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Mi Tio EL Ranchero (9 Parte).

Blowjob

Mi Tio EL Ranchero (9 Parte).
NOVENA PARTE

Está de más decir que el tema central de conversación durante tooooodo el viaje, fue el sexo. Después de la ruptura de fronteras entre mi papá y yo, ¿y a mis catorce años?… ¡por dios!… ¿quién podría hablar de otra cosa que no fuera S–E–X–O?… yo no.

Lo interrogué sobre muchas cosas y en casi todas tuvo la paciencia para contestarme, mismas que acaso vengan a la palestra después; pero una parte que quedó completamente en blanco, fue su infancia sexual. No quiso hablar de eso y yo no quise presionar, por miedo a que se volviera a erigir el muro de Berlín entre nosotros.

Ya no faltaba mucho para llegar cuando se hizo un silencio en el auto. Yo iba acomodando mis ideas y de pronto descubrí que mi papá iba acomodando sus huevos. No quise inhibirlo, así que lo vi de reojo, como antes, cuando mi juego favorito era espiarlo. Pero una vez más, se dio cuenta, porque dice:

– ¿Ves cómo fue que me di cuenta de tu interés por mi entrepierna cuando eras chiquito?
– ¡Papá! (Nos reímos) ¡¿Cómo te diste cuenta?!
– Creo que soy un poco más ágil que tú hijo.
– Mm… sí, ya vi. ¿Y qué tanto te hacías?
– ¿Ahorita?
– Ahá.
– Ah pos disfrutando del maravilloso privilegio masculino de rascarse los huevos (volteó a verme sonriendo)
– Sí. Te los rascas mucho.
– ¿Tú no?
– Pues no, o al menos, no tanto como tú. Será porque no tengo pelos ahí.
– ¿En serio no tienes? (con cara de duda)
– No. A cada rato me reviso y nada.
– Ah mira, no me di cuenta. No tuve tiempo de investigar eso.
– Pero… ¿si quieres?… ¡ahorita que lleguemos lo investigas!, ¿sale? (se rió)
– Nada de eso Señor. Ahorita que lleguemos, te dejo en la casa y me voy derechito a la oficina.

Puse cara de descontento, pero conforme al mismo tiempo. Sabía que “regresar a la realidad” era un hecho inminente e inexorable. Me puso la mano en la pierna y me dice: “Tranquilo hijo, acabamos de tumbar la frontera, acuérdate.

Tenemos mucho tiempo por delante”. En respuesta le agarré la mano y no se la solté.
Al llegar a la casa, literalmente me dejó junto con las maletas y se fue. ¡Regresé al mundo!

No nos volvimos a ver lo que restó del lunes ni el martes. El miércoles por la noche regresó de la oficina quejándose del calor, y le preguntó a mi mamá si no tendría él por ahí un short para ponerse. Mi mamá desconcertada le contestó que no, así que rápido intervine: “Yo te doy uno Pá. Carlos es de tu talla”. Nomás asintió con la cabeza que era buena idea, pero alcancé a ver que me guiñó un ojo.

Carlos: Es mi único hermano, 4 años mayor que yo. En ese entonces no se usaba la palabra “Nerd”, pero él ya lo era. No tenía vida social, sacaba calificaciones siempre con excelencia, estaba becado y sus tiempos libres los pasaba metido en el laboratorio de química de la escuela. Vestía muy mal, nunca se peinaba y usaba unos lentes propios de ratón de biblioteca. Además, todo él era un misterio porque nadie sabía lo que había detrás de esos lentes.

Pero volviendo al short, salí con ellos a la sala y como no vi a mi papá, mi madre me dijo que estaba en su habitación. Sonreí para mis adentros y a paso veloz llegué hasta su puerta y toqué: “¡Pásate!”… deliciosa palabra. Estaba sólo en bóxer y camisa. Me preguntó:

– ¿Crees que me queden? (se los entregué)
– Sí, es de tu misma talla (y me senté en la cama)

Lo puso sobre la cama para poderse quitar los bóxer, y mi desencanto fue que la camisa tapaba precisamente lo que yo quería ver. Como si estuviera él sólo en la habitación, se sentó para ponérselos, se levantó para subirlos y caminó hasta el espejo para verse. Hablando para sí mismo: “Vaya, de haber sabido que estas cosas eran tan cómodas, las hubiera empezado a usar desde hace mucho”. Y así, viéndose al espejo, me dice:

– ¿Cómo piensas salir de aquí con eso ahí?
– ¿Mm?… ¿de qué hablas?
– Voltea para abajo (Se refería a mi erección y nos reímos los dos)
– Chín… siempre sale cuando menos la llaman.
– Quédate un ratito aquí mientras se te baja, yo voy a cenar de una vez porque ladro de hambre (y como nunca: me dio un beso en la frente).

Yo ya había cenado, así que me fui directo a la tele a tomar el mejor lugar posible. Aunque éramos de una posición socioeconómica algo desahogada, entonces no se usaba que cada quién tuviera su tele, sólo había una y era el centro de reunión familiar después de la cena.

No sabía qué iba a pasar, pero yo necesitaba tener una buena perspectiva de esos shorts aguados que le di a mi papá. Terminó de cenar, tomó la edición vespertina de un periódico local, y se puso a hacer lo que había sido su costumbre desde siempre: leer el periódico al mismo tiempo que veía la tele. Pero esta vez no se sentó en su sillón, el que quedaba de frente a la T.V., sino uno lateral, justo frente al mío. Después se sumó mi madre al grupo y se puso a tejer.

Mi papá cumplió su promesa. Debajo del periódico salían sus piernas peludas, por la pernera izquierda salían sus huevos, que si mi madre se hubiera movido tantito los hubiera podido ver. También alcancé a ver salir la cabeza de su pene. Juraría que tuvo una media erección. Hasta metió la mano por la pernera para rascárselos, con total desenfado.

Finalmente cerró el periódico, le dio un beso a mi mamá y me dice: “Hijo, ¿vienes al estudio tantito?”, pero volteó a ver el apuro en el que estaba: tapándome la verga parada con un cojín de la sala: “O bueno, horita en un anuncio vienes tantito, por favor”. Le contesté que “agá”.

Entré al estudio y cerré la puerta. Él estaba recargado con las nalgas sobre el escritorio, las piernas cruzadas apoyadas en el piso y leyendo algo. Sin pedir permiso me senté frente a él y le puse la mano encima del paquete.

Totalmente dormido lo tenía. Hizo lo que leía a un lado, se quitó los lentes y se dedicó a observarme. Yo estaba feliz con mi juguete. Acariciándolo por encima del short. Entonces descruzó las piernas y dejó sobre el escritorio lentes y papel. Me dejó seguir hasta que logré ver un buen bulto haciendo casita de campaña. Lo solté para meter la mano por la pernera del short y lo primero que sentí fueron sus huevos, que ya no estaban colgando como hacía rato, estaban metidos y arrugados. Su pene estaba parado hacia el otro lado. ¡Chín!: pernera equivocada. Así que saqué la mano para meterla por la otra y ¡alto! Me detuvo gentilmente con la mano y me dice sonriendo:

– ¿Estás loquito o qué?
– Agá… (Volví a meter la mano y me la volvió a detener ahora riéndose)
– ¡Hijo! (en voz baja) tranquilo hijo. No es necesario tomar riesgos, tu mamá puede entrar en cualquier momento.

Yo ya tenía los cachetes y las orejas rojos de la calentura.
– Nomás déjame acariciarla tantito Pá.
– Entiende hijo que no se puede…
– Por favor Pá…

Se me quedó viendo, pensativo. Lo pensó por segunda vez y soltó mi mano. Ágil la volví a introducir por la pernera correcta, encontré el pedazo de carne que buscaba y lo jalé hasta mi vista, todo con suavidad. Al tenerla afuera, jalé el prepucio hasta atrás y entonces llegó hasta mi nariz ese adorable aroma a hombre de verdad que tanto me sigue gustando. Con la otra mano le separé más las piernas para poderme acercar y accedió dócilmente. Al acercarme, pregunté en voz baja: “¿Y todo esto me metiste apá?”… y mis palabras fueron mágicas porque al decirlo, su pene terminó de llenarse de sangre por completo, hasta roja se puso. Entonces él mismo puso su mano sobre mi cabeza.

No me jaló, sólo la puso ahí, y yo tomé eso como una invitación a metérmela a la boca y me acerqué lo suficiente para pasarle la lengua y de inmediato reconocí ese sabor que tanto… ¡demonios!: la cordura regresó a la cabeza de mi papá.

Me retiró suavemente, metió el pene de regreso al short, por supuesto que haciendo una gran casa de campaña con esos shorts tan aguados. Rodeó el escritorio y se sentó. Al sentarse inhaló profundamente y sacó el aire poco a poco.

Yo me quedé como estaba, viéndolo con carita suplicante.
– ¡Ya!…¡tranquilos los dos!, que no es el momento ni el lugar…
– ¡Pero Apá!… mi mamá está viendo la novela, nunca se levanta hasta que acaba.
– Entiende que no hijo. Y si te pedí que vinieras es porque te quiero pedir un favor.
Me acomodé el pene porque me lastimaba. Me recargué y con total desgano le dije:
– ¿De qué se trata?
– De tu hermano.
– ¿Carlos?, ¿qué tiene Carlos?
– Nada, y ese es el problema: que no sé nada de él. Quiero que me cuentes algo de Carlos. Ahora que ya podemos hablar libremente tú y yo, me gustaría que me ayudaras a acercarme también a él.
– También con él eres distante, ¿verdad?
– Sí. Y quiero acabar con eso. Cuéntame lo que sepas de él (suspiré tan profundo como pude y empecé)

– Pos bueno, a ver: de Carlos sé más o menos lo mismo que tú. Nomás hablamos cuando me pide mis tennis, o una camisa, o me pregunta si combina la ropa que se va a poner, o cuando no entiendo algo de la escuela y le pido que me lo explique, pero de ahí en fuera, a penas si nos saludamos. Y en la escuela nadie lo ve porque o está en clases o está en el laboratorio. Nunca le he conocido una novia, pero tampoco un amigo. Está bien clavado en los libros. Punto, es todo lo que sé. ¿Me dejas que te la chupe tantito?, le pongo seguro a la puerta, ¿sale? (nomás se rió).

– ¡Que no necio! ¿En dónde está él ahorita?
– Mm… ¿qué hora es?
– 9:45
– Segurito que en su recámara estudiando.
– Excelente. Ve horita a su recámara y sácale plática.
– ¡¿Horita?!… ¡pero Pá!… ¡ando bien caliente!…
– Ándale, en el camino se te baja.
– ¡Pero papá!…
– Por favor hijo… ya habrá tiempo para eso, además, te tengo una sorpresa.
– ¡¿En serio?!… ¿de qué se trata?
– Nada. Primero lo que te pedí. Nomás te adelanto que te va a gustar mucho
– ¡OK!

Salté de la silla y no paré hasta llegar a la puerta de Carlos. Toqué y apuradamente oí si me contestó o no. Entré, cerré la puerta y no estaba a la vista: “¡Carlos!… ¡Carlangas!…”. Después de unos segundos se oye: “Estoy en el baño. Horita salgo”. Me senté en la cama, esperé un par de minutos y por fin salió secándose las manos.

– ¿Qué pasó chaparro?
– Me mandaron a investigar todo sobre ti.
– ¿Cómo?…
– Que como fuera pero que te saque toda la sopa.
– ¡¿Qué?!… ¿De qué estás hablando lunático?…
– Que me cuentes toda tu vida… ¡pero rapidito que no tengo tu tiempo!
– ¡Ya párale!… ¿qué te traes?

Suspiré profundamente y me armé de paciencia.
“Mira, lo que pasa es que ahora que fui al rancho con el viejo, resultó que nos hicimos amigos. Ya ves que siempre era bien mamón y seco. Ah pos no, resultó ser un viejo muy buena onda. Estuvimos platicando mucho y… haciendo algunas otras cosas. Y ahora, como ya es muy mi cuate, me pidió que averiguara sobre ti porque no sabe nada de tu vida, está preocupado por ti. Así que arráncate: ¿tienes novia?, ¿cómo se llama?, ¿tienes amigos?, ¿cuántos?, ¿sus nombres?, ¿eres virgen todavía?… ¡cuenta!”.

¿Acaso dije algo gracioso? A mí no me lo pareció pero a Carlos sí, porque soltó la carcajada de patita levantada y toda la cosa. Se levantó de la cama, y todavía riéndose fue hasta su closet, lo abrió, encendió la luz de adentro y así, a media risa, empezó a quitarse la camisa y hablando: “Pues mira chaparro, si yo te contara a ti mi vida, sería porque tendría la confianza de que no se lo vas a contar a nadie (después se quitó la camiseta) pero como no te tengo la confianza, olvídalo, dile a tu papá que no quise decirte ni madres”.

Se sentó en el banquito del closet a quitarse los zapatos y luego los calcetines. De pronto desapareció mi urgencia por regresar con mi papá porque…¡¿¿¿Carlos tiene pelos en el pechoooo???!… ¡¿de dónde los sacó?! Mi intriga empezó a mezclarse con la calentura que ya traía arrastrando, así que puse total atención a lo que estaba haciendo

Carlos: desnudarse.
– Pero, a ver, cuéntame tú a mí, ¿cómo estuvo eso de que se hicieron amiguitos tú y él de la noche a la mañana? (desabotonándose el pantalón)
– Fue más bien de la mad**gada a la mañana.
– ¿Qué?
– Nada, que fue ahora en este fin de semana en el rancho, que tuvimos tiempo de platicar y nos quedamos platicando hasta la mad**gada.

Terminó de quitarse el pantalón y si el pecho lo tenía como lo tenía, que tuviera las piernas peludas como mi papá, ya no fue sorpresa, pero le digo:
– Aaaay no la amueles Carlangas, ¡¿todavía usas calzones de esos?! (bóxer de los meros grandes)
– Sí, ¿qué tienen?
– Ahora se usan los bikini, se ven más padres. Además se siente bien rico cuando te los pones.
– ¡¿Tú tienes?!…
– Ahá, los tengo escondidos en mi closet para que no me los halle mi amá. (Se sentó junto a mí en la cama)
– Ah mira qué cabrón me saliste. Pero no. No me interesa usarlos porque están hechos con poliéster y esa tela es muy caliente, no deja respirar la piel y además te trae muy apretados… pos… es decir, no es bueno usarlo porque…
– Porque te trae los huevos muy apretados (Se volvió a reír)
– ¡Eso mero! (Y me sacudió el pelo) Mira que vivillo saliste hermanito (al oír esa palabra de “hermanito” me remonté a un exquisito pasado no muy lejano).
– ¿¡Quieres que te los traiga para que te los pruebes!?
– No, ¿para qué? Si nunca los voy a usar.
– Nomás pa’ que veas que rico se siente (se quedó pensativo y dice)
– ¡Ándale pues!, pero que no te vea mi madre porque hasta ahí llegamos vivos.
– ¿Cómo crees?

De pronto estaba yo en el pasillo, sabiendo que estaba urdiendo algo con Carlos pero no sabía qué era. Sólo sabía que me gustó mucho descubrir lo que traía debajo de la ropa. Desde chiquito que no lo veía. La última vez que lo vi sin camisa ni bigote tenía.

Total que regresé con mi cargamento secreto. Le dije:
– ¿Cierro la puerta?
– Sí. Ponle seguro.
– Ok. Mira, traje dos, uno para ti y otro para mí.
– ¿Y para ti para qué?
– Para modelártelos si no te los quieres poner.
– A ver. Trae acá. (Me arrebató uno y encaminó sus pasos hacia el baño)
– Aaaay no seas mamón Carlos, ¿quién te va a ver?

Mi hermano tenía 17, casi 18 años, estaba catalogado de genio y sin embargo se comportaba como un niño menor que yo… ¡por dios! Y me pregunta:

– ¿No rajas?
– ¿Que no rajo, qué Carlos?, ¿que te vi encuerado poniéndote un bikini? (mi garganta estaba seca, las palpitaciones habían regresado)
– Ok… ¿le pusiste el seguro?
– ¡Sí, hombre!

Sosteniendo el bikini en una mano, con ambas se bajó los bóxer hasta el piso, pero dándome la espalda (muy pudoroso él). Todo emocionado se los empezó a poner. Los subió, los acomodó, metió la mano para acomodar los testículos y el pene y finalmente me volteó a ver con los brazos extendidos:

– ¿Qué tal chaparro?… ¿cómo me veo?…
– Oye, se te ven mejor que a mí. Y tú los llenas más que yo.
– Bueno, en un par de años tú también vas a llenar cualquier calzón.

Cosa dicha sin ponerme mucha atención y caminando hacia el espejo de cuerpo entero del closet. Se veía por un lado, se veía por el otro, se metía la mano para acomodar el pene de un lado, luego del otro… y hablando de penes, la mía estaba al 100% erecta. Y me pregunto:

– ¿Te gustaron o no?
– Pos la verdad sí es cierto, sí se siente bien rico todo esto apretadito (poniendo la mano en forma de concha sobre su paquete y sin dejar de ver el espejo).

Me armé de valor. Yo andaba muy caliente y mi razón ya estaba desconectada. Así que dije: “Bueno, ahora voy yo”, lo que hizo que volteara a ponerme total atención. Me levanté y en vez de bajarme el short, me quité la camiseta y la aventé sobre su cama. Él estaba observándome de una manera extraña. Luego me bajé el short y le di una patada. Ya se hizo evidente la casita de campaña en la trusa, misma que bajé sin pensarlo dos veces, y mi pene dio un latigazo hacia arriba a la hora de librarse del elástico. Carlos estaba mudo. Acomodé el bikini, metí una patita, luego la otra y finalmente llegué hasta la cadera. Dije como hablando solo: “Lo que sí es una bronca es querer meter esto en un bikini”, como pude me lo puse, acomodé mi pene hacia un lado y subí el elástico. Hice el mismo ademán que él y le pregunté: “¿Qué tal?… ¿cómo se me ve?”. No contestó nada, se quedó parado a media habitación, viéndome ir de una esquina hasta el mismo espejo en el que él estaba. Y viéndolo a través del espejo, le digo:

– Tenías razón, ya llené este calzón jeh jeh jhe
– Chaparro, ¿porqué traes… este, ¿a poco andas…
– ¿Qué?, ¿Que si ando caliente?, ¡siempre Carlangas!, ¿a poco tú no?

Volteé hacia su paquete y ya le había crecido. “¿Ves?… a ti también se te está parando”. Agachó a verse, intentó taparse con las manos pero fue inútil, se dio la media vuelta buscando su calzón. Rápido se quitó el bikini, se subió el bóxer, se sentó en la cama y se tapó con una almohada (¡todo infantil él!). “Bueno, ya vete a tu recámara”. Me quedé congelado sin saber qué hacer. Caminé hasta mi trusa, la levanté, pero de pronto se me ocurrió quitarme el bikini y con los dos calzones en la mano, y con el pene apuntando hacia Carlos, le pregunto:

– ¿Qué pasó Carlangas?… ¿porqué te enojaste?
– No estoy enojado chaparro… pero ya sería bueno que te fueras a tu recámara… y vístete, no andes así… (¿Vestirme?… ¡ni loco!, pensé)
– ¿Porqué?… ¿qué tiene de malo?…
– Que no está bien que andes encuerado, vístete ándale (ahí me salió un as de la manga)
– En el rancho mi papá me dio permiso de andar encuerado (cosa que dije sentándome no muy cerca de él)
– ¡¿QUÉÉÉ?!… neehh… ¡no es cierto!
– Si es cierto, no tengo por qué decirte mentiras.
– Imposible.
– Pos ni tan imposible porque me dio permiso de dormir encuerado y hasta de bañarme con él.
Carlos necesitaba un cardiólogo porque casi se puso espástico.
– ¡¿Te bañaste con mi papá?!… ¡ESTÁS LOCO!
– Pero si te estoy diciendo que ya cambió… ¡neta!… que ahora es bien buena onda. O si no me crees, ve ahorita al estudio y ve cómo anda vestido.
– Pos como siempre.
– ¡Nones! Anda en shorts y no trae calzones abajo, yo lo vi ahorita en la tele.
– ¿Cómo que lo viste?… ¡¿qué le viste?!…
– Pos los huevos.
– ¡¿Y él te vio que lo viste?!
– ¿Cómo crees, menso?, claro que no se dio cuenta, yo lo vi sin querer, porque se estaba rascando, volteé a ver y ahí estaban de fuera los huevos.
– ¿En serio? (cosa que preguntó al mismo tiempo que reacomodaba la almohada puesta sobre su paquete)
– En serio.
– ¿Y de dónde sacó los shorts?
– Jeh jeh jeh… son tuyos, yo se los presté.
– Eso sí no te lo creo: ¡¡¡mi papá trae unos shorts míos y sin calzones!!!… Jamás.
– Bueno, no me creas a mí y créele a la evidencia. Ve al estudio con cualquier pretexto.
Levantó un poco la almohada para ver, pero la volvió a poner en su sitio.
– No. Sí te creo. Tú nunca dices mentiras.
– También le dio permiso al tío de andar encuerado por toda la casa.

Abrió los ojos enormes, tragó saliva gruesa. Se me quedó viendo fijo a los ojos. De pronto adiviné que la siguiente pregunta era si mi papá también había andado encuerado, y eso no lo podía revelar, así que le dije para distraer la atención:

– Que por cierto: ¡qué tremendo pedazo de carne tiene el tío!
– ¿El tío?… bah… a ese cabrón todo mundo lo ha visto encuerado ¡hasta yo!… pero…

Yo quería evitar a toda costa que me preguntara por mi papá en el racho. No quería mentirle a él ni delatar a mi papá, así que me agaché hacia mi pene y empecé a jugar con ella:
– ¿Qué haces chaparro?… ¡aquí no!…
– ¿A poco tú nunca te la jalas?
– Sí claro, pero cada quien en su habitación…
– No seas mamón, ¿qué tiene de malo? Si no me la estoy jalando, nomás estoy jugando. Oye… la tienes parada ¿verdad? (se rió)
– ¿Tan obvio es?
– ¡Pos sí menso!… desde hace rato, ¡no sé para qué te tapas!
– Sí, ¿verdad?

Y riéndose aventó de lado la almohada, y acto seguido estiró con una mano el elástico del calzón y se metió la otra para reacomodársela, diciendo: “Es que… ¡ay!… me estaba jalando los pelitos…ya”. Y con gran interés volteó hacia mí y…¡EN LA MADRE!…. horita me va a preguntar por mi papá.
– Pero a ver, cuéntame más. ¿Cómo estuvo que mi jefe te dio permiso de andar en pelotas? (¡¡¡fiuffff!!!… qué alivio… y ya haciendo de lado mi desnudez, todo desinhibido me volteo para contarle)
– Pos mira, ya ves que el tío siempre anda diciendo que él duerme en cueros.
– Ahá (todo atento mi hermanito)
– Pos a la hora de que se encueró para acostarse, a mí se me ocurrió pedirle permiso a mi papá de dormir igual.
– ¡¿Y?!..¿qué te dijo?
– Bueno, primero que nada regañó al tío por ponerme el mal ejemplo, ya sabes, pero yo le insistí hasta que me dijo que hiciera lo que me diera la gana.
– ¿Y qué hiciste?
– Me metí abajo de la sábana y ahí me quité el calzón, no quería que vieran que…
– ¡Que la traías parada!… ahá, ¿y luego?
– Luego nada. Al día siguiente nos fuimos a trabajar y ya en la noche, cuando se iba a meter a bañar mi apá, se me ocurrió pedirle permiso de bañarme con él.
– ¡Te dijo que no!
– Error: me volvió decir que podía hacer lo que me diera mi gana.
– ¡¿Y qué hiciste?!…
– Primero dejé que se metiera él, y ya que oí el ruido del agua, me encueré y me metí cargando mi toalla para…
– ¡Sí coño, chaparro!, ya sé que para que no te viera el pene parado… ¿pero luego cómo le hiciste?
– Ah pos nada, que me armé de valor, colgué la toalla y me paré a un ladito, esperando que terminara de enjuagarse la cabeza y ya que volteó, me vio de arriba a abajo pero no me dijo nada y a mí se me ocurrió decirle que si quería que le tallara la espalda.
– ¡¿Y QUÉ TE DIJO?!
– No me dijo nada, nomás me dio el estropajo y el jabón y se la tallé.
– ¡Pinche chaparro mentiroso!, no es cierto.
– Tiene pecas en la espalda, por el sol.
– Sí es cierto…
– Y tiene pelos en las nalgas, como tú.
– ¿En serio?
– Ahá
– Bueno, ¿pero luego que pasó?
– Que mientras él terminaba de enjabonarse, yo me metí al agua y me lavé el pelo. Me salí para enjabonarme mientras él se enjuagaba y ya que se volteó, me dice: “A ver hijo, favor con favor se paga, date la vuelta”.
– ¡No es posible!
– ¡QUE SÍ NECIO!
– Pero entonces, ¿no te dijo nada por traer el pene parado?
– Nadita. Él no es mamón como tú…
– ¡Oye! (Se rió)…pero, ¿y luego?… ¿qué tanto te talló?
– Pensé que nomás me iba a tallar la pura espalda, pero no, también le levantó los brazos y me lavó aquí abajo, luego me siguió tallando la espalda hasta las nalgas…
– ¡¿Las nalgas también?!
– Ahá, y en medio de las nalgas.

Ya no dijo nada, y luego se quedó viendo hacia el frente todo pensativo, cosa que aproveché para ver su bikini, y estaba a punto de salir chispado del elástico su pene. Y le digo:
– Se te va a salir…
– ¿Mm?
– Que se te va a salir (señalándole el paquete y se rió. Luego se la acomodó)
– Así que el ruco es bien buena onda… ¡órale!…

Se hizo otro lapso de silencio, mismo que yo aproveché para armarme de valor.
– Carlangas. Yo ya te enseñé mi pene, ahora tú enséñame la tuya.
– Ay no chingues chaparro… ¿cómo crees? (pero se me quedó viendo fijo a los ojos, a través de sus enormes lentes)
– Digo, para ver si se parece a la de mi papá.
– No seas menso, yo horita la traigo parada y… ¡¡¡¿¿¿A POCO SE LA VISTE PARADA A MI PAPA???!!! (Piensa rápido… piensa rápido… piensa rápido…)
– Sí, a la mañana siguiente, que se levantó a orinar, yo ya estaba despierto y se le salió por la bragueta del bóxer.
– ¿En serio?
– Ahá, en serio.

Y con una muy extraña combinación en su expresión de calentura con curiosidad y timidez, se levantó, se bajó el bikini hasta los tobillos y se volvió a sentar. Proyectó la cadera hacia arriba y me dice en voz baja y quebradiza: “Tú dirás chaparro”. Pasé salvia seca, mi corazón no me dejaba ni hablar y como pude le contesté: “Los tres la… los tres la tenemos igual”. Yo sin poder quitarle los ojos de su réplica exacta del pene de mi papá. Nos quedamos callados. Yo viéndolo a él a sus genitales, y él viéndome a mí a los ojos. Como no queriendo me deslicé en la cama para acercarme a él, y él correspondió echando para atrás el brazo que se interponía entre él y yo. Me acerqué más.

Volteé a verlo a los ojos y me pregunta con una sonrisa torpe, tímida, pero seguro de lo que preguntaba: “Y… ¿también se la agarraste a mi papá?”…

No le contesté. Sólo bajé los ojos a su pene y lo siguiente fue que mi brazo izquierdo cobró vida y se dirigió hacia ese hermoso mástil lleno de venas. En cuanto tomé su tronco con mi mano, él se estremeció ligeramente y jaló aire extra por la nariz.

La acaricié con mucha sutileza, apenas haciendo contacto piel a piel. Subí y bajé mi mano sintiendo sus pulsaciones lo mismo que su calor. La tomé con toda la mano ahora haciendo una poca de presión para jalar hacia abajo su prepucio y esto le arrancó otro estremecimiento.
– Ya Chaparro… esto no está bien… déjamela…
– Espérate Carlangas… otro ratito… no le cuento a nadie…

Como única respuesta suya obtuve que no hizo nada por impedirlo. De pronto me sentí incómodo y subí mi pierna izquierda a la cama para podérsela atrapar con la mano derecha. Esta vez inicié movimientos masturbatorios muy lentos, subiendo y bajando el prepucio hasta ambos topes. Sin quererlo, se me salió de los labios: “Que rica la tienes Carlangas…”. El otro no atinó a decir nada. Yo sabía lo que era andar excesivamente caliente, y era el caso de Carlos, porque hasta acomodó la cadera sobre la cama y separó más las piernas para disfrutarlo más. Después se la solté para acariciar sus testículos y al igual que los de mi papá, estaban encerrados y arrugados, y también peludos. En mis jadeos, en mi mente estaba clavada la idea de metérmela a la boca, pero pensé que sería muy avanzado para Carlos, así que seguí masturbándolo. Lento, un poco más rápido y al crecer la excitación, se enderezó lo suficiente para poner su brazo sobre mi espalda. No supe cuál era su intención, pero definitivamente no podía ser para que se la chupara. “Ya Chaparrito… ya párale…”. No le hice caso, aumenté el ritmo y la presión sobre su pene y éste ya de plano empezó a lanzar gemidos sordos. Lo que hizo fue atraparme del hombro, como abrazándome, clavó su frente en mi hombro izquierda, con los ojos cerrados, muy apretados y ante esto puse más empeño en jalársela y el resultado no se hizo esperar. Dos fuertes disparos fueron a dar a su pecho, otros dos a su panza y el resto escurrió sobre mi mano.

Una vez que acabó de eyacular se desvaneció con respiración gruesa sobre la cama y yo hice lo mismo, me acosté a su lado, muy pegado a él y empecé a jalármela frenéticamente. Con la lubricación de su semen entre mi mano y mi pene, terminé rapidísimo y ahí quedamos los dos, tendidos boca arriba, jadeando, dejando que la naturaleza restaurara nuestros signos vitales.

Yo no podía creer que mi felicidad siguiera creciendo a pasos agigantados. Estaba feliz de haber descubierto una mina de oro en mi papá, y ahora otra en Carlos. Del pobre tío en el rancho ni quien se acordara.

De pronto sentí un brinco en la cama, y era Carlos que se acordó de la realidad, volteó a ver el reloj y en voz baja pero apresurada: “¡Mira la hora que es cabrón!… vístete en chinga y vete a tu recámara sin hacer nada de ruido… ¡córrele!”. Obedecí, me vestí y caminé hasta la puerta, el otro estaba tratando de limpiarse y de asegurarse de que no quedara rastro de semen por ninguna parte, y antes de abrir, le dije:
– Carlos.
– ¡Qué!
– ¿Le puedo contar esto a mi papá? (se rió forzadamente)
– Sí… cómo no (sardónico)… pero espérate, antes de que te vayas (caminó hasta mí y en voz muy baja) tú y yo tenemos que hablar de esto Chaparrito. No se puede quedar así, ¿entendido? Es muy importante que hablemos mañana, ahorita ya es muy tarde, ándale ya vete.
Cerré por fuera la puerta preguntándome: “Cada vez que haga algo con alguien… ¿vamos a tener que platicar después?…”.

QUIERES DISFRUTAR DE…………….. LA DÉCIMA PARTE?

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