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Sopa de gemelas

Sopa de gemelas
«Carajo… qué puta aburrición…», eso pensaba en esos días. Y es que había dejado, lo que ahora consideraba todo un paraíso, para venir a este miserable pueblo sólo para cuidar a mi abuela, quien se la pasaba dormida casi todo el día. Así que, en realidad, era como estar solo. Solo y encerrado en el jodido local de la casa donde únicamente se paraban las moscas pues, la mera verdad, la farmacia ya está bien deshabilitada.

Sí, la vieja ya está muy grande, y así ya ni puede con el negocio, pero hazla entender. La muy ca… nija nomás no quiere dejar la farmacia. A pesar de que le han ofrecido rentarle el local; así siquiera recibiría una lana y, sin tanta bronca, tendría lo necesario para arreglar la casa que ya se está cayendo de lo vieja que es; pero nomás no quiere.

Y ahí estaba yo, ya bastante fastidiado, no sólo del negocio sino de lo tedioso que era el pueblo en sí. Hasta ese momento no había visto a ninguna mujer que valiera la pena. Y es que a mí me gustan bien culonas. Nada de tetas aguadas y nalgas inexistentes como las aquí presentes. A mí me encantan los buenos culotes de señoras bien ponedoras y dispuestas. Es por eso que donde antes radicaba ahora me parecía el paraíso:

Por allá, jóvenes o señoras, casi todas por igual, poseen buenas asentaderas, ufff… de eso puedo dar fe. Nada más es cosa de salir a la calle y tienes garantizada la inspiración para la chaqueta diaria.

Hasta me hice un perfil en el Face con el nombre del Cazaculos, en donde casi a diario subía videos a una carpeta que titulé: Culos subidos por el móvil.

Ah qué buenos recuerdos, qué ricas culeadas. No voy a decir que a todas esas culonas me las chingaba, pa’ qué mentir; pero sí tuve la oportunidad con una que otra habitante de Ah Kim Pech. Recuerdo con especial cariño a dos de las que me hice “amigo”. Un par de mujeres que conocí en Sascalum, la colonia donde viví. Una joven y la otra ya seño:

La primera vez que las vi iban caminando tomadas del brazo. Pensé que eran madre e hija yendo al mandado, pero al acercarme más a ellas y escuchar su conversación…

¡Puta…, par de cabronas!

¡No mames!, se platicaban sus asuntos de cama. ¡No manches, bien picaronas las muy ca…! Más parecían amigas o comadres que otra cosa. Se confiaban cada cosa en plena calle que aquello me pareció bien caliente. Como me las topé más de una ocasión, ya luego supe que sí eran parientes, pero no como me había imaginado. Eran tía y sobrina. ¡Y no manchen! Bien pinches entronas para el catre resultaron ser. Las aventuras de cama como que les gustaban a ambas. No pues, como que por allá traen la sangre caliente ya de nacimiento.

Pero aquí… ¡…puta! Nada. Y no te puede ver una mujer que la estés apreciando porque se ofende. «¡Pinche lugar del carajo!¿Para qué me vine pa’cá?», más de una vez pensé así, reprochándome a mí mismo.

Había botado un lugar habitado por damas dignas del colchón, con ganas de ser culeadas y con la seguridad necesaria para sexar por voluntad propia, nada más por venirme a cuidar a la abuela al pinche culo del mundo.

Y para amolarla cocinaba del carajo. ¡De verdad! Luego hasta la saliva se le escurre de la boca desdentada mientras cocina, y claro, cae en lo que esté preparando… huácala. Cuando veo eso ya mejor me compro unas Maruchan. Ella me toma a mal que le deje la comida, pero… bueno, eso me da asco, la verdad. Pobre, por cosas así nadie más se quiere quedar a acompañarla. Ni modo, si una buena acción haré en toda mi vida será por lo menos esa, acompañar a la abuela.

Pero bueno, en uno de esos días aburridos, recargado en el viejo mostrador y viendo a la calle; donde sólo veía pasar a señoras que por regla general estaban planas de nalgas y fofas de pechos (nada prometedor); que noto que la calle se iba nutriendo cada vez más de colegiales. Eran chicos y chicas de secu, y es que había una muy cerca, prácticamente a la vuelta de la esquina, pero no me había llamado la atención pues habían estado de vacaciones. Sin embargo, ahora regresaban a clases.

Fue un cambio notable en la rutina diaria. Me gustaba mirar a tantas chamaquitas tan prometedoras a la salida de clases. A esa edad, muchas de ellas aún tenían la bendición de la juventud. Qué diferencia con sus madres, ellas sí tenían chispa, una fresca belleza. Era como si la naturaleza las pusiera a punto para atraer fácilmente al sexo opuesto, pero sólo en esa etapa y luego… pues bueno, la perderían. A la naturaleza sólo le importa que cumplan con su rol en la vida, ni hablar, así de cruda es.

Y así, malviendo a las chamacas, que me enamoro. Eran dos chicas que además de su belleza resaltaban por ser… ¡sí, gemelas! Las dos igualmente sabrosas y con una cachondería propia de su edad.

Total que, a partir de ese día, siempre trataba de mirarlas. Para mi fortuna habitualmente las veía justo frente al negocio, pues ahí delante hay una tienda donde se reúnen los colegiales a comprar chucherías, y ellas solían sentarse en la banqueta a platicar, o mensajear con sus celulares.

Yo; para qué mentir; ya me hacía chaquetas a diario por las noches, totalmente dedicadas a las hermanas. En la cama recordaba su tono moreno de piel; sus labios bien llenitos de carne, hechos para besar y mamar; sus tersas mejillas; sus marcadas curvas en piernas, caderas y pechos. Dos chicas colegiales, chaparritas y caderonas, que estaban en su punto. En su justo momento para ser exprimidas; saboreadas; chupeteadas, listas para sacarles todo el jugo que sus tiernos cuerpos pudieran brindar; deleitarse con ellas.

Y es que me las imaginaba bien apretaditas; calientitas y, quizás… sí, quizás hasta sin estrenar. Con esas morenas carnes debían tener un temperamento sexual a punto de despertar. Aquello pronto estaría por amenazar cualquier inocencia que les quedara, pero en una población como esa aún había esperanza. Quizás por las viejas costumbres aún no las habían tocado, quizás…

Pero bueno, lo cierto es que, aunque no fueran inmaculadas, sí que se antojaban. Y, en uno de tantos días de aburrición, que suena la campana de la farmacia. Yo ya me decía como otras veces: “Puta… ay voy, a tener que negar otra cosa que no hay”, pues así solía suceder, pero que me llevo tremenda sorpresa. Eran las dos gemelas de las que estaba enamorado.

Sólo con verlas ahí se me paró la verga inmediatamente. ¡De verdad!, fue algo natural y automático. Y es que no era para menos: Dos chicas en sendos uniformes escolares.

Bueno, pues ahí estaba yo, totalmente excitado y mirando de fijo a la primera que me habló.

—¿Tiene condones? —me dijo.

¡Tómala! Mi propia saliva se me atragantó por la sorpresa y me impidió dar una respuesta rápida. Me quedé perplejo… bueno, mejor dicho pendejo, la mera verdad.

Un tanto dudé que una chica de su edad en verdad estuviera dispuesta a comprar algo así (y es que esta vez podía verle el candor a flor de piel). ¿Acaso se trataba de uno de esos retos colegiales que le habían impuesto?; algo como verdad o desafío. Es que la veía muy chavilla como para… bueno, tal vez ya le ponía. Estaba chiquilla, pero iba en pleno desarrollo. Quizás ya hasta tenía güey. O quizás era la primera vez que se iba por ahí con uno y se aprevenía por si…

De cualquier manera, qué rico fue oír aquello saliendo de esos tiernos labios. Pese a que se me fueron las esperanzas de que aún fueran castas, no obstante, y de cualquier forma, me agradó la situación.

—A ver, déjame ver —dije y me fui para dentro de la casa.

Bien sabía yo que en la farmacia de la abuela no había preservativos. Qué iba a haber. Pero yo sí tenía, y de distintos tipos.

—Aquí tienes. —dije, al regresar y entregárselos—. Son de poliuretano, estos hacen que sientas el calor de… bueno, pues de tu novio —le comenté y le sonreí, pensando en lo que haría con ellos.

Me fue inevitable darle un rápido vistazo a su entrepierna, poniéndome en el lugar del dichoso afortunado.

—¿Cuánto es? —me dijo.

—No, no es nada. Te los obsequio, sólo… Sólo dales un buen uso. No termines como tantas otras que a tu edad ya andan embarazadas —respondí.

Era un honesto consejo. De verdad, se lo dije de buena voluntad. A mí no me gusta ver a tantas chamaquillas desperdiciadas en el mejor momento de sus vidas; en ese en el que florecen para verse lo más bellas posible, y sólo porque… ¡ZAS!, desmadran su cuerpo a lo puro pendejo por un embarazo no deseado. Luego hasta terminan casadas con cualquier pinche pendejo nada más por no cuidarse.

No obstante, la chica se sonrojó e inmediatamente me dijo:

—No, no es para…

—Es para una clase —interrumpió la otra—. Nos los pidieron para el taller de sexualidad. Vamos a hacer una exposición y…

—Ah, están viendo los métodos anticonceptivos —declaré.

Ambas asintieron sonriendo.

—Pues eso está bien, qué bueno que aprendan a usarlos correctamente antes de… —y me quedé callado, sugiriendo lo obvio.

Ellas rieron.

—Oigan, ¿saben qué?

Y fue ahí cuando les propuse ayudarlas. Francamente les pensaba hacer la tarea a cambio de… Bueno, ustedes ya se imaginarán. Claro que no se los dije abiertamente. Sólo les pedí que me acompañaran un rato en lo que les ayudaba, comentándoles de mi soledad en esa casa con mi abuela. Recalqué que sólo me interesaba su compañía, mientras hacía la investigación por internet, ya saben: la historia de los métodos anticonceptivos; los diferentes tipos y, por supuesto, cómo usarlos.

Creo que lo que más les animó fue la posibilidad de usar mi wifi para bajarse videos mientras yo les hacía su chamba, pues a eso se dedicaron los primeros minutos.

Sin desperdiciar lo que para mí era una maravillosa oportunidad, había cerrado el negocio; con ellas dentro, claro; y les pedí que tuvieran cuidado de no despertar a mi abuela. Ella, como siempre, estaba bien dormida, sentada a mitad del pasillo que comunicaba el local con la casa.

Las chicas tuvieron que saltar las piernas de la vieja quien, obviamente, no debía enterarse de su presencia. De seguro no las habría aceptado de buen modo. Para ella no serían más que unas loquillas que venían a pervertir a su nieto, jaja.

—Y, ¿cómo se llaman? —les pregunté poco después.

“Yoselín y Yesenia”, me dijeron.

Platicamos sobre sus gustos personales ya que, mientras les hacía la tarea, ellas bajaron ciertas canciones que… bueno, digamos que en gustos musicales diferíamos bastante, la mera verdad.

—…ah no manchen, eso no es música —les dije francamente.

—Ay, pero si es lo máximo. —me respondieron, con claro afán de defender sus ignaros gustos.

—No, pos yo paso… reguetón y tribal… nomás de oír eso me duele la cabeza y me dan ganas de vomitar.

—Ay, qué te pasa. Tú ni sabes nada —comento Yesenia.

—De seguro que lo escuchan todo el tiempo —les dije.

—Pues claro —me respondieron ambas con mucho orgullo.

—Bueno, a ver…

Y les pedí que me compartieran sus gustos musicales retándolas a que demostraran lo buena que era esa música para bailar. Debo aclarar que yo estaba lejos de interesarme por el reguetón o cosa igual, pues… ¡puta madre, es una pinche música que me caga…! Es más, eso ni es música, pero…

Aquello fue sólo un pretexto para ponerlas a bailar de manera que a mí me gustara. Ambas escuinclas, con tal de demostrar lo equivocado que estaba, comenzaron a bailar según las fui guiando, con movimientos bien pinches cachondos. Una sobre el regazo de la otra, siguieron mis indicaciones y batieron el trasero con meneos bien eróticos. Y estos se acentuaban por las faldas uniformadas que vestían. Era un show digno de ser guardado para la posteridad:

En ese momento pensé que pese a su poca o nula experiencia en el campo de las artes amatorias, sus propios cuerpos las orillaban a eso. Era como si la de encima quisiera despertar al inexistente falo en la entrepierna de la otra por pura natura. En serio, eso parecía.

Expelían cachondería por todas partes. La expresión en sus caras; sus sensuales movimientos; la picardía en sus miradas. Incluso en los aullidos, sí, francos aullidos que dieron. ¡Par de cabronas!

Para ese momento, la música del Pelón del Mikrophone y de la Chakalosa de Monterrey no me parecía tan mala después de todo. Incluso diría que ya me estaba gustando. Ahora hasta la incluiría en el Soundtrack de mi vida; como dicen en la radio; sólo por recordar ese momento.

Una encima de la otra… ¡qué ricas se veían! Ambas meneando lo que la naturaleza les había proporcionado. Caray, se podría decir que viéndolas entendí el verdadero motivo de estar ahí. Ahí, en ese pueblo. Mi destino era descorchar a ese par. Claro, antes de que lo hiciera cualquier pinche bato que no pudiese valorar la calidad del bocado.

Cualquier pendejo de su edad se las picaría nomás por la pura calentura; o porque es “la ley de la vida”, como dicen acá; y ni disfrutaría… que va, no sabría disfrutar los finos detalles del primer ingreso a un cuerpo virgen, deseoso por ser penetrado. No las sabría cuidar, apreciar y sobre todo instruir. ¡Y pensar que chamacas de esta clase no se dan en mazorca!

Qué ricas se me hicieron. Y es que no fue sólo el hecho de que fueran gemelas, usaran uniforme o sus tiernas edades, sino que una natural cachondería emanaba de ellas. Y…, ¿les digo la verdad?, habemos algunos que lo notamos. En serio. Quizás no todos puedan pero, para alguien como yo, es inevitable percibir algo así. Hay mujeres que así, desde bien morrillas, ya lo emanan. Expelen ese deseo de… bueno, lo voy a decir tal cual es, porque a mí me caga la hipocresía: hay chamacas que exponen una especial necesidad de ser penetradas; sean vírgenes o ya experimentadas.

Y éstas, vaya que lo necesitaban.

Eran como un pastel envinado. Y yo con “el cuchillo” en la mano… jaja. Mmmm… nada más se me hacía agua la boca de sólo pensar en realizar “el primer corte”. Ya podía imaginarme todo el jugo que emanaría de sus respectivos…

—¡Ya está la comida! —que de pronto grita la abuela.

«¡Puta ma…!», pensé.

—¡Yaaa… a comer! —insistió varias veces y cada vez me pareció más irritante.

¡Puta..! Yo ya estaba bien firmes y a ella se le ocurre… No me quedaba de otra. Tuve que asomarme por la ventana y responderle.

—¡Me compré una Maruchan! ¡Gracias, pero eso voy a comer! —tuve que gritarle varias veces para que me entendiera.

La abuela que ya no escucha muy bien, pero que usualmente piensa en voz alta, murmuró:

—Cabrón malagradecido, después de que… siempre con sus pinches sopas…—dijo, como si yo no pudiera escucharla.

No si la abuela es quien es. Bueno, supongo que la ofendí por rechazar su comida, pero pues ni modo, hay prioridades.

—¿Han palpado un pene antes? —les pregunté a las hermanas.

Ya para ese momento había perdido el miedo a las repercusiones. Total, si no era en esa oportunidad no sería nunca.

Ambas como que se espantaron pero…

—Parece una salchicha —dijo Yoselín, cuando ya les demostraba, en mi propio pene, cómo debía colocarse un condón.

Su hermana y yo reímos por su comentario.

—De veras que sí —confirmó Yesenia, mientras que yo aún restiraba el preservativo hasta mi pubis.

—Pero esta salchicha está viva —dije, e inflamé mi glande a voluntad.

Con eso les saqué otras risas.

—Y, ¿quién se atreve a agarrarlo?

Ambas se miraron un tanto cohibidas.

—Ándenles, no tengan miedo que no les va a morder —continué animándolas—. Es mejor que lo conozcan así, en calma, que a la mera hora les saquen un susto y se aprovechen de ustedes.

Tras un ping-pong de miradas entre ellas, fue Yose la que se animó y tomó en su palma mi verguda hombría, que con su toque se endureció aún más.

La sonrisa, no sólo en sus labios sino en sus ojos, lo dijo todo. Ella iba a ser la primera que me ensartaría. No pues si lo digo, cuando ellas ya son dignas de que se las truenen, sus propios cuerpos, por sí mismos, lo facilitan. Su cuerpo; su mente; sus emociones; sus deseos, todo se alinea para recibir hombre. Así de bella es la naturaleza; cuando menos en este aspecto.

Como Yoselín era la menos inhibida de las dos, no fue difícil conseguir que se me montara sobre mi sexo; aunque aún con el uniforme puesto. Cosa que de por sí era excitante, pues Yose se meneó a ritmo de la cumbia tribalera sintiendo mi erección bajo de ella.

Sólo era cosa de hacerle la pantaleta a un lado para introducirme en ella. Sin embargo, preferí otra cosa.

—Tenías razón Yesi, esta música es de lo mejor —le dije a Yesenia, con tal de lograr su empatía y así se nos uniera al juego.

Como no sabía cómo iba a reaccionar Yoselín, al penetrarla por primera vez, no quise arriesgar a que la otra se espantara. Así que preferí antes unirla a la acción.

Yesenia, animada por su hermana, debo decir, aceptó montarme también, sólo que ella lo hizo sobre mi cara. Mi cabeza quedó cubierta totalmente bajo el vestido de colegiala de Yesi, quien rió de la situación. Con vergüenza y todo se meneó tan rítmicamente como Yoselín. Atrapado bajo la falda de una colegiala, ahí con ese olor de estudiante impregnándome todo el rostro y dejándome por siempre su marca, podía morir allí mismo y no creería mi vida un desperdicio.

No sangraron, para qué les voy a mentir. Ninguna de las dos lo hizo. Por eso no puedo asegurarles con toda certeza que eran vírgenes. Aunque ambas juraron y perjuraron que lo eran mientras entraba y salía de cada una. Quién sabe, tal vez entre juegos se habían tronado el himen hacía tiempo. Aunque tampoco descarto que me hayan mentido sobre su falta de experiencia. ¿Quién lo puede saber? Bah, eso ya no me importa. Y lo digo porque me lo pasé lo mejor de lo mejor con ellas. Estaban de lo más estrechas; apretaban pero si bien chingón, eso sí. Desde que empecé a penetrar a la primera se sintió bien estrecha.

Por supuesto la primera en recibirme fue Yose, aunque cuando lo hice procuré no quitarle la vista de encima a su hermana, quien estaba delante mientras tenía a la otra de a perro. Quería que Yesenía percibiera que yo le procuraba el máximo placer a su hermana cuidando de no hacerle el mínimo daño; quería que me tomara confianza para cuando le llegara el turno.

Antes de cualquier contacto genital entre nosotros, debo aclarar, les ofrecí dejar el juego ahí. No quería que me vieran como alguien que las obligaba, pero de una u otra forma, ambas hermanas se resistieron a irse sin…

A ambas me las cogí con el uniforme puesto; era una visión que quería realizar. Eso y quedarme con sus calzones para el recuerdo. Aunque la única que aceptó dejarlos de buena gana fue Yose. Uy, ustedes sabrán lo excitante que es conservar un recuerdo así.

Al ritmo de la cumbia tribalera, puse a Yoselín a que me cabalgara como vaquerita invertida mientras que a su hermana, ya sin calzones, le comí el púber sexo en lo oscurito de debajo de su falda. Así ambas hermanas montándome: una sobre el sexo y otra sobre mi cara fue un tremendo agasajo. Y en verdad espero que para ellas también fuera un momento memorable en sus vidas.

Penetrar a Yesenia fue más complicado por lo terriblemente estrecha que es (sí, afortunadamente lo es aún). Así que fue a trompicones, entrando poquito y deteniéndose varias veces. Su hermana la alentaba a que perdiera el miedo.

—Haz de cuenta que estás en el baño y que te lo estás metiendo tú sola —le decía.

Al oírla supuse que ellas se introducían “cosas” por sus sexos a manera de juego-entrenamiento, eso aclararía el porqué de que sus hímenes hubiesen estado ya rotos.

Como fuere, una vez se notó que Yesenia podía tolerar al invasor con más placer que dolor, los tres nos sentimos aliviados y exclamamos con júbilo: “¡Eh…!”, en un tono juguetón como señal de reto logrado y así seguimos con el mete y saque.

Al final los tres terminamos en una sopa hecha por nuestros sudores y los jugos de nuestros sexos. Esa no sería la última vez, pues me hice gran amigo de las gemelas aunque, debo aclarar, me encariñé especialmente con una con la cual mantuve una relación más o menos de novios.

De cualquier forma las dos tuvieron otras relaciones con chicos de su edad, tras lo cual no me encelé. Y es que gracias a las hermanas conocí a otras colegialas a quien pude desvirgar y encauzar en las finas artes del sexo.

No era raro que mientras me “chingaba” a una de las gemelas, la otra hermana platicaba con la amiga invitada sobre la misma cama en la que sexábamos. Eso hacía que la invitada entrara en confianza y perdiera el miedo a la situación en sí.

Como estaban ambas tan cerca de mí, iniciaba a la nueva chica acariciándola y luego besándola, mientras aún seguía penetrando a la gemela en turno. Todo se tornaba en un dulce juego puberto. Ya luego me salía de ésta para introducirme en la novata. Esa fue la manera de llevar algo de educación a ese pueblo, y que así las chiquillas aprendieran a cuidar lo mejor posible sus cuerpos, y así los conservaran por más tiempo.

“No más embarazos por descuido con pinches batos pendejos”; ese era mi lema. Era mejor que me las chingara yo que cualquier pendejo quien ni se tomara el cuidado de usar condón, ¿no?

FIN

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