojones hasta la polla. Carlos se encogió dejando de besarla. Irene, muerta de gozo, se puso a lamerle las tetillas de los pectorales, a deslizar la lengua por la densidad del vello hacia la otra tetilla, arrastrando sus blandas tetas por la barriga y el costado. Le sorprendía el arrebato de su madre lamiéndole el pecho y magreándole el paquete con esmero. Le metió la mano dentro del bóxer agarrándole la polla y sacándola fuera para sacudirla inmediatamente. Tenía una polla gorda con glande adiposo y venas muy gruesas por todo el tronco, también bastante larga y con mucho vello en la base. Jamás había tocado una así, ni la había visto al natural. Carlos jadeó cabeceando en el respaldo, aún acariciándole la espalda. Ella elevó un poco la cara hacia él y le sonrió, sin dejar de masturbarle, de darle fuerte tirones y tapándole el glande con la palma.

– ¿Te gusta como te masturbo?

– Lo haces muy bien, mamá.

Ahora Irene miró hacia la verga que meneaba.

Estás muy bien dotado…

¿Te gusta mi polla?

Sí, muy grande.

Le dio unos fuertes tirones y se la soltó de golpe. Se irguió y se curvó hacia él para bajarle y quitarle el calzoncillo. Enseguida le acarició los huevos con la derecha, unos huevos grandes y flácidos, salpicados de pelillos muy largos, y se la agarró con la izquierda reanudando la masturbación. Carlos le arañaba la espalda con las uñas y ascendía por el cuello hasta revolverle el cabello. De repente, su madre se curvó aplastando las tetas contra el muslo de su pierna y se metió la polla en la boca lamiéndola como una perra hambrienta. Subía y bajaba la cabeza comiéndosela entera, mojándola, recreándose con la lengua cuando llegaba al glande. Al mismo tiempo, le estrujaba los huevos o los zarandeaba con las yemas. Al estar echada sobre él, Carlos pudo acariciarle todo el culo, pudo deslizar las yemas de los dedos por el fondo de la raja, apartarle la tira del tanga y palparle el ano y el chocho húmedo. Mamaba sin parar y le sobaba los huevos sin descanso, como deseosa de aquel manjar. Se curvó aún un poco más y sacó la lengua todo lo que pudo para saborear la piel de sus huevos, vertiendo saliva y babas sobre la piel áspera. Pero la posición era incómoda y regresó con los labios al tronco de la verga. Se irguió para sacudírsela deprisa durante unos segundos, pero enseguida volvió a curvarse para mamar. Carlos comenzó a contraerse, ella se la sacudía fuertemente sobre la lengua, ahora con la derecha, para darle más fuerte, hasta que meó un chorro de leche dentro de su boca, llenándosela, un semen muy líquido y blanquecino que se derramó por la comisura de sus labios, goteándole desde la barbilla hasta las tetas. Se tragó algunas porciones y se pasó el dorso de la mano izquierda por la barbilla y los labios para limpiarse, después le soltó la polla erecta sobre la barriga y se giró ligeramente hacia él.

Qué fuerte, ¿no, hijo? – le preguntó acariciándose ella la delantera del tanga transparente.

Carlos se irguió.

¿Quieres que te masturbes?

Es que estoy que no aguanto, cómo me has puesto, hijo…

Échate hacia atrás…

Irene se reclinó al máximo y separó las piernas. Su hijo se ladeó ligeramente hacia ella y le metió la mano izquierda dentro de las bragas palpándole el chocho. Irene respiró hondo ante el duro tacto. Sus tetazas se cayeron hacia los lados. Carlos se fijaba en cómo su propia mano meneaba el coño de su madre tras la tela transparente. Parte de la mano le sobresalía por los lados dada la estrechez de la tela. Poco a poco, le clavó tres dedos a la vez, tres dedos que la hicieron emitir un jadeo muy profundo y prolongado, con los ojos muy abiertos. El estiramiento de sus labios vaginales le produjo algo de dolor y llegó a cerrar las piernas con media mano dentro del coño, pero su hijo volvió a separárselas. No sacaba ni un centímetro de la mano y meneaba las yemas en las profundidades del coño, manteniéndoselo muy dilatado. Con la mano derecha le tapó los ojos y se curvó para chuparle las tetas, devorándolas, comiéndosela con ansia, hundiendo la boca en aquella masa blanda.

Qué coño más grande tienes… – Sacó un poco la mano y se la volvió a hundir haciéndola jadear -. ¿Te gusta?

Sí…

Eres una guarra, mamá, ¿verdad? – le preguntó manteniéndole los ojos tapados.

Sí…

Acercó la cara a su boca. Ella la tenía abierta, expulsando el placer con jadeos. Le lanzó un escupitajo en la lengua y ella cerró la boca para tragárselo, volviéndola a abrir para jadear. El segundo escupitajo le alcanzó el labio superior, pero enseguida Irene sacó la lengua para atraparlo. Estaba dispuesta a todo tipo de perrerías, pretendía desahogar a su hijo a cualquier precio, era joven y los jóvenes estaban dispuestos a todo tipo de guarrerías. Además, estaba gozando como una loca, estaba sintiendo como ninguna vez lo había hecho, con su marido todo era más rutinario, un follar por follar, sin preámbulos ni jueguecitos, de hecho jamás en todo su matrimonio le había hecho una mamada. Su hijo estaba comportándose de una manera extrema y agresiva, pero ella quería estar a la altura, conseguir que aliviara sus deseos sexuales. Le mantenía los ojos tapados y le hurgaba en el chocho con la mano cuando le lanzó un tercer escupitajo dentro de la boca. Irene se prestaba a todo y de nuevo se lo tragó. Inmediatamente la besó con rabia y volvió a babear sobre ambas tetas. No paraba de menear la cadera. Carlos retiró la mano del coño y la subió metiéndosela de golpe en la boca, todos los dedos, hasta rozarle la garganta con la punta. Irene sufrió una arcada, porciones de saliva le vertieron por la comisura de los labios. Carlos retiró un poco la mano para que le lamiera los dedos con la lengua. De nuevo la condujo al chocho, se impregnó los dedos de flujos vaginales y le dio de probar, dejó que lamiera las sustancias deslizando la lengua por toda la mano.

¿Te gusta, guarra?

Sí…

Levanta las piernas un poco…

La palma de la mano derecha la bajó de los ojos a la boca, taponándola, dejándola sin respiración. Irene abrió los ojos mirándole, recostada sobre el respaldo, elevando un poco las piernas para exponer parte de la raja de su culo. Le hurgó con el dedo en el fondo de la raja hasta acariciar el ano con la yema, y poco a poco le hundió parte del dedo hasta superar el nudillo. Irene emitió un jadeo prolongado casi con los ojos vueltos al notar cómo el dedo recorría las profundidades de su ano, aunque el aliento chocaba contra la mano áspera de su hijo. La folló unos segundos con el dedo y retiró la mano del ano. Ella bajó las piernas. Le quitó la mano de la boca y le untó la lengua con el dedo, como si untara una tostada. Luego le apretujó las mejillas y le estampó un beso.

Eres una zorra. Me gusta que seas tan puta… – . Con movimientos frenéticos, Carlos se puso de pie encima del sofá. Ella seguía muy reclinada. Pasó un pie al otro lado de su cuerpo, de tal manera que su madre quedaba bajo sus huevos. Flexionó algo las piernas, como acuclillándose, quedando la cintura frente a su cara, con el culo peludo rozándole las voluminosas tetas, y le sujetó la cara bajo la barbilla -. Abre la boca, guarra.

Irene abrió la boca con la presión de la mano bajo la barbilla. Le acercó la punta de la verga hasta apoyar el glande en el labio inferior, y soltó un chorro de orín, un chorro que cortó a conciencia cuando le vio la boca llena. Irene se lo tragó todo, con muecas de asco apoderándose de su rostro. De nuevo abrió la boca, un segundo chorro salió despedido con más presión hasta la garganta y en dos segundos volvió a inundarle el interior. Otra vez su madre se tragó todo, como si bebiera agua, y volvió a expresar gestos de repugnancia por el sabor, aunque volvió a abrir la boca para un tercer chorro, esta vez más débil y más disperso, un chorro que fue tragándose a medida que le caía en la boca. Luego Carlos se la sacudió salpicándole el rostro de pequeñas gotitas y bajó del sofá dando un paso atrás.

Date la vuelta, quiero comerme tu culo…

Afectada por algunas arcadas por el sabor amargo y caliente, su madre dio media vuelta arrodillándose en el borde del sofá y curvándose sobre el respaldo. Inmediatamente, su hijo le sacó la tira del tanga echándola a un lado y se lanzó a comerse el culo, hundió la cara en su raja profunda y comenzó a lamerle el ano con toda la lengua fuera, arrastrándola por encima del orificio, bañándoselo en saliva. Irene lo meneaba ante el placentero cosquilleo. Ella gemía de placer. A veces notaba que la lengua le alcanzaba parte del coño, y derramaba flujos vaginales en abundancia.

Ay… Hijo… Ahhh…. No puedo más… Ahhhh

Carlos apartó la cabeza unos centímetros, con toda la boca llena de babas.

Quieres follar, ¿verdad, guarra?

Lo necesito, hijo, estoy muy caliente…

Pídemelo, guarra.

Fóllame, hijo, por favor, necesito que me folles…

Maldita zorra -. Carlos se puso de pie y la sujetó del brazo para que se levantara. La empujó hacia la cama y una vez en el borde le tiró hacia abajo del tanga hasta que ella levantó los pies para que se lo quitara -. Túmbate…

Irene primero se sentó y luego se echó hacia atrás boca arriba, con las piernas separadas, lista para ser follada. Carlos se la sacudió antes, después se echó encima de ella, aplastándole las tetas con los pectorales, morreándola mientras rebuscaba con la polla en la entrepierna. Se la tuvo que posicionar con la mano para poder metérsela. Se la fue hundiendo poco a poco, provocando sus intensos gemidos, sumergiéndola entera. Irene, muerta de placer, se aferró al culo de su hijo y éste comenzó a moverse follándola a un ritmo sosegado, elevando y bajando el culo de manera pausada. Se besaban, se acariciaban, se abrazaban, se soltaban los jadeos mirándose a los ojos. Ella deslizaba las manitas por el culo y la espalda de su hijo y él le sujetaba la cabeza con las dos manos. Las tetazas sobresalían de entre los dos cuerpos, infladas por la presión del peso, como a punto de reventar. La follaba despacio, conteniendo el gusto, como esforzándose en contener la eyaculación, pero sin detener el ritmo de subida y bajada del culo.

Qué ganas tenía de follarte, mamá -. Irene le sonrió, como si el placer no la dejara hablar -, dime si te gusta como te follo, dímelo…

Sí, me gusta mucho, mi amor, no pares…

Eres mi puta, ¿verdad, mamá?

Sí…

Me gusta que seas una guarra…

No pares, mi amor…

Quiero follarte el culo -. Carlos se arrodilló entre sus piernas -. Date la vuelta.

Aligeradamente, Irene se dio la vuelta tumbándose boca abajo, dejando a su hijo arrodillado entre las piernas.

¿Así? – le preguntó.

Ábrete el culo.

Con las tetas presionadas contra el colchón y la cabeza ladeada en la almohada y la mejilla aplastada en la tela, echó los brazos hacia atrás para separarse la raja. Carlos se sujetó la polla para conducirla al ano, acariciándoselo con la punta. Se echó un poco sobre las nalgas abombadas de su madre y fue penetrando trabajosamente la polla en el ano, hasta hundirla por la mitad. Irene apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza ante la dolorosa dilatación. Carlos se removía de manera incómoda, como clavando un palo en el suelo, pinchándole el ano sólo con un trozo de polla.

¡Ohhhh! – jadeó Carlos cabeceando al clavar.

La dejó un poco metida en el ano, prácticamente sólo el capullo, y vertió un chorro de leche en el interior, un chorro de leche aguada, dejando la polla dentro hasta derramar la última gota. Luego la sacó, dejando unida la punta de la verga y el ano por un hilo blanquinoso de semen. Pegó un bufido y se dejó caer hacia el lado, sucumbido por el placer. Irene se incorporó. Su hijo parecía disipado. Se curvó hacia él estampándole un besito en los labios y le atizó unas palmaditas en la barriga.

¿Estás bien, mi amor?

Joder… Qué polvo hemos echado…

Su madre se sentó en el borde de la cama con la cabeza reclinada sobre las manos, como reflexionando, como recuperándose de la agresividad del acto. Notaba que del culo le vertía semen y manchaba las sábanas. Tenía la boca seca por el sabor amargo del orín y se levantó para ir al lavabo. Se enjuago la boca y se lavó los dientes. Luego se sentó a mear y se pasó papel higiénico por el chocho y el culo. Y regresó a la cama. Su hijo parecía haberse quedado dormido, ya con la polla floja. Le arropó y apagó la luz. Después se tumbó a su lado y le abrazó. Le quedaban muchas horas nocturnas para reflexionar, porque había sido muy fuerte en todos los sentidos, en el sexual y en el emocional. Acaba de follar con su propio hijo. Era muy fuerte. Y le había dicho que era su puta. Irene no sabía que iba a pasar a partir de aquel momento.

El martes por la mañana Carlos se despertó pasadas las nueve. Estaba solo en la cama. Oyó murmullos procedentes de la farmacia y se imaginó que ya estaba abierta al público. Dedicó unos minutos a evaluar la nueva situación en la que se había sumergido. Simplemente, para él, era impresionantemente morboso haber follado con su madre. Además, parecía gustarle la perversión, la lujuria más extrema y el comportamiento más obediente. Jamás se habría imaginado una actitud tan pasiva por parte de su madre. La de veces que la había deseado, la de veces que la había vigilado, tal vez la pasividad de su padre, la rutina sexual y el puro aburrimiento la habían empujado a entregarse a él como si fuera una vulgar prostituta. Se vistió, se peinó y se dirigió hacia la tienda. Oyó que su madre discutía con Macario, que le echaba una bronca por no haber realizado correctamente el pedido. Se llevaban fatal, Carlos sabía que Macario la odiaba y si seguía como empleado en la farmacia únicamente se debía a la estrecha amistad que le unía con su padre. Luego le echó la bronca a Lidia por lo mismo, por no estar pendiente de los pedidos, y llegó a amenazarla con despedirla si no se espabilaba. Su madre tenía genio, imponía su autoridad ante sus subordinados, y tal y como estaba el mundo laboral, ellos metían el rabo bajo las piernas y se acojonaban ante la bronca. Entraron unos clientes y las aguas parecieron calmarse, entonces Carlos se decidió a entrar. Dio los buenos días, percibió el mosqueo de Macario y la decepción de Lidia por la disputa. Enseguida su madre, con la bata puesta y aparentemente sin nada debajo, se dio la vuelta estampándole unos besitos en las mejillas.

Buenos días, hijo, ¿cómo estás? ¿Has dormido bien?

Fenomenal.

¿Te preparo algo?

Un desayuno normal.

Vamos dentro.

Ambos ladearon la cortina y pasaron al pequeño pasillo que conducía a la trastienda. Ella marchaba delante de su hijo, meneando su gran culo por el efecto de los tacones negros que llevaba. Nada más irrumpir en la sala de descanso, Carlos empujó la puerta y se pegó a su madre por detrás rodeándola con los brazos, aplastando el bulto contra las carnosas nalgas, abordando sus tetazas con ambas manos, por encima de la tela de la bata, y besuqueándola por el cuello con ansia. Ella suspiró ante los intensos manoseos.

Uff, hijo, aquí es peligroso…

Te deseo tanto…

Yo también te deseo, pero aquí nos pueden ver…

Ella se dio la vuelta y él volvió a abrazarla y a besarla plantándole las manos encima del culo. Retrocedieron hasta la pared, hasta quedar detrás de la puerta.

Mastúrbame, te deseo mucho, desabróchate la bata…

Irene se desabrochó toda la bata y se la abrió hacia los lados mostrando sus tetas y sus leves balanceos. Llevaba el pequeño tanga donde se le transparentaba todo el chocho. Aguardó hasta que su hijo se abrió los pantalones y se bajó la delantera del bóxer liberando su enorme polla erecta y sus huevos. Irene se la agarró con la derecha y comenzó a sacudírsela muy deprisa. La manita izquierda se la metió dentro del tanga para restregarse el coño con toda la mano abierta, como si también necesitara sofocar sus deseos obscenos. Carlos observaba cómo le meneaba la verga y cómo la mano actuaba tras la gasa de las bragas, con qué intensidad se movía el coño. Le acarició la cara, le metió el dedo pulgar en la boca para que lo lamiera, y después con ambas manos le sobó las tetas levantándoselas y achuchándoselas.

Me gusta que seas tan guarra – le susurró su hijo con tono jadeante -. ¿Te gusta tocarme la verga, guarra?

Sí, me gusta tocarte, te deseo mucho, hijo…

Carlos acercó su cara a la de su madre.

Abre la boca -. Irene abrió la boca y su hijo le lanzó un escupitajo en la lengua, escupitajo que se tragó enseguida -. Guarra, muéveme la polla más deprisa…

Sí, hijo, como tú quieras…

Aceleró las agitaciones del brazo para tirarle más velozmente de la polla. También aceleró su propia masturbación, zarandeándose el chocho en círculos y muy deprisa. Ambos se jadeaban a la cara. Carlos le agarró una teta y acercó la boca al pezón vertiendo saliva sobre él. Luego levantó la teta hacia la boca de su madre.

Chúpate la teta, guarra.

Irene, sin cesar las vibraciones de sus brazos, sacó la lengua y lamió la saliva de su propio pezón. Carlos volvió a escupir sobre la teta y ella trató de alcanzar la porción de saliva con la punta. Sus brazos no paraban. Su hijo le sujetó la cabeza con ambas manos.

¿Quieres que te la chupe, hijo?

Puta guarra, ¿quieres chupármela?

Sí…

Se curvó sobre él comiéndose la polla, sin soltarla, sin retirar la otra mano del interior del tanga, atizándole lengüetazos por todos lados, con sus tetas balanceándose y colgando hacia abajo. Carlos resoplaba entre los dientes para no gemir. Tras unos instantes mamándole la polla, le sujetó la cabeza con ambas manos y la obligó a incorporarse.

Ábrete las bragas, guarra…

Comenzó a sacudírsela él mismo. Irene se tiró de la tira superior abriendo un hueco. Su hijo acercó la punta sin parar de sacudírsela. Tardó unos cuantos segundos en evacuar una gran cantidad de leche espesa sobre la zona velluda del chocho, goterones espesos que resbalaron hacia la rajita, dejando toda la zona impregnada de semen gelatinoso.

Te has corrido bien, hijo…

Tápate y abróchate la bata.

Tendré que limpiarme, ¿no?

Quiero que vayas así todo el día -, le acarició el cabello y le dio un beso en los labios -, quiero que lleves mi leche. ¿Lo harás por mí, guarra?

Claro, lo haré por ti.

Carlos se guardó la polla bajo el bóxer y ella se soltó la tira del tanga, dejándose todo el chocho empapado de semen. Enseguida la gasa se humedeció formándose una mancha, pero se abrochó la bata y regresó a la farmacia con todo el coño humedecido. Y así estuvo trabajando durante toda la mañana, con el chocho mojado por la leche de su hijo, con la rajita pegajosa por la espesura del esperma. Su hijo se marchó y al mediodía Irene fue al aeropuerto a buscar a su marido. Cuando se saludaron con dos besos, aún notaba la viscosidad entre las piernas. Fue ya en casa cuando se enjuagó bien en el bidé, cuando pudo limpiar todo el rastro de la perversión. Fue allí, refrescándose el chocho, cuando volvió a reflexionar acerca de su lujuriosa entrega, de su robusta ninfomanía, de su extraña sumisión, y con el coño fresco por el agua, se masturbó. Quería ser buena con su hijo, comportarse como a él le gustaba. Le quería y estaba dispuesta a someterse a cualquier cosa por satisfacer sus deseos, hasta tragar pis, saliva, hasta chuparse sus propias tetas, hasta follar con él. Todo se estaba desbordando y a su hijo no le importaban los riesgos, sólo le importaba tratarla como a una guarra, como le gustaba llamarla. Ella, con esa sumisión, estaba convirtiéndose en su puta, en la puta de su hijo, para sus antojos, para sus desahogos, para sus marranadas, para satisfacer todas sus fantasías sexuales.

Carlos llegó al mediodía y estuvo tomándose una cerveza con su padre antes de comer. Había estado con sus amigos, pero no había surgido el tema de su madre y no había querido contarles nada para no parecer un jodido pervertido que se follaba a su madre, aunque temía que terminara contándoselo. Luego almorzaron en el porche charlando acerca del viaje de Miguel en Londres. Irene y Carlos no paraban de echarse miradas cargadas de complicidad, aunque ambos se esforzaban en aparentar naturalidad. Se respiraba la tensión sexual entre ambos. Se deseaban, sólo había que ver sus ojos, pero debían contenerse ante la presencia de Miguel. Ella vestía con un pantalón de chándal muy suelto de color negro y una sudadera del mismo color, un atuendo poco glamoroso, pero informal para no levantar las sospechas de su marido. Tras el almuerzo, Irene se ocupó de quitar la mesa y Miguel dijo que iba a echarse un rato a la siesta. Carlos se recostó en el sofá, con los pies encima de la mesa, haciendo zapping con el mando, hasta que encontró un canal porno de pago donde transmitían una película con escenas lésbicas. Cuando su madre entró en el salón y se percató de la película que veía, miró hacia el fondo del pasillo, comprobó que la puerta de su dormitorio estaba cerrada y miró a su hijo con nerviosismo.

¿Estás loco, hijo? A este paso nos van a pillar.

Anda, ven, siéntate conmigo.

Irene se sentó a su derecha, erguida y ligeramente ladeada hacia él, mirando por encima del hombro hacia el pasillo, en alerta por si se abría la puerta del dormitorio.

Carlos, es mejor que ahora nos estemos quietos.

Mira esas dos guarras – dijo señalando la televisión -, pero tú eres más guarra. Míralas, mira que buenas están. Hazme una paja, anda, sé buena.

Estaba deseándolo a pesar de la peligrosidad por la presencia de su marido en la casa. Ella misma se ocupó de desabrocharle el cinturón y el botón de los pantalones. Le bajó la bragueta y le sacó la polla del bóxer para comenzar a sacudírsela a un ritmo acompasado, sujetándosela por la mitad, acariciándole el capullo a la vez con la yema del dedo pulgar. Carlos no la miraba, permanecía atento a las escenas lésbicas de la pantalla, relajado y concentrado ante el suave tacto de la mano de su madre, respirando por la boca y recostado contra el respaldo. Su madre apresuró el ritmo, tirándole más fuerte de la verga, esta vez sujetándola por el capullo, como tocando la zambomba. Carlos respiraba más fatigadamente ante la dosis de placer, con la mirada atenta a la pantalla mientras su madre le pajeaba. Irene estimuló más las sacudidas dándole más fuerte, deslizando la palma desde el capullo hasta la base, así hasta que bastante minutos más tarde consiguió que se corriera salpicando leche hacia arriba, leche que se dispersó por la mano de Irene y por el vello que rodeaba la polla. Se limpió la mano con los bajos de la sudadera y luego le pasó la palma por encima del capullo para secársela.

Anda, tápate, no vaya a salir tu padre.

Se levantó y se dirigió hacia el pasillo dejando a su hijo guardándose la verga, aún pendiente de la escena donde tres mujeres se metían mano por todos lados. De nuevo, antes de irrumpir en el dormitorio, Irene volvió a reflexionar, por si existía alguna posibilidad de enmendar aquella obsesa situación. Los actos sexuales con su hijo ya parecían una rutina, le pedía que le hiciese una paja, se la hacía y como si no pasara nada. Le desahogaba cada vez que a él se le antojaba.

Llegó la noche y Miguel le pidió a Irene que se fuera con él a la cama. Ella estaba pendiente de la llegada de su hijo, salió a media tarde y eran las once y media de la noche y aún no había regresado. Miguel estaba muy cariñoso, no paraba de piropearla y repetirle que la quería mucho, que la había echado mucho de menos, síntomas evidentes de que tenía ganas de hacer el amor. Era como una táctica, ponerse zalamero para que ella captara las verdaderas intenciones. Eran los únicos momentos en lo que su marido se ponía tierno, los únicos momentos en los que la besaba y demostraba su amor, pero era un montaje para culminar en un polvo. La esperó en calzoncillos en la cama mientras ella se desnudó. Se puso un pijama muy veraniego de color azul marino compuesto por un pantaloncito corto, muy ceñido, y una camisa abotonada, algo más suelta, de una tela sedosa, sin prendas interiores.

Carlos llegó después de la medianoche. Había estado de copas con sus dos amigos, aunque tampoco les había contado los rollos con su madre. Ciertamente, follar con su propia madre resultaba bochornoso, si el i****to salía a la luz podría liarse un gran escándalo. Por otra parte, deseaba compartir con ellos esa obscenidad, ese vicio lujurioso que alcanzaba con su madre, su sumisa, su puta y su guarra. Estaba pasándose tres pueblos con ella al tratarla de aquella manera tan humillante, pero le excitaba de manera eléctrica someter a una mujer tan bondadosa y tan buena con él como era su propia madre. Se trataba de sensaciones irrefrenables, instintos que no se podían controlar. Al entrar se topó con la casa en penumbra. Imaginó que sus padres dormían. Fue hasta su cuarto y se desnudó para ponerse cómodo, se quedó sólo con el bóxer. Le apetecía un cigarrillo, así es que se puso un albornoz por encima y salió al patio. Había luna llena y corría un vientecillo fresco. Dio unas caladas y vio luz encendida en el cuarto de sus padres, vio que la persiana estaba subida por la mitad y que disponía de un buen campo de visión para asomarse. Otra vez iba a pillarles follando. Y así fue. Les vio en la cama, a los dos desnudos, a su madre debajo con las piernas separadas y a su padre arriba meneando su culo arrugado para metérsela. Se movía con torpeza, con la cara hundida entre las tetas, jadeando con fatiga. Su madre permanecía abrazada a él, con gemidos simulados, como si la vieja polla de Miguel sólo le hiciera cosquillas. Carlos se bajó la parte delantera del bóxer y se puso a sacudírsela despacio. Su madre le descubrió masturbándose una de las veces que miró de casualidad hacia la ventana. Se miraron a los ojos, sin que Carlos cesara la masturbación ni ella parara de gemir abrazada al cuerpo de su marido. Irene sintió más placer al sentirse observada por su hijo, y bajó las manos para apretar el culo de su marido, como exigiéndole más potencia, sin apartar la mirada de la ventana. Carlos se la sacudía cada vez más velozmente acariciándose al mismo tiempo los huevos. Vio que su padre contraía el culo de manera pausada hasta detenerse del todo, luego se echó a un lado con la pollita tiesa y la boca muy abierta, necesitado de oxígeno. Irene continuaba mirando a su hijo. Tenía el chocho manchado con pequeñas gotas, con alguna porción en la raja. Carlos se puso a bufar cuando vio que su madre bajaba la mano y se acariciaba el coño, se esparcía el semen por toda la zona vaginal. Jodida guarra, pensó Carlos, le gustaba aquella perversión, le gustaba comportarse como una puta. Tardó poco en eyacular contra la pared. Cuando se tapó la verga, su padre besaba a su madre en plan cariñoso. Fue cuando Carlos se retiró a su cuarto.

Durmió poco. El polvo que su padre le había echado a su madre y las posteriores caricias en el coño habían encendido su desbordada impudicia. Oyó a su padre bastante temprano, sobre las siete de la mañana. Le oyó ducharse, tomarse un café y salir por la puerta media hora más tarde. Seguro que tenía muchos negocios que atender tras el viaje. No podía más, tenía la polla demasiado dura como para aguantarse y no calmarla. Se levantó de la cama y se quitó el bóxer quedándose completamente desnudo. Tenía la verga empinada hacia arriba. Comprobó por la ventana que aún no había amanecido. Salió y se puso a recorrer el pasillo caminando descalzo. Miguel, su padre, había olvidado el móvil justo en el mueble de la entrada y cuando entreabrió la puerta para simplemente meter el brazo y cogerlo, vio la sombra de su hijo por el pasillo. Iba desnudo, su barriga peluda le botaba con los pasos y llevaba el pene hinchado y erecto, balanceándose hacia los lados, un pene descomunal por la anchura y longitud. Se quedó perplejo y extrañado, con la cabeza asomada por la puerta. Vio que torcía por el pasillo y enfilaba hacia la habitación de matrimonio. Se fijó en su culo rechoncho de nalgas velludas. ¿Qué diablos estaba pasando allí? Con mucho sigilo, irrumpió en la casa.

Carlos empujó la puerta del cuarto y encendió la lámpara del techo iluminando toda la habitación. Su madre permanecía tumbada de costado, mirando hacia el otro lado, con el pijama azul marino puesto. Ni se movió. Caminó hacia la cama y se tumbó igual que ella, pegándose a su cuerpo. Irene abrió los ojos y volvió a cerrarlos al sentirle, emitiendo un suspiro, como si hubiera estado esperándole. Notó su aliento por el cabello y la nuca y su manaza recorriendo todas las curvas del costado. Se echó sobre ella, baboseando sobre su oreja y su mejilla.

Te deseo, zorra – le susurró tirándole del pantalón del pijama hacia abajo y dejándole el culo al aire -. Llevo toda la noche deseándote…

Se sujetó la polla y la condujo a su entrepierna, contrayendo el culo y hundiéndola lentamente en el jugoso chocho de su madre. Una vez dentro, se pegó a ella, aplastando la barriga en su espalda, apretándole las nalgas con la pelvis, lamiéndole la mejilla y metiéndole la mano derecha por dentro de la camisa del pijama para acariciarle las tetas.

Qué ganas de follarte, guarra, ¿dime que me deseas?

Te deseo, hijo – jadeó con los ojos cerrados.

Carlos comenzó a moverse despacio, deslizando la polla al interior del chocho de manera lenta, como conteniéndose, como queriendo gozar durante mucho tiempo de aquel polvo. No paraba de lamerle la mejilla y la oreja y de achucharle las tetas por dentro de la camisa. Irene mantenía los ojos cerrados, respirando por la boca de manera lujuriosa, siendo arrastrada hacia el borde de la cama a pesar de los débiles empujones que le propinaba su hijo, con el pantalón del pijama bajado hasta las rodillas. Qué gusto más grande, aquella inmensa polla bombeándole su chocho.

¿Te gusta, guarra?

Sí, me gusta mucho…

Le sacó la mano del escote y se la metió en la boca para que le lamiera toda la mano. Irene sufrió una arcada ante el roce de las yemas por su lengua, pero continuó chupándole toda la mano al mismo tiempo que la follaba de manera acariciadora. El gusto en su coño era exorbitante. Con la mano impregnada de babas, volvió a meterla en el escote para agarrarle las tetas.

Dime que te gusta, guarra…

Me gusta mucho, hijo, no pares, por favor, no pares de follarme…

Guarra…

Apretó un poco el ritmo hundiéndole la verga hasta el fondo. Miguel lo presenciaba todo oculto en la penumbra del pasillo, presenciaba cómo su hijo se follaba a su madre, oía las cosas que le decía, oía los chasquidos, veía los besuqueos, presenciaba una perversión que nunca se hubiera imaginado. Sólo veía a su hijo de espaldas, contrayendo su culo peludo para perforar el chocho de su esposa, veía su brazo derecho moviéndose, presumiblemente sobándole las tetas. No parecía Carlos, daba la sensación de que estaba enfermo, de que había enloquecido, de que se había convertido en un pervertido peligroso que abusaba de su propia madre. Conocía a Irene y sabía que por su hijo haría cualquier cosa, que por su hijo ocultaría una perversión semejante, que por su hijo se prestaría a cualquier exigencia, por muy sucia que ésta fuera. Trataba a su madre como si fuera una puta cualquiera. Vio que las contracciones del culo se aceleraban y que ambos jadeaban a la vez, de manera rítmica, un jadeo profundo de él y dos jadeos secos de ella.

Carlos fue parando poco a poco a medida que inundaba el chocho de su madre. Cuando detuvo las clavadas, dejó la verga metida hasta el fondo y apoyó la cara en la mejilla de su madre para recuperar las fuerzas. Ella también acezaba con los ojos cerrados, percibiendo la polla encajada en el chocho. Aún le masajeaba las tetas por dentro del escote. La mano pasaba de una a otra sin parar. Miguel aún les vigilaba desde el pasillo. Permanecían inmóviles, en la misma posición. Se mantenía a la expectativa, pero transcurrieron cinco minutos sin que se movieran ni hablaran, como si se hubiesen quedado dormidos con la verga dentro. Pero de pronto, su hijo comenzó a contraer el culo de nuevo, follándola otra vez, esta vez con más ganas, propinándole empujones y golpes en las nalgas, volviéndole a magrear las tetas por dentro de la camisa y babeando sobre su mejilla. Miguel no daba crédito a la escena, no sabría qué postura adoptar a partir de ese momento. Su hijo estaba enfermo y su esposa lo estaba pagando prestándose a sus perversiones.

Me gusta verte follar con otros – le susurró apretujándole las mejillas y volviéndole la cara hacia él para que le mirara -. Eres una guarra… -. Ella le jadeó en la cara y él se lanzó a besarla a mordiscones, meneándose sobre el culo de su madre cada vez con más energía -. ¿Te gusta, cabrona? Toma, zorra, voy a romperte el coño…

¡Ahhhh… Ahhhh…. Ahhhh ¡ -. Irene ahora chillaba como una perra malherida ante las severas clavadas que le propinaba.

Puta, cómo te gusta mi polla…

Aceleró violentamente y frenó en seco volviéndole a llenar el chocho de más leche, aunque esta vez Irene, muy sofocada por los intensos gritos, percibió pequeños escupitajos. Le sonrió a su hijo y alzó un poco la cabeza para besarle. Carlos respiraba con mucha dificultad.

¿Estás bien? ¿Te ha gustado?

Sí – contestó él asintiendo, volviéndose hacia el otro lado y quedando tumbado boca arriba, con la verga empinada e impregnada de flujos vaginales.

En ese momento, Miguel se marchó envuelto en una nube de confusión y pánico. Su hijo se había convertido en un monstruo pervertido e Irene en una víctima de aquella horrible humillación.

Irene se pasó todo el día en la farmacia sin noticias de su hijo. Tampoco quiso llamarlo al móvil para no agobiarle y cuando al mediodía se quedó a solas en la farmacia para comer precisó de una masturbación para aplacer el placer que le hervía en la sangre. Se estaba volviendo una ninfómana, una guarra, como a su hijo le gustaba llamarla. A veces tenía destellos de arrepentimiento, pero muy débiles, sobre todo cuando pensaba en su marido y en lo felices que eran. Pero Miguel había envejecido mucho y se había vuelto muy soso, su hijo en cambio le aportaba emoción y lujuria a los ratos de sexo. La ausencia de su hijo le provocó malhumor y las pagó con los empleados. Cuando cerró a última hora de la tarde, le telefoneó al móvil, pero no atendió la llamada. Se dio una vuelta por los bares del centro, por si se topaba con él, pero no le vio por ningún lado. Igual, con esas relaciones i****tuosas, le estaba causando algún trauma a su hijo y temió que cometiera alguna locura. Estaba haciendo mucho el vago desde que llegó del viaje. Se juntaba mucho con Alex y Alex era una mala influencia, un drogata y un chulo que podía llevarle por el mal camino. Ya había anochecido y ya se iba para casa cuando les vio pasar en el coche de Mariano camino de una carretera comarcal. Iban los tres. Se extrañó y decidió seguirles a cierta distancia para saber dónde iban, pero lo averiguó enseguida, cuando les vio entrar en un club de alterne ubicado a las afueras del pueblo. Iban de putas. Detuvo el coche y les estuvo vigilando hasta que les vio entrar. Suspiró, nerviosa y con los malignos celos apoderándose de su mente. Recibió una llamada de su marido.

Irene, ¿dónde estás? Ya estoy en casa.

Voy enseguida. He parado a comprar.

Estaba muy caliente. En su mente se forjaban imágenes de su hijo follando con alguna prostituta. Se metió la mano derecha bajo la falda y se apartó las bragas, hurgándose en el coño, primero despacio y después clavándose dos dedos, con la mirada fija en el edificio del club. Jadeaba, cerraba las piernas dejando la mano atrapada y volvía abrirlas, meneando la cadera en el asiento del coche. Se metía los dedos muy adentro. Necesitaba que la follasen. Comenzó a clavárselos muy aceleradamente hasta que chorreó un montón de flujos vaginales en la mano, flujos que llegaron a manchar la tela del asiento. Volvió a colocarse las bragas y la falda y arrancó el coche para irse a casa. Estaba seria y su marido se preocupó por ella, temeroso de que Carlos hubiese abusado de nuevo. Cenaron sin apenas abrir la boca, estuvieron un rato viendo la tele y antes de la medianoche se fueron a la cama. Miguel fue el primero en desnudarse y tumbarse en su lado, simulando que leía un libro, dubitativo, tratando de envalentonarse para afrontar y compartir con ella el tormento. Irene salió del baño con el picardías negro con tirantes y base de volantes, transparente, un picardías que solía ponerse muy a menudo. Se le transparentaba todo. Miguel se fijó en que no llevaba bragas, se le transparentaba toda la zona triangular del coño. Aquella prenda era una manera de incitar a Carlos y dudó si aconsejarla.

¿Estás bien, Irene? Te noto preocupada.

Estoy bien, es que no he sabido nada de Carlos en todo el día…

Quería hablarte de Carlos – le dijo él con la voz temblorosa.

Pero se oyó el cerrojo y ella fue flechada hacia la puerta.

¿Dónde vas?

Es Carlos. Voy a hacerle un poco de cenar.

¿Así vestida?

Irene no le oyó, salió y cerró la puerta tras de sí dejando a su marido con la palabra en la boca. Irene y Carlos se encontraron en el salón. Su hijo la examinó de arriba a abajo, se fijó en sus tetas balanceantes bajo la gasa y en la mancha negra del chocho. Ella le miró con seriedad. Seguro que venía harto de follar con putas. Le notó algo bebido a juzgar por sus ojos enrojecidos y el olor a whisky que desprendía. Dio unos pasos hacia él.

Hijo, ¿dónde andas? No he sabido de ti en todo el día…

No llevas bragas -. Irene se miró la delantera -. Me gusta verte sin bragas – dijo con la voz embriagada.

Chsss, calla, tu padre está en la habitación.

Ven conmigo…

La sujetó del brazo y la empujó hacia el pasillo sin soltarla. Ella se dejaba manejar y avanzaba a su lado sintiendo su mano presionándole el brazo.

Está tu padre, Carlos.

Cállate, vamos al baño…

Miguel había abierto la puerta y les vio pasar, vio cómo su hijo la llevaba sujeta del brazo como si fuera una presa. Entraron en el cuarto de baño, cerraron la puerta y oyó el cerrojillo. Desesperado, apoyó la cabeza en la pared, casi con lágrimas en los ojos, lágrimas de pánico por lo que estaba sucediendo, lágrimas de pánico por la incertidumbre. Caminó unos pasos hacia la puerta y se detuvo a un par de metros. Quería intervenir, pero le faltaban agallas para enfrentarse a una situación tan embarazosa. Permaneció inmóvil en la penumbra del pasillo.

En el cuarto de baño, Carlos la soltó del brazo empujándola hacia delante y ella se giró hacia él.

Hijo, yo también te deseo, pero es muy peligroso, tu padre está despierto.

Métete en la ducha y arrodíllate.

Irene hizo lo que le mandó su hijo. Abrió la mampara, se metió en el plato de ducha cuadrado y se arrodilló de cara a él, con el tórax erguido y los brazos sobre los costados. Carlos se acercó a su madre, le plantó la mano bajo la barbilla y le levantó la cabeza para que le mirara.

Eres una guarra. Me gusta follarte. Abre la boca -. Irene obedeció, Carlos se curvó y le lanzó un escupitajo en la lengua, escupitajo que ella se tragó -. Qué puta eres.

Retiró la mano de su barbilla y comenzó a quitarse el cinturón con lentitud. Irene observaba. Se desabrochó el pantalón y se bajó la bragueta abriéndose el pantalón, exhibiendo el bulto tras el bóxer. La miraba con rabia, apretando los dientes. Se bajó la delantera y se sacó la polla medio erecta. Irene no movía un músculo. Se colocó la verga en horizontal, apuntando hacia ella, y en unos segundos se puso a mearla. Un fuerte chorro de pis se estrelló bajo su nariz salpicando hacia todos lados. Irene cerró los ojos envuelta en muecas y gestos de asco, volviendo la cabeza, con el chorro deslizándose por su mejilla, empapándole el pelo, resbalando con intensidad hacia sus labios y barbilla. Algunas gotas le caían dentro de la boca. Volvía la cabeza hacia el otro lado. Una de las veces el chorro le cayó dentro de la boca y lo vomitó enseguida, aunque llegó a tragarse un poco.

¿Te gusta, guarra?

Se bajó un poco la verga y meó sobre las tetas, empapando el picardías, que enseguida se adhirió a la piel como si fuera látex. Le chorreaba por todos lados, la dejó bañada en pis, como si acabara de darse una ducha. Tuvo que pasarse el dorso de la mano por encima de los ojos y los labios y escupir varias veces. El cabello le chorreaba y la gasa la tenía pegada a la piel por todos lados, arrodillada sobre un charco de un tono amarillento y hediendo asquerosamente. Carlos comenzó a sacudírsela muy deprisa, apuntando hacia ella, que aún trataba de secarse algunas partes de la cara.

Mírame, guarra… -. Ella le miró, con numerosas hileras resbalándole por el rostro. Su hijo le apretujó la cara con la mano izquierda -. Levántate y dame tu culo.

Como deseosa, se incorporó girándose hacia la pared y curvándose hacia ella, apoyando las manos y empinando el culo hacia su hijo. Carlos le tiró de la gasa mojada hacia arriba. Tenía gotas repartidas por las nalgas, pero le metió la punta de la polla en el fondo de la raja y se la hundió en el ano poco a poco. Sin tocarla, comenzó a menearse y a embestirla, follándola por el culo, provocando que su cabeza se golpeara ligeramente contra la pared. De todo el cuerpo le chorreaba pis. Se la metía con presura, hasta que la pelvis le golpeaba las nalgas blandas y húmedas. Ella procuraba ahogar sus gemidos mientras la follaba, profundamente caliente, y más tras saber que se habría follado alguna puta. Sus tetas se mecían con la gasa pegada. En la penumbra del pasillo, Miguel les oía gemir, de manera seca, al unísono. Se la estaba follando. Aturdido, dio media vuelta y regresó a su habitación.

A Carlos no le importó emitir jadeos altos y secos cuando comenzó a sentir la llegada de la eyaculación. Ella meneaba el culo cuando la penetraba, como para captar el gusto de la clavada. Carlos aceleró. Ella le miró por encima del hombro y enseguida notó que la llenaba de leche, notó el largo escupitajo de semen dentro de su ano. Se escurrió embistiéndola un par de veces más, hasta que dio un paso atrás. Irene se incorporó cuando él cogía una toalla para limpiarse la verga. Se la guardó bajo el bóxer y se abrochó el pantalón.

– Tendré que ducharme – dijo ella con una sonrisa -. Mira cómo me has puesto.

– Hasta mañana, mami, estoy hecho polvo.

Y abandonó el cuarto de baño, dejándola sola en la ducha, empapada de pis tras una tremenda meada y con el culo lleno de leche tras una inmensa penetración anal. Se quitó trabajosamente el picardías pegado a su piel y abrió la ducha enjabonándose a conciencia todo el cuerpo, dejando que a veces cayera el chorro dentro de la boca para enjuagarse bien. Veinte minutos más tarde se echó al lado de su marido. Ambos se daban la espalda. Ambos no durmieron en toda la noche. Ambos no se dirigieron la palabra.

Al día siguiente, Miguel salió a su hora. A pesar de su honda depresión y del grave problema en la familia con el comportamiento de su hijo, tenía asuntos sumamente importantes que atender si quería que su negocio no se fuera a pique. Un rato más tarde se levantó Irene. Su hijo Carlos aún dormía y no quiso despertarle. Tenía la habitación cerrada. Se había tirado toda la noche rememorando cada detalle de la escena en el baño. Desayunó algo y bajó a la farmacia. Tuvo otro encontronazo con Macario. Cada vez le resultaba más insoportable. Estuvo casi toda la mañana en el despacho, sin atender clientes, pendiente de la llegada de su hijo, pero su hijo no se presentó en la farmacia. Le telefoneó a la hora del cierre del mediodía y le atendió la llamada.

Hijo, ¿dónde estás?

Con Alex.

¿No vienes a comer? Estoy en la farmacia y he preparado un cocido muy rico.

Iré en un rato.

Se presentó a comer cerca de las dos y media con olor a cocina, signo evidente de que había estado de bares con su amigo el macarra. Quiso advertirle acerca de la mala compañía de Alex, pero no se atrevió. Le sirvió la comida como si fuera su criada, hablándole de asuntos relacionados con la farmacia. Ella llevaba la bata puesta y los zuecos blancos, sin nada debajo, salvo unas bragas negras de encaje que se transparentaban a través de la blancura de la tela. Cuando vio que había terminado y se encendía un cigarro, recogió la mesa, fregó los platos y se sentó en la silla de al lado. Su hijo la miró al estrujar la colilla en el cenicero.

¿Estás bien, mami? Te noto un poco tensa.

No, no, estoy bien – le contestó sonriente.

Carlos se levantó y se colocó detrás de ella. Comenzó a masajearle los hombros con cierta delicadeza.

Ummm… Qué relax, hijo…. Lo necesitaba…

¿Por qué no te desabrochas la bata? Me gusta verte las tetas…

Nos vamos a calentar, hijo, no paramos…

Venga.

Sin dejar de masajearla por los hombros, observó cómo lentamente se desabrochaba la bata y se la abría hacia los lados exponiendo sus agigantados pechos y la delantera de sus bragas de encaje. Enseguida, las manos de su hijo resbalaron hacia las tetas, sobándolas de manera acariciadora, zarandeándole débilmente los pezones con los pulgares. Ella se relajó apoyando la cabeza sobre la barriga de su hijo, exhalando de placer ante el tacto.

Ummm, hijo, qué bien…

Carlos se las oprimía con las palmas, gozando de aquella blandura. Irene no pudo resistirse y bajó la mano derecha de la mesa para metérsela dentro de las bragas y refregarse el coño al son de los tocamientos. Carlos sonrió al ver cómo se masturbaba, cómo se hurgaba en el chocho, cómo tensaba la tela de las bragas. Continuó magreándole los pechos de manera lenta, a veces uniéndole los dos pezones.

Estás cachonda…

Es que sabes ponerme cachonda, hijo…

¿Quieres hacerme una mamada?

Sí, me apetece, deja que te la chupe…

Carlos retiró las manos y caminó hacia la cama desabrochándose la camisa y el cinturón. Ella se levantó de la silla, se despojó de la bata y se bajó las bragas quedándose desnuda. Le siguió y aguardó junto a él acariciándole la espalda hasta que se quedó desnudo, con la polla algo floja todavía. Carlos se echó en la cama boca arriba, con la cabeza en la almohada y las piernas separadas. Su madre se arrodilló entre las rodillas y le cogió la polla para endurecerla primero. Parecía de goma por la flacidez. Se la sacudió con ambas manos, mirándole por encima de la curvatura de la barriga, acariciándole los huevos, apretándola fuerte, hasta que poco a poco logró endurecérsela. Se la machacó unos segundos y después, sentada sobre los talones, se curvó para mamársela. Primero le lamía el glande y luego se la comía entera, manteniéndola dentro un par de segundos para luego subir la cabeza, babosearle el glande y volver a tragársela. Carlos sólo respiraba por la boca mirando hacia el techo, concentrado en las chupadas. Ella se esforzaba en mojarla bien y en darle algunas sacudidas sobre la lengua. Bajó un poco la cabeza y le lamió los huevos, le dio varios mordiscos con los labios y varias pasadas con la lengua. Carlos resoplaba de placer. Irene metió las manos bajo sus muslos y le obligó a levantar las piernas, elevándole el culo del colchón. Con ambas manos le abrió la raja hasta descubrir su ano, un ano áspero rodeado de un vello denso. Y acercó la boca para lamerle el ano, con la frente aplastándole los huevos, con la lengua actuando como una víbora sobre el orificio. Fue el delirio para Carlos notar que su madre le chupaba el culo y jadeó mediante alaridos de placer, dándose él tirones en la verga mientras ella lamía. Le pasaba la lengua entera por encima del ano, una y otra vez, sin descanso, baboseándoselo, propinándole unas dosis de placer verdaderamente hechizantes. Qué gusto tan grande. Le pasaba la lengua apretándola bien contra el orificio. A veces le cosquilleaba con la punta, pero enseguida se ponía a lamer como una perra a su dueño.

Ahhh… Qué bien lo haces, guarra… Wow…. Quiero follarte….

Bajó las piernas y ella se irguió. Carlos caminó de rodillas por encima de la cama hasta colocarse detrás de ella. Irene se echó hacia delante colocándose a cuatro patas, mirando hacia el cabecero. Sus tetazas le colgaban meciéndose lentamente. Desesperado, Carlos se agarró la polla y posó el capullo encima del ano, para luego empujar despacio y hundirla hasta el fondo. Ella meneó la cadera ante la penetración anal, apretó los dientes para soportar esa muestra de dolor y placer, y pronto notó que se empezaba a mover, que la empujaba follándola con fuerza, sujetándola por las caderas, abriéndole el culo con severidad. Mantenía un ritmo uniforme, sin pausa, jadeando secamente. Ella exhalaba con fuerza, ahogada en un mar de placer. Con aquella postura, parecía su perra. Ya tenía el culo bastante dilatado y apenas ya le dolían las clavadas. Estaba disfrutando como una loca. Continuaba mirando al frente mientras su hijo le daba por el culo. Irene percibió que fluía mucha leche de la polla, percibió cómo le caía dentro y cómo se lo llenaba. Carlos despidió tres jadeos estridentes al correrse y le atizó dos o tres embestidas más para aniquilar el gusto. Después sacó la polla del culo de su madre y bajó de la cama. Ella, aún a cuatro patas, con el semen brotando de su ano, ladeó la cabeza hacia él.

Vamos al baño, guarra.

Asintió al bajar de la cama. Caminó delante de él en dirección al pequeño cuarto de baño, meneando su inmenso culo de nalgas blandas, con una hilera de semen corriéndole por la cara interna del muslo. Irrumpieron en el baño. Carlos aún tenía la verga hinchada, aunque algo más floja. Se inclinó y abrió la tapa de la taza.

Arrodíllate…

Sí.

Irene se arrodilló ante la taza y se curvó hacia ella metiendo un poco la cabeza. Vio su imagen reflejada en el agua del fondo. Su hijo le pegó en el culo un par de fuertes palmadas, unas palmadas que le enrojecieron la nalga.

Qué guarra eres, maldita zorra… Mete más la cabeza…

Obedeció, tensando el cuello y metiendo un poco más la cabeza. Carlos se agarró la polla y apuntó hacia la cabeza de su madre. En dos segundos, un flojo chorro de orín salió despedido hacia la taza. Comenzó a mearla en la cabeza. Carlos procuraba atinar con el chorro. Irene sintió el caldo en la coronilla y enseguida comenzó a chorrearle por todos lados a medida que se le iba empapando el cabello. Cerró los ojos. Las gotas le caían de las cejas, de los labios y la nariz. El olor era tremendo con la cabeza allí metida. El agua se tornó enseguida amarillenta. Se vio afectada por una profunda arcada y vomitó unas porciones de babas, con muecas de asco al sentir los chorreones por su cara. Fue una larga lluvia dorada que le dejó el pelo y la cara como si le hubiera vertido un cubo de agua. Agitó la cabeza salpicando hacia todos lados. Notaba algunos salpicones por la espalda. Aguantó unos segundos con la cabeza metida en la taza para que le chorreara bien, luego extendió la mano y agarró una toalla. Al erguirse, se limpió la cara con ella, aunque del cabello le goteaba incesantemente en la espalda. Sintió náuseas y su cara no paraba de hacer espasmos de asco, aunque procuró sonreírle a su hijo, satisfecho por la meada sobre ella. La acarició bajo la barbilla.

¿Te ha gustado, guarra?

Sí, sabes que sí.

Arréglate, anda, pronto llegará Macario.

Irene no volvió a verlo más ese día, se marchó con sus amigos y regresó de mad**gada. Le oyó dar tumbos, señal de que venía medio borracho. Las cosas estaban llegando demasiado lejos con su hijo Carlos, ambos se estaban desmadrando y la relación i****tuosa cada vez resultaba más arriesgada. Además, a su marido ya apenas le hacía caso y notaba que comenzaba a preocuparse por ella. Su hijo le había inspirado una ninfomanía insólita, se tiraba todo el día pensando en el sexo con él, por muy humillante que fuera, y apenas lograba concentrarse en el trabajo.

Por la mañana, Miguel salió temprano hacia la oficina. Era incapaz de afrontar el vergonzoso problema familiar. Decidió esperar a ver si su esposa terminaba confesándole que su hijo abusaba de ella, al menos es lo que él pensaba que estaba sucediendo. Sabía que tarde o temprano tendría que hablar con su hijo, llevarle a un psicólogo o incluso denunciarle, pero Irene debía de estar sufriendo mucho. Una hora más tarde se levantó Irene. Se asomó al cuarto de Carlos y comprobó que roncaba arropado hasta la cabeza. Se preparó, desayunó y bajó a la farmacia. Discutió con Macario, como cada día. Pensó en hablar con Miguel para poder despedirle de una maldita vez. No tuvo noticias de Carlos durante toda la mañana, así es que sobre las dos le telefoneó al móvil.

Hijo, ¿no piensas venir a comer? Estoy en la farmacia…

No creo, mamá, estoy tomando unas cañas con los colegas.

Pero, Carlos, he hecho unas croquetas riquísimas que te encantan. ¿Me vas a dejar esto plantado?

Estoy con Alex y Mariano e igual nos liamos un poco…

No me hagas esto, hijo – insistió decepcionada -, aunque sea te traes a tus amigos, pero no me dejes la comida plantada, es una pena.

Espera…

En el bar donde se encontraban los tres chicos, Carlos tapó el teléfono y se dirigió a sus dos amigos.

Es mi madre, os invita a comer.

Dile que sí vamos – se apresuró Alex.

Esta bien, mamá, vamos en diez minutos -. Cortó la llamada y les sonrió -. Qué cabrones sois…

Yo, con tal de ver cómo se le mueven esas tetas, voy a comer al vertedero – le soltó Alex.

Veinte minutos más tarde los tres amigos se presentaron en la farmacia. Irene les recibió con la mesa puesta y ataviada de una manera que quitaba el sentido. Pudo detectar las viciosas miradas de los amigos de su hijo. Llevaba unos zapatos negros de unos tacones muy finos, unas mayas azules muy ajustadas que concretaban las pronunciadas curvas de sus caderas y el abombamiento y anchura de su culo, y una camiseta elástica de color azul marino, brillante, con un escote redondeado muy abierto, de hombro a hombro, dejando parte del canalillo a la vista. Se dieron los oportunos besos y ella se ocupó de ponerles de comer, con un ir para allá y para acá, con sus tetas meciéndose bajo la camiseta, dejando constancia de que no llevaba sostén. Y cómo meneaba aquel culo, a veces la tela se le metía por la raja, a veces se inclinaba y lo exponía, a veces se le transparentaban las señales de un tanga. Los chicos se tocaban bajo la mesa. Tenía un polvazo y ellos mucha hambre de follarse una mujer tan madura y carnosa como la madre de Carlos. La hicieron beber vino y algunos chupitos después, como para entonarla. Carlos y Alex se cruzaban miradas de complicidad, ambos chicos no paraban de tontear con ella contando anécdotas graciosas que la hacían reír. Sentada a la mesa y las tetas rozaban la superficie. Irene se comportaba de manera dócil, prestándose a la silenciosa lujuria que allí se cocía. Terminaron de comer y Alex se sentó en un sillón y Carlos y Mariano en el sofá. Irene recogía la mesa, les miraba de reojo, a veces cruzaba una mirada con Alex, el macarra amigo de su hijo. Era consciente de que la miraban suciamente, que allí se fraguaba una nueva aventura sexual bajo el consentimiento de su hijo. Estaba segura, por la forma en que la miraban, de que su hijo les había contado algo acerca de sus encuentros sexuales.

Pon unas copas, mamá – le ordenó su hijo.

Vale, ¿qué queréis?

Una copa de ron para cada uno.

Su hijo la trataba delante de sus amigos como si fuera su sirvienta. Fue hacia ellos. Primero le entregó la copa a Alex, que le lanzó una mirada lasciva con todo el descaro del mundo. Luego fue hacia su hijo y Mariano, que se acababa de hacer un porro.

Siéntate con nosotros – le pidió su hijo.

Se sentó en medio de los dos y cruzó las piernas. Tenía a su hijo a la derecha y a Mariano a la izquierda. Alex le quedaba al frente.

¿Quieres un poco, Irene? – le ofreció Mariano.

Voy a probarlo – le dio unas caladas y tosió un poco.

Bebe – Mariano le entregó la copa y ella le dio un trago -. Bebe más, bébetelo todo -. Acató la imposición de Mariano y se bebió todo el ron en tres tragos -. Así me gusta.

Tienes una madre muy guapa, Carlos – dijo Alex desde el sillón.

Gracias – le correspondió ella.

¿Os gusta? -. Carlos se ladeó hacia ella y con la mano derecha le apretujó las mejillas volviéndole la cara a un lado y a otro, como exponiéndola, como si fuera una esclava -. Es guapa, ¿verdad? ¿Habéis visto qué tetas tiene? – Le soltó la cara y ella sonrió temblorosamente. Su hijo le pasó la mano por la curvatura de los pechos -. ¿A que nunca habíais visto unas tetas tan grandes?

Me encantan – añadió Alex.

Carlos le metió la mano por debajo de la camiseta acariciándoselas suavemente. Alex se pasó la mano por la bragueta al ver cómo la mano se desenvolvía bajo la tela, achuchando con suavidad aquella blandura.

Las tiene muy blanditas. Le gusta que se las toquen, ¿verdad, mamá? -. Ella sólo sonrió, pero su hijo le atizó una palmadita en la mejilla con la otra mano, sin dejar de sobarle las tetas por debajo de la camiseta -, ¿Verdad, mamá?

Sí.

Mariano se animó irguiéndose hacia ella y le metió la mano derecha por el escote agarrándole una de ellas. Irene le miró.

Ummm, qué tetas más ricas tienes…

A mis amigos le gustan tus tetas…

La mano de su hijo por debajo y la de Mariano por el escote le abordaban las tetas con rudos achuchones. Alex sólo observaba la actuación de las manos por dentro de la prenda. Irene alternaba la mirada entre su hijo y Mariano.

Me vais a calentar – dijo ella.

Entre los dos, le subieron la camiseta y se la sacaron por la cabeza dejándole el tórax desnudo de cintura para arriba. Enseguida las manos de Mariano y de Carlos sobaron sus tetas deformándolas, estrujándolas, zarandeándoselas por los pezones.

Hija de puta, qué tetas tienes – jadeó Mariano electrizado ante los tocamientos.

¿Por qué no le enseñas a mi madre la polla, Alex? Verás, mamá, qué polla tiene mi amigo…

Sin que dejaran de manosearle las tetas, Irene presenció cómo Alex iba desnudándose hasta descubrir una polla extremadamente larga y de piel muy rojiza, con un capullo reluciente y afilado y unos huevos redondos y duros. Se quedó completamente desnudo y volvió a sentarse reclinado.

Acércate – le ordenó a Irene. Ella se levantó y caminó hacia él con sus pechos envueltos en severos vaivenes -. Tócamela, puta, seguro que te gusta.

Se arrodilló entre sus raquíticas piernas y extendió el brazo derecho rodeando aquella polla dura como el hierro. Se la sacudió con timidez, mirándole a los ojos, rozándose sin querer las tetas con la punta. Nunca pensó que se postraría ante un macarra como Alex. Oía a su espalda cómo su hijo y Mariano se quitaban la ropa y hablaban obscenidades sobre ella.

¿Te gusta, puta?

Sí.

Chúpala, vamos, chúpame la verga, zorra…

Se curvó hacia él y se comió lo que pudo de aquella verga tan larga, sujetándola por la base para mantenerla erguida, y la mojó bien por todos lados como si lamiera un helado. Alex la observaba sin hacer ningún ruido. Le apartaba el cabello a un lado para ver cómo se la mamaba. Sabía hacerlo, se la chupaba despacio, con la lengua fuera, ensalivándola por todos lados. Sus tetas le colgaban hacia abajo. Subió la mano de la base al glande y bajó más la cabeza para lamerle aquellos huevos duros y ennegrecidos, con la piel muy arrugada y peluda, los lamió moviendo la cabeza con la lengua fuera, como si fuera una perra, hasta que regresó a la polla para continuar mamándola, succionando, sujetándola como si tuviera un puro entre los labios.

Mira qué mamona es tu madre, Carlos, mira a la hija de puta cómo le gusta…

Mariano se estaba masturbando y ya no pudo más. Se arrodilló tras ella y le bajó las mayas a tirones hasta las rodillas y luego el tanga, al ser elástico, bastó con un tirón. Enseguida le abrió la raja del culo y posicionó la verga en aquel coño grande y jugoso. Y se la metió. Y comenzó a follarla apresuradamente meneándose sobre aquel culo grande y blando, rugiendo de placer. Irene jadeó sobre la polla. Todo su cuerpo se movía, le daba fuerte y arrastraba su cara por la verga y los huevos. Alex le agarró la cabeza y le metió la punta de la verga en la boca sacudiéndosela él mismo. Carlos observaba de pie. Uno follándole el coño y otro masturbándose con la verga dentro de la boca.

Uohhhh…. Uohhhh… -. Mariano contraía el culo vertiginosamente deslizando las palmas por toda la espalda de Irene. La polla resbalaba hacia el chocho con extrema facilidad.

Chupa, puta, quiero que te tragues mi leche… – le decía Alex sacudiéndosela con la izquierda y agarrándole la cabeza con la derecha, con el capullo golpeándole la lengua -. Qué suerte, Carlos, qué suerte de que tu madre sea tan puta…

Primero fue Mariano tras dos jadeos escandalosos. Sacó la polla, se dio un par de tirones y le salpicó el coño de abundante leche, porciones espesas que se adhirieron a la raja y el vello, porciones que gotearon hacia el suelo. Segundos más tarde Alex comenzó a derramar semen dentro de la boca, a chorros intermitentes, chorros que ella procuraba irse tragando, aunque cuando terminó de eyacular tenía toda la lengua manchada y con ella continuó lamiéndole la polla como una posesa, muy despacio, impregnándole el tronco de esperma. Alex se relajó dejándola chupar. Mariano se incorporó sentándose a su lado, en otro sillón, observándola. Y Carlos se arrodilló detrás de su madre para perforarle el culo, para embestirla muy aligeradamente, provocando que la mejilla de Irene se deslizara por la barriga de Alex y sus tetas le aplastaran la polla, con los huevos golpeando el coño manchado de esperma. Carlos la llenó enseguida, Irene percibió un fuerte chorro dentro de su culo. Gemía como una loca. Su hijo la agarró de los pelos y tiró de ella para que se incorporara. La abrazó aplastándole las tetas con las manos y baboseándole el cuello, con la barriga peluda pegada a su espalda, sentada sobre la polla, aún dentro de su ano.

¿Te gustan mis amigo, guarra? -. Le apretujó las mejillas y la obligó a mirarles -. Mírales, ¿te gustan?

Sí… – gimoteó.

Chúpales el culo, vamos, guarra, chúpales el culo…****

Mariano fue el primero en levantarse y girarse hacia el sillón. Carlos le acercó la cabeza y le hundió la cara en el culo de su amigo. Tenía la piel fría. Con la nariz clavada en la raja y los labios apretujados, Irene procuró lamerle el ano estirando la lengua y mojándole el orificio. Su hijo le mantenía la cara pegada al culo, aún con la verga dentro de su ano. Alex también se levantó y se giró hacia el sillón, junto a Mariano, brindándole su culo de nalgas raquíticas y salpicadas de granos. Carlos la agarró de los pelos y le pasó la cabeza al culo de Alex, hundiéndosela en la raja. Irene movía la cabeza lamiéndole el ano, con las manitas plantadas en las nalgas de él. Allí se encontraba, arrodilladas ante los amigos de su hijo, chupándoles el culo. Carlos se levantó dándose en la verga, a igual que ya hacía Mariano. Alex se dio la vuelta. Irene permanecía arrodillada ante los tres, rodeada, viendo cómo cada uno se sacudía la suya. A veces le daban pollazos en la cara, con las tres pollas, hasta que su hijo se inclinó y le escupió en la cara. Entonces los otros dos también se animaron y no pararon de lanzarle escupitajos hasta impregnarle la cara de gruesas porciones de saliva que resbalaban lentas por sus mejillas. Carlos tomaba la iniciativa y era el que demostraba más dureza con su madre. Le sujetó la cara bajo la barbilla. Irene abrió la boca, como si supiese lo que iba a hacerle.

Bebe, guarra, sé que te gusta…

Sus amigos observaban atónitos la insólita docilidad de la madre de Carlos. Vieron cómo le apoyaba la verga en el labio inferior y cómo un segundo más tarde meaba dentro de la boca hasta llenársela. Irene se tragó todo lo que pudo, aunque parte del líquido le resbaló por la comisura de los labios. Volvió a soltar un nuevo chorro y ella hizo lo mismo, se tragó todo lo que pudo. Carlos se apartó y entonces fue Mariano quien depositó su verga encima del labio, colocándole la mano derecha en la frente. Ella le miró aguardando con la boca abierta.

Pídemelo, puta – le ordenó Mariano.

Quiero beberme tu pis…

Y le lanzó un fino chorro contra el paladar, cayendo parte sobre la garganta y parte se vertió por la comisura de los labios, hileras que gotearon sobre sus tetas como un torrente. Le meo dentro de la boca de manera intermitente para que pudiera tragárselo, e inmediatamente después se la sacudió muy velozmente hasta salpicarle la cara de gotitas de leche, gotitas que algunas se mezclaron y se aguaron con el caldo amarillento. Faltaba Alex, que la colocó a cuatro patas hacia el sillón. Se arrodilló tras ella, le palmeó el culo varias veces y la penetró analmente de una embestida seca. Irene gimió cabeceando, salpicando pis, saliva y semen hacia los lados. Sus tetas sufrieron alocados balanceos. Le daba muy deprisa. Se detuvo, la sacó y le perforó el chocho. Le dio duro. Alternó entre el chocho y el culo durante un rato mientras su hijo y Mariano observaban la follada, mientras se deleitaban con los alaridos de Irene. Se la metía por el culo cuando Alex comenzó a acezar.

– Dame el vaso – le pidió a Mariano, que le entregó su copa de ron.

En el vaso aún había unos cubitos de hielo y un sorbo de ron. Sacó la polla de repente y colocó el vaso bajo el capullo derramando una gran cantidad de leche espesa en el interior, leche que se mezcló con el alcohol. Luego se encogió, meando sobre el culo de Irene. El chorro se deslizó de una nalga a otra empapándole toda la piel e inundándole la raja. Ella cerró los ojos al sentir cómo le meaba el culo. Nada más terminar de mear sobre el culo de Irene, colocó el vaso bajo el chocho, donde había un goteo incesante de orín, y aguantó hasta que se llenó todo el vaso. Luego lo elevó para mostrar el cóctel de ron, semen y orín, con sus cubitos de hielo flotando, de un tono muy amarillento.

Seguro que esta guarra se lo bebe todo – dijo.

Irene se incorporó, con el culo mojado, con las tetas salpicadas, y se volvió arrodillada hacia Alex, que en ese momento se ponía de pie junto a Carlos y Mariano. Le entregó el vaso y ella miró el contenido.

Bébetelo, zorra, bébetelo todo – le ordenó Mariano.

Vamos, guarra, seguro que te gusta – la animó su hijo.

Bebe, puta… – siguió Alex.

Empinó el codo acercando la boca al borde del vaso y fue tragándose el cóctel lentamente sin parar hasta dejar el vaso vacío. Sufrió una convulsión ante una mueca de asco y después una arcada que la hizo vomitar sobre las tetas parte de lo que se había tragado, pero enseguida se pasó el dorso de la mano por los labios y levantó la mirada hacia ellos como una sumisa. Le dieron unas palmaditas en la cara.

Qué bien te has portado, zorra – le dijo Alex -. Nos gusta follarnos a putas como tú…

Un ratito más tarde, a sólo diez minutos de la apertura, estaba duchándose cuando les oyó marcharse. Cuando salió ya preparada para la farmacia, su hijo la esperaba recostado en el sofá.

Creí que te habías ido, hijo.

Dentro de un rato.

¿Ha llegado Macario?

Su hijo se incorporó y le tendió la mano. Ella se acercó hasta él. Carlos levantó la cabeza hacia ella.

Me gusta verte follar con otros hombres.

¿Te lo has pasado bien? – le preguntó ella.

Sí, pero quiero que hagas algo por mí -. Carlos se levantó acariciándole la mejilla -. Quiero que folles con Macario, ¿me has entendido?

¡Hijo! – se sorprendió seria, mirando hacia el fondo del pasillo -. Eso no, hijo, no puedes pedirme algo así, con Macario no…

Hazme ese favor, mamá, quiero que lo hagas, será divertido. He ocultado una cámara entre esas flores -. Carlos señaló un jarrón de flores secas y un pequeño mando a distancia debajo -. Quiero que lo grabes todo. Sólo tienes que pulsar la tecla roja del mando.

No, hijo, sabes que por ti hago lo que sea, pero Macario sabes que yo no…

Chssss – la sujetó por la barbilla -. Eres mi puta, ¿recuerdas? Y quiero que lo hagas, que lo hagas por mí. Tú y yo nos entendemos. Lo pasamos bien. ¿Lo harás? -. Su madre asintió algo asustada -. Así me gusta. Ahora tengo que irme. Mañana vemos juntos el video y lo pasaremos bien.

Le estampó un beso en la frente, cogió su cazadora y salió por la farmacia tras saludar a Macario, a quien esa noche le tocaba la guardia. Irene se quedó absorta ante la tremenda petición de su hijo, cuyo deseo consistía en acostarse con Macario, una de las personas más insoportables que conocía. Carlos estaba llegando demasiado lejos y tarde o temprano el i****to saldría a la luz. Dudaba si tendría valor para hacerlo. Prestarse como partícipe de las fantasías sexuales de su hijo iba a costarle muy caro. Acaban de follarla dos amigos de su hijo, que se le habían meado encima, que le habían escupido, y ahora, a instancias de su amo, debía humillarse ante su subordinado. Cogió el bolso y subió al piso.

Miguel se encontraba sentado en el banco de un parque con un maletín al lado. Permanecía abstraído después de haber derramado unas cuantas lágrimas de terror. Lo había presenciado todo. Con la idea de almorzar con su esposa para protegerla de las garras de su propio hijo, había acudido a casa y al no verla había bajado a la farmacia en su busca. Y allí, oculto en un recodo de la escalera, fue testigo de la espeluznante humillación a la que había sido sometida por parte de Carlos y sus dos amigos. Para su hijo suponía una diversión humillar a su madre de la manera más ruin, meándose incluso encima de ella, animando a sus amigos para que lo hicieran. Debía denunciarle a la policía, aunque antes lo trataría con ella. No podía seguir como un cobarde. Esa misma noche emprendía un viaje a París. Allí tenían una delegación permanente y estaba pensando en llevarse con él a Irene y alejarla de un monstruo perverso de la magnitud de su hijo. Parecía una buena solución. A media tarde se fue a casa. No encontró a Irene por ningún lado, ni en la farmacia, ni Macario ni la chica sabían dónde había ido. Ya tenía todo decidido. Hablaría seriamente con su mujer y la libraría de aquel infierno. Telefoneó a Carlos y le preguntó por ella, pero Carlos tampoco sabía dónde estaba. Tampoco atendía el móvil. Igual había ido a hacer algún recado. Preparó el equipaje, dos maletas grandes llenas hasta arriba, para alejarla de la bestia, y se sentó en el salón a esperarla.

Irene se encontraba bebiendo en la barra de un bar, digiriendo la nueva experiencia que le deparaba, una experiencia impuesta por su chulo, por su hijo, la persona que la había convertido en una puta, en una ninfómana. Necesitaba beber para poder asimilarlo. Ya llevaba varias copas y empezaba a sentirse entonada. No sabía cómo iba a hacerlo, cómo se lo tomaría Macario, de qué manera conseguiría echar un polvo con una persona tan repelente, repelente a nivel personal y a nivel físico. Se había vestido para la ocasión con un vestidito de seda de un tono rojo chillón, con escote palabra de honor que le dejaba los hombros a la vista, ceñido al cuerpo y cortito, con la base hacia la mitad de los muslos. Llevaba unos zapatos rojos de tacón a juego, medias de red de color negras, con un liguero sujeto al tanga negro de muselina, se había recogido el pelo con un moño en la coronilla y se había pintado los labios del mismo tono que el vestido, con sombras en los ojos y coloretes en las mejillas, así como varios complementos a juego. Tras varios combinados de whisky, salió del bar rumbo a la farmacia. Eran las diez y media de la noche y ya estaba la verja hacia abajo, así es que entró por la otra puerta. La tienda estaba a oscuras, pero vio luz en la trastienda. Recorrió el pequeño pasillo y apartó la cortina. Macario se sorprendió al verla y no pudo evitar una mirada por todo su cuerpo al verla vestida con aquel glamour. Permanecía sentado en el sofá, viendo la tele, con los pies encima de la mesa y ataviado con un albornoz blanco muy cortito, casi parecía que llevaba minifalda, con sus esqueléticas piernas a la vista. Enseguida se incorporó bajando los pies y cerrándose el albornoz a la altura del pecho, algo avergonzado de que le hubiera pillado así.

¡Irene! ¿Qué haces aquí? Joder, no te esperaba, podías llamar, mira la pinta que tengo…

Tranquilo, hombre, vengo de comer con unas amigas y de tomar unas copitas -. Anduvo hacia el frigorífico exhibiéndose ante los ojos del viejo, meneando su culo explosivo por efecto de los tacones. Macario la perseguía con la mirada, fijándose en aquel apetitoso cuerpo, en aquellas eróticas medias de red -. Tengo unas amigas de aburridas -. Abrió la puerta del congelador, sacó la bolsa de hielo y luego abrió la puerta del frigorífico -. Mira, aquí hay media botellita.

Se inclinó para cogerla y entonces Macario vio cómo se le subía el vestido por detrás hasta descubrir parte del encaje de las medias y un trozo de la tira del liguero. Notó que se le hinchaba la polla. Irene logró activar el mando de la cámara al soltar la botella en la mesa.

¿Y tienes más ganas de beber? – le preguntó tras detectar su voz achispada.

¿Quieres tú una copa?

Sí, por qué no.

Estaba radiante, Macario no le quitaba ojo, y encima medio borracha. Para su sorpresa, se sentó a su lado, a su izquierda, erguida, y cruzó las piernas con sensualidad. Macario resopló al olerla, al ver la base de la falda al límite del encaje de las medias, al ver parte de la tira del liguero en la cara exterior del muslo, al ver aquellas medias tan de cerca, aquel impresionante y morboso manjar. Parecía una prostituta. Qué buena estaba. Tenía el pene como un palo bajo la tela del albornoz, porque como de costumbre, cuando se ponía cómodo no solía ponerse calzoncillo y en un pueblo como aquél las noches de guardia solían ser tranquilas. Irene sirvió dos combinados y le ofreció uno a él. Brindaron.

Uf, vaya tarde que llevo, debería parar o terminaré como dice mi hijo, echando las potas.

¿Y tu marido?

Ni sé ni me importa, últimamente sólo está pendiente de sus cosas. Mira, tenía ganas de divertirme, ¿no te parece que también tengo derecho?

Claro – contestó perplejo por la borrachera de la jefa y su extraña amabilidad con él.

Cuando a Miguel le da la gana, se lía por ahí con vosotros, ¿no? Pues yo también tengo derecho.

Y te has puesto muy guapa – le dijo él.

Gracias, tú, sin embargo, con ese albornoz pareces, no sé… – le dijo sonriente y mirándole de arriba abajo.

Pues no llevo nada debajo. ¿Te apetece ver lo que hay?

La seriedad se adueñó de la cara de Irene y se mordió el labio inferior, como queriéndole demostrar su calentura sexual.

Sé lo que tienes debajo.

Estás cachondona, jefa, y estás muy guapa, ¿quieres verme la polla?

Sí – respondió a modo de jadeo.

Macario se desabrochó el albornoz y se lo abrió hacia los lados mostrando su desnudez. Tenía unos pectorales fofos salpicados de vello canoso, una barriga blandengue, una polla pequeña y delgada, erecta, rodeada de vello canoso, y unos huevos muy flácidos.

Tócame la polla, desahógate conmigo, estás muy cachonda -. Irene acercó la manita izquierda, con las uñas pintadas de rojo, y la rodeó de manera acariciadora. La palma abarcaba casi toda la longitud. Comenzó a sacudírsela muy despacio, mirándola, con la boca abierta para expulsar el placer -. ¿Te gusta? -. Irene continuó masturbándole con lentitud sin contestarle, entonces Macario le dio una bofetada en la mejilla para que volviera la cabeza hacia él -. Dime si te gusta, putita.

Sí…

Mientras le masturbaba con tirones lentos, Macario le colocó la mano izquierda en la nuca y con la palma de la mano derecha le acarició toda la cara, estrujándole las mejillas, pasándole el dedo pulgar por los labios, hasta finalmente bajar por su cuello y tirarle fuerte del escote hacia abajo. Sus tetas se menearon levemente al ver la luz. Se las estrujó como si estrujara una esponja.

Qué tetas tienes, hija de puta -. Volvió a atizarle unas palmadas en la cara. Ella apartaba la cabeza sin dejar de machacarle la verga -. Eres una puta -. Le metió el dedo índice en la boca, pasándole la yema por encima de la lengua y por las encías, bajo el labio. Le atizó unas palmadas a las tetas provocándoles unos severos balanceos, haciendo que frunciera el ceño por el dolor, pero sin cesar de moverle la verga -. Baja la pierna, quiero verte el chocho -. Bajó las piernas y las apartó reclinándose hacia atrás, soltándole el pene. Macario le tiró de la base del vestido hacia el vientre hasta descubrir sus bragas de muselina. Se las apartó a un lado y le acarició el chocho con toda la palma -. Ummm, qué buena estás, qué coño tienes… -. Ella meneó la cadera al notar cómo le zarandeaba el chocho de un lado a otro -. Te gusta que te toquen el chocho, ¿verdad, hija de puta?

Ay… Sí… – contestó sin dejar de menear la cadera.

Vas a chuparme la polla, puta, qué ganas te tenía, vamos, vamos…

Ahora fue Macario quien se reclinó hacia el respaldo separando las piernas. Irene se irguió y se echó sobre él comenzando a lamerla despacio, pero Macario le agarró la cabeza, con una mano en la frente y otra encima del moño, y empezó a subirle y bajarle la cabeza violentamente follándola por la boca, sin descanso, a una velocidad vertiginosa.

Chupa… Vamos, chupa… Así, así, no dejes de chupar…

Le hundía la verga hasta rozarle la campanilla de la garganta, provocándole fuertes arcadas. Tras una primera pausa, vomitó un montó de babas sobre la verga y los huevos, babas espesas y transparentes, pero enseguida volvió a moverle la cabeza follándole la boca. Al notarle las arcadas se detuvo. Volvió a regurgitar y arrojó vómitos viscosos sobre la verga, empapándola cada vez más, babas que resbalaban por los huevos. De nuevo le bajó la cabeza, pero esta vez se la mantuvo unos cuantos segundos apretujada contra la pelvis, con la punta de la verga taponándole la garganta, con los labios pegados al vello. Al subirle la cabeza, devolvió un chorro de babas amarillentas, como si estuviera arrojando el whisky que se había bebido. La soltó y ella se irguió. Un grueso hilo de saliva le colgaba de la barbilla y tenía los labios rodeados de babas. Le dio unas palmaditas en la cara. El hilo de saliva le cayó en las tetas.

Baja, seguro que a una zorra como tú le gusta chupar los huevos…

Algo cohibida por aquella dureza, se arrodilló entre las delgadas piernas y se puso a cuatro patas para lamerle aquellos huevos tan flácidos y asquerosos. Macario cabeceaba dándose tirones en la verga, viéndole sólo los ojos, viendo cómo asentía con la cabeza para chuparle los huevos con la lengua fuera.

Ummmm… Qué puta eres… Ahhh… Qué bien lo haces, cabrona…

Lamiéndole los huevos arrugados, pensó en la cámara y en su hijo, quien al día siguiente revisaría el vídeo. Debía hacerlo bien. Apartó un poco la cabeza para mirarle.

¿Quieres que te chupe el culo?

Hazlo, zorra.

Ella misma le levantó las piernas y acercó la boca a la rajita que separaba unas nalgas encogidas. Al sacar la lengua, una mueca de asco se apoderó de su rostro, sufriendo una nueva avenida de vómitos, pero logró contenerlos y comenzó a acariciarle el ano con la lengua mientras él se la sacudía, con los huevos golpeándole la frente. Aquella manera de lamerle el culo, aquel frenético cosquilleo de la lengua, extasiaron a Macario, que se masturbaba con los ojos blancos, sumido en un placer desorbitante. De hecho, estuvo chupándole el culo durante cerca de diez minutos, hasta que el viejo bajó las piernas y ella irguió el tórax.

Vamos a la cama, anda, necesito follarte…

Se quitó el albornoz a toda prisa exhibiendo su ridículo cuerpo. Le pegó en el culo para que aligerara. Al llegar al borde, él mismo le subió el vestido hasta por encima de la cintura y le dio un tirón a las bragas hacia abajo. Se arrodilló ante ella besándole el culo por todos lados, lamiéndole las nalgas flácidas con la lengua fuera. Ella le miraba por encima del hombro. Volvió a ponerse de pie, nervioso.

Súbete en la cama.

Irene se subió caminando a cuatro patas hacia la mitad de la cama, con las piernas juntas y las tetas colgándole hacia abajo.

– ¿Así?

Sí, así, zorra, ábrete el culo…

Tuvo que apoyar la mejilla en el colchón y echar los brazos hacia atrás para abrirse la raja. Sintió cómo la punta de la verga le rozaba la rajita de su chocho, hasta que comenzó a hundírsela poco a poco. Una vez metida entera, la sujetó por las caderas y comenzó a contraer el culo para follarla. Irene se puso a acezar con los ojos cerrados y Macario a jadear en cada clavada. La follaba de manera lenta, moviéndose sin presura, golpeándole débilmente las nalgas con la pelvis. Tras follarle el chocho un rato, le sacó la verga y la subió hacia el ano. El viejo sudaba a borbotones. Ella se abrió más la raja. Le clavó la punta y empujó fuerte hasta irla encajando poco a poco. Irene bufó con los ojos muy abiertos, exhalando desesperadamente al notar el avance de la polla y el golpe de los huevos contra sus labios vaginales. Al sumergirle la polla en el culo, la sujetó de los brazos y con el cinturón del albornoz le maniató las manos a la espalda. Ella quedó con el culo empinado y la cabeza sobre el colchón, con la espalda inclinada y la cabeza ladeada hacia la escalera donde su marido presenciaba petrificado la escena. Abrió más los ojos respirando aceleradamente, justo en ese momento el viejo le perforaba el culo moviéndose ágilmente, acariciándole con sus manos todo el culo y los costados.

¿Te gusta, puta? ¿Te gusta cómo te follo el culo? – gritó envuelto en alaridos de placer. Pero Irene no apartaba la vista de los ojos de su marido, quien observaba el espectáculo con hileras de lágrimas derramándose por sus mejillas -. Contesta, zorra.

Sí… Sí…

Le dio tan fuerte en el culo que terminó tumbándola completamente boca abajo. Macario se echó sobre su culo, aún con un trozo de polla dentro. Se meneó sobre las nalgas y se irguió arrodillado para escupir goterones de leche sobre el culo de Irene, viscosas porciones que se repartieron por distintos puntos de las nalgas. El viejo respiraba fatigado e Irene emitía leves bufidos sin moverse, tumbada boca abajo, con Macario arrodillado entre sus piernas. Vio que su marido retrocedía y desaparecía. Ya no volverían a verse más. Miguel se marchó a París con la imagen de su amigo Macario salpicando de leche el culo de su esposa. Ya no podía seguir con ella, no podría mirarla a la cara, ni a Macario, ni a su hijo, ni a sus amigos, todos se la habían follado porque en realidad la puta era ella, porque había sido convertida en puta por su propio hijo. De París no volvería a moverse, jamás regresaría al pueblo. Viviría trastornado, sumido en una horrible pesadilla. FIN.

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